Conservación o preservación??

 

“Llegamos junto a la vieja loba a tiempo para ver un fiero fuego verde muriendo en sus ojos. Entonces observé, y desde entonces lo he sabido siempre, que había algo nuevo para mí en aquellos ojos, algo que solamente sabían ella y la montaña. Yo era joven en aquel entonces, y sentía una vehemente comezón por apretar el gatillo; pensaba que porque menos lobos significaban más ciervos, ningún lobo representaría el paraíso de los cazadores. Pero tras ver extinguirse aquel fuego verde, sentí que ni la loba ni la montaña compartían mi punto de vista. Desde entonces he visto como un estado tras otro extirpaban sus lobos. He contemplado el rostro de muchas montañas recién privadas de lobos (…) Ahora barrunto que igual que un rebaño de ciervos vive sintiendo temor mortal hacia sus lobos, una montaña vive sintiendo temor mortal hacia sus ciervos” (Aldo Leopold: Bocetos de aquí y allá; Pensar como una montaña)

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    En un encuentro entre John Muir (defensor del preservacionismo) y Gifford Pinchot (valedor del conservacionismo) en el Gran Cañón, apareció a sus pies una tarántula que, al ir Pinchot a pisar para darla muerte, Muir se lo impidió alegando que “tiene tanto derecho a estar ahí como nosotros”. Esa es una de las diferencias entre ambas corrientes de la protección del medio ambiente, el preservacionista justifica esa protección de la naturaleza por el valor intrínseco que esta posee, el conservacionista se centra en la protección por el valor instrumental que tiene para el ser humano.  Pinchot quería abrir los parques nacionales para una explotación racional de sus recursos, siempre con criterios científicos; Muir, al contrario que este, pretendía abrir muchos parques nacionales con el fin de preservar zonas de naturaleza intactas. Pese a sus diferencias ambos trabajaron en conjunto frente a los empresarios madereros que explotaban los recurso sin escrúpulos y aquéllos otros que derrochaban los recursos naturales. Un año después del episodio en el Gran Cañón, Muir criticó abiertamente a Pinchot la decisión de permitir el pastoreo dentro de las reservas forestales nacionales. Rivales o colaboradores pese a sus diferencias, forjaron entre ambos la protección de la naturaleza en Estados Unidos.

    ¿Por qué hay que irse a los Estados Unidos para explicar estos conceptos? Poniendo a parte la creación de los primeros parques nacionales del mundo en esa nación, Estados Unidos era un país joven, con muchas tierras vírgenes recientemente conquistadas a los indios que se iban repoblando por inmigrantes venidos de Europa. Esto hizo ver a muchos el problema que suponía la destrucción de los recursos naturales y les condujo a proteger lo más posible. Así como en Europa los territorios estaban ya repartidos desde época medieval, Estados Unidos los tenía a libre disposición, de ahí que gente con cierto rango cultural se comenzase a preocupar. Escribió el español Vicente Casals en referencia a esto: “El carácter depredador con el que se plasmó la colonización de las tierras vírgenes en los EE.UU., la llamada conquista del oeste, hizo surgir tempranas preocupaciones en las clases dominantes respecto  a la racionalización de los recursos naturales”.

    Aldo Leopold, otro gran naturalista americano, fue evolucionando desde un conservacionismo al amparo de Pinchot, con ideas más tecnocráticas, a un preservacionismo ante la preocupación por la pérdida de naturaleza silvestre en Norteamérica. Una de las cosas de las que más se arrepintió fue de un programa que implementó para la maximización de la caza, que implicaba el exterminio de depredadores como el lobo o el puma. Quizás su evolución le llevó a un preservacionismo menos místico que el de John Muir, pero cargado de una “comprensión científica de la intrincadísima red de interdependencias ecológicas”. Llegó a dividir Aldo Leopold en dos grupos a quienes defendían la protección de la naturaleza: Un primer grupo a quienes consideran a la Tierra como suelo y su función como producción de mercancías; un segundo grupo considera la Tierra como una biocenosis y su función como algo de mayor complejidad.

    En su evolución, Leopold se convirtió en un crítico del antropocentrismo moral excluyente, para el que la naturaleza es un simple instrumento a favor del ser humano. Pensó (con ciertas similitudes a la teoría de Gaia acuñada en los ’70 por Lovelock), que la naturaleza es una comunidad de partes interdependientes en la que los humanos estamos integrados y donde cada parte tiene valor por si misma.

    Al contrario que el biocentrismo, para quienes todo ser vivo posee valor y merece por ello respeto, el antropocentrismo concede al ser humano la sede y medida de todo valor. Un ejemplo de antropocentrismo lo tenemos en nuestra filosofía occidental.

    Como para todo en esta vida, incluso en estas doctrinas hay medidas que provocan un distanciamiento y polarización entre ellas, aunque en algunos casos un solapamiento en las ideas de ambas corrientes, como por ejemplo aquellos que reconocen un respeto a todo ser vivo, pero dando mayor valor a los más evolucionados (siempre poniéndonos a los humanos como medida). Desde luego que cada ser vivo tendrá su propia medida y ese antropocentrismo humano, para el perro será cánidocentrismo, para el venado se tratará de un cérvidocentrismo… Cada especie se considerará centro del eje y todo girará sobre ellos, pero nosotros sólo podemos mensurar desde nuestra propia medida, una racionalización posterior nos hará dar valor a esas otras vidas que nos acompañan en nuestro planeta.

    Escribió Aldo Leopold el 31 de Julio de 1947: “La conservación se vuelve posible sólo cuando el hombre asume el papel de ciudadano en una comunidad de la cual también forman parte los suelos y las aguas, las plantas y los animales, cada cual dependiente de los otros y cada cual con derecho a su lugar bajo el sol”.

    En mi opinión, creo que no hay que marcharse a ningún extremo si queremos solucionar los problemas de la naturaleza que acechan a nuestro planeta. Inconveniente que la Tierra, en cuanto se elimine la causa de esa destrucción, solventará simplemente con tiempo para recuperar de nuevo su estabilidad. Desde luego que hacen falta mayores espacios naturales y, es fundamental en mi opinión, que haya unos corredores ecológicos para que no se aíslen estos parajes, manteniendo unidas a sus comunidades y que puedan hallar nuevos territorios aquellos que no tienen cabida ya en ese ecosistema, por haber superado el nivel de carga que admite. Todo ello sin olvidar que somos parte de esa naturaleza, y las relaciones interespecíficas son fundamentales para la convivencia. Habría que eliminar, por supuesto, ciertos usos y costumbres que sólo provocan la destrucción, y adaptarse al medio en lugar de tratar de adaptar el medio a nuestros caprichos y necesidades.

    “Hay personas que pueden vivir sin seres salvajes, y otras no” iniciaba así Aldo Leopold su prólogo de “una ética para la Tierra”. Yo, desde luego, necesito ese contacto con la naturaleza salvaje, no necesito ser testigo de los devaneos de esas especies proscritas; el hecho de saber de su existencia allí donde acudo, ya me procura unas sensaciones indescriptibles en mis paseos por la montaña. Ver el rastro del oso o del lobo, las huellas del galope de un ciervo, escuchar el ladrido del corzo mientras se aleja, o el ululato del cárabo después del atardecer, dotan de más interés a un espacio natural que una hermosa cascada, acotada para regocijo del ser humano y donde estos se agolpan para fotografiarla o simplemente admirarla.

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