NATURCYL '22, 2ªPARTE
Tras el atardecer y una noche fría,
empezaba la feria de la naturaleza en Ruesga, localidad de la montaña palentina
a escasos
Llegado a la carpa, me dispuse a admirar
las fotografías expuestas, entre las que estaba la mía en un lugar de honor por
la mención ya explicada. Al verla en conjunto con las demás, entiendo aún menos
qué ha visto el jurado en mi fotografía para recibir tal galardón. Supongo que
dentro de lo subjetivo que puede haber en un concurso de este tipo, es posible
que el jurado conociese ese lugar o le evocase sensaciones la fotografía, y eso
haya concluido con su mención. O puede ser también que sea un pequeño premio a
quien, sin material profesional, ni semi-profesional, con una simple cámara sin
espejo de las baratas y un trípode, haya enviado más de una docena de
fotografías, pagando para participar los tres euros por imagen que se
requerían. Un premio, a buen seguro, al esfuerzo.
El caso es que entre esos fotógrafos estaba
yo, es como si a alguien que golpea una caja con un palo y hace ruido le
pusieran entre estrellas del rock para recibir un premio; una comparación no
del todo absurda pues, entre los premiados, el primero es precisamente eso, un
famoso guitarrista del panorama musical español del pop-rock, cuyas fotos eran
impresionantes, pues es figura reconocida como posiblemente el mejor fotógrafo
de fauna de España. El simple hecho de que me nombrasen y tener que salir
a la palestra entre los compasivos aplausos del público que allí se congregaba
para recoger el diploma de manos de los organizadores, supuso una montaña de
sensaciones, todas de pavor y vergüenza, que provocaron que mi marcha fuese
rápida al llamarme, desfilando al paso legionario hasta la mesa, donde di la mano a los que ocupaban ese palco de honor y, sin mirar el papel que me
dieron, salí pitando por un lateral, tratando de pasar lo más desapercibido
posible, casi agachado. Creo que alguien que bajó un instante la mirada para
ver la hora en su móvil no llegó ni a verme, lo cual para mi modo de ser es un éxito.
Pasado ese trago, y oídas las explicaciones
que los fotógrafos daban de sus instantáneas premiadas y que por suerte
empezaron después de que mi foto saliese (que explicación tan simple hubiera
sido la mía: fui como cada año, vi el paisaje que me gustó, puse el trípode y
disparé), me encaminé a escuchar la berrea por la zona del embalse. Normalmente
hay excursiones guiadas por parte de los guías del parque natural, pero
prefiero acudir a lugares que, de tantos años recorriendo esos parajes, conozco
bien y me resultan más atractivos , quizás por su quietud y soledad, con lo que
hasta ellos nos encaminamos, escuchándose mientras circundábamos el embalse
algún bramido lejano para, tras adentrarnos en el bosque, oír cómo resonaban
entre el mágico hayedo, las voces de varios machos y algún que otro trote
retumbando en el suelo. Ya con la noche iniciamos la vuelta, con las luces del
famoso parador reflejadas en las aguas del embalse semejando un fastuoso
crucero por los fiordos.
Por la mañana madrugué, quería escuchar la
berrea en mi zona preferida, el lugar donde por primera vez asistí a ese
espectáculo sonoro de la naturaleza, y allí fuimos. El día espléndido nos aupó
casi sin esfuerzo hacia las atalayas habituales donde suelo detenerme a
escuchar mientras disfruto del entorno. Encarando la falda de peña redonda, se
podía oír de vez en cuando el sonido de la naturaleza que buscábamos, pero con
menor intensidad de la esperada. Tengo la sensación de que cada año se escucha
menos; y no sólo lo percibo yo: gente que habita esos lugares me dicen lo
mismo, cada cual argumentando sus propias conclusiones. Yo las mías las tengo
en mente, pero al no haber nada aún que lo acredite de manera científica, me
las guardaré como lo que son, una opinión personal basada en mi conocimiento
del medio.
Pero si hablamos de los sonidos de la
naturaleza, hay una persona en nuestro país que atesora la más hermosa recreación
de estos y se encontraba también en la feria, con lo que no podía dejar de
asistir al audiovisual que Carlos de Hita, el mayor experto español en captar y
mostrar sonidos de la naturaleza, exponía en la pequeña iglesia del pueblo.
Pese a que la misma tarde del sábado fue la que escogí para asistir, un
problema de incompatibilidades horarias entre el programa de la feria, y el
calendario de misas, los hizo coincidir en el tiempo, con lo que se suspendió a
esa hora, acudiendo a disfrutarlo finalmente el domingo por la mañana.
El simple hecho de poder estar cerca y
charlar con tan ilustre personaje en el mundo de la naturaleza de España ya fue
suficiente para calificar de positiva la experiencia, pero escuchar esos
sonidos captados por el mundo, algunos tan sobrecogedores, incluso sabiéndote a
salvo, como el rugido de grandes felinos como el león o el tigre en el contexto
de sus respectivos ambientes naturales, fue el mejor broche a ese final de la
jornada y del fin de semana de naturcyl, donde además pude hablar con personas
dedicadas al medio ambiente y a su protección, algunos de los cuales conocía
por su labor en los medios, alternando entre los visitantes como si fueran uno
más entre los que allí asistíamos.
Esa misma tarde, ya de camino a Valladolid, acudimos a visitar un lugar de la montaña palentina que nunca había visto aún: el Santuario del Brezo, situado en la falda sur de la montaña palentina, y de la cordillera Cantábrica. Un edificio religioso entre montañas, rodeado de un clamoroso silencio, sólo roto estos días por los ecos de la berrea.
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