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Fin de semana en la montaña palentina a paso lento

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      Es un amanecer frío, pero no ha helado pese a lo avanzado de la estación otoñal, desde la ventana vislumbro el robledal que cubre las laderas de un tono ocre, contrastando con el verdor de los prados. Un gorjeo incansable entra por la ventana desde el exterior mientras varias hurracas husmean por los tejados del pequeño pueblo emitiendo su característico reclamo. Me asomo por el ventanuco que da a la parte de atrás y percibo cómo algo se mueve entre las hojas del manzano que tengo frente a la ventana, aparece y desaparece como por arte de magia hasta que logro ver asomarse a un pajarillo de tono pardo, a juego con el robledal de otoño, apareciendo ente las ramas para acto seguido volar hasta un tejado y dejarme ver su silueta antes de desaparecer de nuevo en una oquedad del muro. Un chochín paleártico, de sugerente nombre científico troglodytes troglodytes, es quien reclama mi atención. Ese nombre es asociado en la literatura científica por buscar oquedades y c...

Algo más que un conjunto de árboles: El bosque vivo

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      La noche sorprende dentro del bosque a alguien ajeno al mismo. Un fuerte viento, que agita violentamente las copas de la arboleda, suena bajo el dosel acallando al resto de los sonidos, que reaparecen para el oído del intruso en cuanto la fuerza del céfiro descansa unos instantes. Esos son los momentos en los que el ciervo encelado retumba el bosque con sus bramidos llenando con sus voces cada rincón del monte. Un crepitar de ramas cercano indica el movimiento de alguno de los habitantes del bosque sorprendido por la presencia del intruso en horas donde no suele ser habitual su presencia, cualquier roedor como el lirón gris o un ratoncillo pueden ser quienes anden rebuscando entre la hojarasca, siempre atentos al cárabo, sorprendido también, que se revela al oído del intruso, aunque invisible a su vista, iniciando un ululato que es rápidamente contestado desde el otro lado del bosque, cuando de nuevo el viento arrecia y apaga con su clamor los ecos del bosque a...

Primeros ecos del otoño en la montaña

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      Día gris con fina llovizna y viento, la temperatura ha descendido notablemente en pocos días tras el sofocante verano, aunque aún estamos inmersos en esa estación ya que no llega a cumplirse la primera quincena de septiembre. Los prados lucen con un tapiz de flores moradas, son los "quitameriendas" (colchicum montanum)  típicos de la estación que se anuncia.     Nada me augura que tan pronto pueda escuchar a la montaña despedir el verano, me aúpo por la pista hacia el valle contiguo desde el que ahora domino un extenso paisaje de cumbres de la media montaña palentina, salpicadas de frondosos valles entre cordal y cordal hasta que la muralla de peña labra y tres mares cierra el horizonte a más de dos mil metros de altura, ya cubiertos por las nubes. Y ahí está el sonido más salvaje emergiendo del bosque que queda frente a mí: un lejano berrido que encuentra respuesta no muy lejos de donde yo me encuentro. ¡Ha comenzado la berrea del ciervo!...

El mundo desde el balcón de las golondrinas

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      Tras cesar la lluvia, salgo de mi casa dejando fuera del nido a las volanderas golondrinas, a las que sus padres ya alimentan una a una mientras observan el mundo que se les abre posadas sobre unos cables cercanos, hasta donde llegan en estos primeros vuelos. Los prados están crecidos y algunos caballos se alimentan de las tiernas hierbas de final de primavera. Al fondo se ven las altas montañas de la sierra más cercana a la meseta, esas primeras elevaciones de contornos redondeados que rondan los 2000 metros y que hoy, con las nubes hechas jirones sobre ellas y tapando sus formas, semejan montañas más agresivas y salvajes recortándose en el horizonte.     En la pista me topo con bastantes babosas cruzándola a paso lento, desplazándose de manera casi imperceptible, y algunos rastros dejados por el zorro que ha señalizado su marcha para que todos lo veamos, poniendo excrementos sobre piedras o en el lugar más visible de la pista. Hay una huella ...

Un paseo al atardecer

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      En el invierno, el atardecer es precoz, casi podría decirse que madrugador. Si te demoras mucho reposando la comida, no llegarás a ver el crepúsculo que te propones si el paseo es suficientemente largo. Por eso decidí, viendo la hora que era, simplemente salir a caminar hacia donde sabía que al menos podría ver un horizonte extenso, pese a no ser el lugar donde los atardeceres más me cautivan, y no por demérito de la atalaya escogida, sino por el espectáculo grandioso que se contempla desde la pretendida. El cielo, no obstante, estaba plomizo y no auguraba un colorido como el que me suele cautivar cuando me encaramo para disfrutar de los ocasos.     Nada más dejar el asfalto, el barro muestra los dibujos de quienes pasaron por esa pista antes de hacerlo yo. Un vehículo todoterreno deja sus marcas cegando con su profundo dibujo la impronta de los seres vivos que por allí deambularon antes de que lo   hiciera el automóvil. Pero no todas esta...

Un cuento ancestral de rabiosa actualidad

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       El presente obliga a los cuerdos a dejar de lado el pasado, relegando en algún rincón de la mente las historias vividas que a menudo afloran durante el duerme-vela previo a los sueños. Días en los que quizá un recuerdo evoca sentimientos de nostalgia que, al recostar la cabeza para dejarse llevar por los espectros de la noche, te sumergen en tu propia historia narrada en tercera persona. Esta es la historia de Mac, mi historia.        - ¡Un oso, ese ha sido el causante!-    - ¡Un lobo solitario, yo lo he visto por aquí alguna vez, mientras corría ahuyentado por la guardia que de noche patrulla!-     No muy lejos, a un par de kilómetros del poblado, el cadáver de uno de sus jóvenes habitantes ha aparecido parcialmente devorado, tendido en una vaguada verde flanqueada por blanca caliza.     En el poblado se reúnen todos los habitantes a fin de debatir sobre la seguridad del cercado. Nadie había vi...

20 segundos. Historia detrás de una fotografía.

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      Es una foto más, en poco difiere de otras muchas que tengo o que ese mismo día he sacado. El trasfondo es un bosque otoñal, un arroyo y el atardecer. Pero tras ese encuadre hay una historia que dura los 20 segundos en los que el obturador estaba abierto para capturar toda la luz que me interesaba y darle al arroyo ese toque algodonoso que tan vistoso queda.     Algo se escucha tras de mí mientras coloco la cámara en la posición que creo adecuada. Estoy rodeado de un inmenso bosque: el monte Hijedo. Todo lo que me envuelve son hayas, robles, avellanos, acebos o tejos, bajo los cuales hay un fondo arbustivo de lo más variado, incluso en los recodos donde el hayedo no ha ocultado totalmente la luz del sol y el sotobosque ha podido prosperar. El arroyo, pese a las lluvias que en toda España han estado cayendo sin cesar estas semanas, no trae el caudal que yo pensaba, asemejándose más al de principios de otoño, antes de que las lluvias lo alimenten....

Dos relatos, una historia

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       El invierno comienza a hacer estragos en la familia, que está ahora más reagrupada. La nieve cubre todo el territorio y el frío congela cada rincón de la montaña y el valle. Pocos se aventuran a salir e incluso el ganado doméstico está guardado, no hay nada en la montaña que se mueva cuando el frío y los temporales hacen su aparición. Sabes que tras las nevadas, el deshielo traerá comida: la carne de los infortunados ungulados que no pudieron sobrevivir al crudo invierno, aquéllos que se quedaron sin fuerzas en su búsqueda de alimento y sucumbieron al agotamiento y al frío hasta que el incipiente deshielo deja al descubierto sus despojos, que no son más que biomasa, materia orgánica que alimentará a los habitantes de la montaña. Esos cuerpos darán vida a muchos de los pobladores de este entorno hostil.    Pero aguardar a que la montaña desentierre y muestre el inerte cuerpo del corcino o el gabato que no tuvieron la suerte de sobrevivir, es algo...