NATURCYL '22, 2ªPARTE

 

    Tras el atardecer y una noche fría, empezaba la feria de la naturaleza en Ruesga, localidad de la montaña palentina a escasos 3 kilómetros de Cervera de Pisuerga. Muchas actividades, muchas conferencias, pero poco tiempo disponible para todo ello, pues el entorno natural también merece la visita que, en mi caso, es lo que mayor espacio ocupa. Por la tarde estaba citado en la carpa de exposiciones. Allí expuesta figuraba una de las fotos (de entre al menos una docena de ellas) que envié para el concurso de fotografía que se realiza en paralelo a la cita con la naturaleza y por la que la semana anterior me escribieron para decirme que había resultado finalista y sería expuesta, para entre ellas, el jurado decidir cuáles serían merecedoras de los premios pecuniarios, de los otros menores que constaban de algún valioso regalo, o de las menciones de honor por las que se te otorgaba un diploma. Quién sabe por qué motivo, esa fotografía otoñal del año pasado en el  monte Hijedo fue agraciada con la 1ª mención de honor en la categoría que escogí para que figurase esta en concreto entre las demás. Una fotografía que no era mi preferida, pues consideraba que entre las enviadas había fotografías de mayor interés y complejidad, sobre todo a vistas del equipo básico de fotografía con el que salgo a disfrutar de la naturaleza. Yo no salgo a hacer fotos a la montaña, sino que salgo a la montaña con una cámara de fotos. En esa sutil diferencia está la complejidad de mi paso por los entornos naturales que recorro, pues no busco la foto, sino que salgo a lugares hermosos y la imagen me viene, yo sólo tengo que situar la cámara frente a ese paraje y ajustar levemente los parámetros para que salga lo que percibo.


    Llegado a la carpa, me dispuse a admirar las fotografías expuestas, entre las que estaba la mía en un lugar de honor por la mención ya explicada. Al verla en conjunto con las demás, entiendo aún menos qué ha visto el jurado en mi fotografía para recibir tal galardón. Supongo que dentro de lo subjetivo que puede haber en un concurso de este tipo, es posible que el jurado conociese ese lugar o le evocase sensaciones la fotografía, y eso haya concluido con su mención. O puede ser también que sea un pequeño premio a quien, sin material profesional, ni semi-profesional, con una simple cámara sin espejo de las baratas y un trípode, haya enviado más de una docena de fotografías, pagando para participar los tres euros por imagen que se requerían. Un premio, a buen seguro, al esfuerzo.

    El caso es que entre esos fotógrafos estaba yo, es como si a alguien que golpea una caja con un palo y hace ruido le pusieran entre estrellas del rock para recibir un premio; una comparación no del todo absurda pues, entre los premiados, el primero es precisamente eso, un famoso guitarrista del panorama musical español del pop-rock, cuyas fotos eran impresionantes, pues es figura reconocida como posiblemente el mejor fotógrafo de fauna de España. El simple hecho de que  me nombrasen y tener que salir a la palestra entre los compasivos aplausos del público que allí se congregaba para recoger el diploma de manos de los organizadores, supuso una montaña de sensaciones, todas de pavor y vergüenza, que provocaron que mi marcha fuese rápida al llamarme, desfilando al paso legionario hasta la mesa, donde di la mano a los que ocupaban ese palco de honor y, sin mirar el papel que me dieron, salí pitando por un lateral, tratando de pasar lo más desapercibido posible, casi agachado. Creo que alguien que bajó un instante la mirada para ver la hora en su móvil no llegó ni a verme, lo cual para mi modo de ser es un éxito.

    Pasado ese trago, y oídas las explicaciones que los fotógrafos daban de sus instantáneas premiadas y que por suerte empezaron después de que mi foto saliese (que explicación tan simple hubiera sido la mía: fui como cada año, vi el paisaje que me gustó, puse el trípode y disparé), me encaminé a escuchar la berrea por la zona del embalse. Normalmente hay excursiones guiadas por parte de los guías del parque natural, pero prefiero acudir a lugares que, de tantos años recorriendo esos parajes, conozco bien y me resultan más atractivos , quizás por su quietud y soledad, con lo que hasta ellos nos encaminamos, escuchándose mientras circundábamos el embalse algún bramido lejano para, tras adentrarnos en el bosque, oír cómo resonaban entre el mágico hayedo, las voces de varios machos y algún que otro trote retumbando en el suelo. Ya con la noche iniciamos la vuelta, con las luces del famoso parador reflejadas en las aguas del embalse semejando un fastuoso crucero por los fiordos.

    Por la mañana madrugué, quería escuchar la berrea en mi zona preferida, el lugar donde por primera vez asistí a ese espectáculo sonoro de la naturaleza, y allí fuimos. El día espléndido nos aupó casi sin esfuerzo hacia las atalayas habituales donde suelo detenerme a escuchar mientras disfruto del entorno. Encarando la falda de peña redonda, se podía oír de vez en cuando el sonido de la naturaleza que buscábamos, pero con menor intensidad de la esperada. Tengo la sensación de que cada año se escucha menos; y no sólo lo percibo yo: gente que habita esos lugares me dicen lo mismo, cada cual argumentando sus propias conclusiones. Yo las mías las tengo en mente, pero al no haber nada aún que lo acredite de manera científica, me las guardaré como lo que son, una opinión personal basada en mi conocimiento del medio.

    Pero si hablamos de los sonidos de la naturaleza, hay una persona en nuestro país que atesora la más hermosa recreación de estos y se encontraba también en la feria, con lo que no podía dejar de asistir al audiovisual que Carlos de Hita, el mayor experto español en captar y mostrar sonidos de la naturaleza, exponía en la pequeña iglesia del pueblo. Pese a que la misma tarde del sábado fue la que escogí para asistir, un problema de incompatibilidades horarias entre el programa de la feria, y el calendario de misas, los hizo coincidir en el tiempo, con lo que se suspendió a esa hora, acudiendo a disfrutarlo finalmente el domingo por la mañana.

    El simple hecho de poder estar cerca y charlar con tan ilustre personaje en el mundo de la naturaleza de España ya fue suficiente para calificar de positiva la experiencia, pero escuchar esos sonidos captados por el mundo, algunos tan sobrecogedores, incluso sabiéndote a salvo, como el rugido de grandes felinos como el león o el tigre en el contexto de sus respectivos ambientes naturales, fue el mejor broche a ese final de la jornada y del fin de semana de naturcyl, donde además pude hablar con personas dedicadas al medio ambiente y a su protección, algunos de los cuales conocía por su labor en los medios, alternando entre los visitantes como si fueran uno más entre los que allí asistíamos.

 


   Esa misma tarde, ya de camino a Valladolid, acudimos a visitar un lugar de la montaña palentina que nunca había visto aún: el Santuario del Brezo, situado en la falda sur de la montaña palentina, y de la cordillera Cantábrica. Un edificio religioso entre montañas, rodeado de un clamoroso silencio, sólo roto estos días por los ecos de la berrea.

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