El drama de los herrerillos
Escribo estas líneas frente a la puerta de mi casa en la montaña, sin perder de vista la oquedad del muro donde la pareja de herrerillos había construido su nido y traído al mundo a su prole de pequeños pajarillos. Ayer aún veía a la pareja con sus incansables idas y venidas llevando alimento al nido y extrayendo de él los excrementos al salir. Son ya muchos días los que he ido viendo el infatigable trabajo de los herrerillos para traer su descendencia y sacarla adelante, pero hoy no los he visto. El muro ahora es un pequeño agujero apenas perceptible, sin vida aparente.
Anoche, antes de acostarme, salí a la puerta a escuchar los sonidos de la oscuridad. Aún se escuchaba alguna estrofa del ruiseñor y el sonido de los grillos, a los que acompañaba el metálico zumbido del chotacabras y algún lejano ululato del cárabo, pero algo vi que no me gustó y cuyas consecuencias han podido traer ese drama: Sobre el tejadillo del muro que hay justo encima del nido de los herrerillos, un gato descansaba entre las tejas.
La naturaleza, a quien gusta de observarla, muestra el optimista canto de la vida, pero también revela el trágico drama de la muerte. Un drama que forma parte del hilo de una compleja telaraña que es fundamental para la vida de otro organismo quien, de lo contrario, viviría a su vez esa fatalidad.
De vez en cuando las golondrinas que también conviven junto a mí, expulsan ruidosamente a alguna urraca que se arrima a sus nidos; he observado indicios en mi jardín del paso de la comadreja quien, sin duda, no dudaría tampoco en atacar cualquier nidada para alimentar a su prole de pequeños peluches carnívoros, pero el gato… Que haya sido un animal doméstico quien haya podido destruir la vida del pajarillo silvestre y toda su familia de pequeños herrerillos me descorazona más que si hubiera sido un lance entre animales salvajes, pues es aquí donde también, aunque involuntariamente, la mano del hombre ha ejercido su influjo sobre la telaraña rompiendo uno de los hilos.
El ser humano es el causante de que animales domésticos deambulen por los campos, pueblos o ciudades, ejerciendo una acción predatoria sobre la fauna silvestre o hibridándose con su antecesor salvaje y provocando con ello la práctica desaparición de especies como el gato montés (por hibridación) o túrdidos en nuestros pueblos y ciudades (por depredación). Hay ataques de perros asilvestrados a ganado doméstico que causan que el lobo sea acusado de ello y conserve ese halo de maldad que se le asigna injustamente. No hay animales malos o animales buenos, ni siquiera en el caso que escribo hoy, simplemente es supervivencia y costumbres aprendidas (lo que el zoólogo escocés A. Whitten llama también cultura en un estudio publicado en la revista science, aunque marcando las diferencias con el ser humano). Las costumbres predatorias de los animales asilvestrados son una conducta clave para su supervivencia.
Durante toda la mañana no he dejado de mirar el nido de los herrerillos y, sólo en una ocasión, durante un instante, vi cómo se acercaba un pequeño pajarillo al hueco de la pared, entraba y salía rápidamente. Desde la distancia de mi ventana no puede distinguirlo, pero supongo que fuese uno de los herrerillos supervivientes al drama que simplemente quiso volver a su casa para evaluar los daños y ya no volver.
Con la domesticación, el ser humano rompió la citada tela de araña para tejer la suya propia, pensando que la complejidad de ésta no sería tal y que podría imitar la obra de la naturaleza, pero no es así, vivimos un drama en la biodiversidad de nuestro planeta que no tiene precedentes. Somos demasiados y nuestros animales domésticos multiplican nuestro número para no dejar espacio en la tierra a ninguna otra especie que no esté contaminada por nuestro hedor.
No dejo de mirar esperanzado al nido de mis herrerillos, aguardando que en algún momento decidan volver y continuar sus trabajos de cría para sacar adelante a su pollada, demostrando que han sabido sobrevivir y sólo el susto les ha mantenido alejados hasta haber visto fuera de peligro a su nidada. Pero pasan las horas y nada se mueve allí.
¿Es razón suficiente esa para exterminar a los gatos que campean por estos pueblos rompiendo su biodiversidad natural? Razones prácticas no faltan, pero el ser humano racional se ha de comportar con una ética acorde al progreso y los conocimientos. La naturaleza y los seres vivos que la pueblan no son de nuestra propiedad, no viven para nosotros, tienen sus propias vidas, con sus dramas y alegrías y nuestro influjo les supone un drama al que se tienen que enfrentar aún mayor que el que provocan sus propios predadores. Es fascinante cómo aún puede haber algo de biodiversidad natural atendiendo a la muerte que cada día observo: Aves golpeadas por los coches, carnívoros envenenados o atropellados, herbívoros depredados por sus enemigos naturales, presas no obstante de las que se valen para poder sobrevivir y sacar a delante a su prole, que también es depredada por otros que les superan en el nivel de la pirámide trófica… Parece que la vida solo persiste si no alardea, siendo discreta, de lo contrario cualquier organismo podrá verlo y terminar con ella, incluido el ser humano por el mero hecho de destruir, sin otra razón. El problema de terminar con las especies asilvestradas es demasiado grande como para abordarlo de manera simple. Cualquiera que convive con gatos sabe que pese a su independencia, son zalameros, te obligan a prestarles atención, a apiadarte y acogerlos o darlos las sobras de tu comida, pero no todo el mundo actúa así, aún existen personas que al ver un animal se creen con derecho a decidir por su vida y les disparan para divertirse o les envenenan para que no molesten. Es este quizás un modo de terminar con poblaciones de animales domésticos que se han asilvestrado, pero no es la manera correcta y nadie debería defender estos métodos rápidos y faltos de toda moral, que tampoco son efectivos dadas las circunstancias que vemos. Quizás las odiadas por muchos colonias de gatos, donde voluntarios alimentan y se hacen cargo de recogerlos para su castración y revisiones veterinarias con el fin de que no se resienta la salud pública y no se cree un problema por enfermedades que pudieran transmitir, sean la mejor solución, pero hay que darla a conocer para que la sociedad la entienda como lo que es, o al menos pretende ser, una manera eficaz y ética de controlar animales que han sido abandonados y cuyos supervivientes han prosperado al amparo de las ciudades y los pueblos, creciendo en número de una manera exponencial, pese a la alta mortalidad que tienen debida a las interacciones con el ser humano o enfermedades. Habrá a buen seguro otros métodos más eficaces que aún no se han sabido implantar, pero un buen funcionamiento de estas colonias gatunas, con ayudas por parte de la administración para que nadie tenga que costear los cuidados, es la única solución ética que hoy en día existe y cuya eficacia se irá viendo con los años pues, como en todo, lo que realmente funciona no es de un día para otro, sino que se debe asentar en el tiempo y, poco a poco, irse percibiendo su merma hasta que un día ya no esté el problema y la fauna silvestre cuente con un enemigo menos. Para que esos herrerillos a los que tanto aprecio cogí en estas semanas y que tan afanosos iban y venían con alimento para sus pequeños pollos, tengan que preocuparse por una cosa menos y les sea más fácil sacar adelante a esa prole que hoy se ha perdido; de esa manera la naturaleza volverá a tener el color que el ser humano le ha ido robando tras miles de años de asentamiento sedentario.
Una última mirada antes de cerrar, pero nada se mueve en el pequeño agujero en el muro. Siguen las golondrinas revoloteando, el colirrojo moviéndose nervioso, escucho de vez en cuando al verdecillo posado en la antena y el paso de los jilgueros buscando qué echarse a la boca, al pico mejor sería decir; veo también alguna lagartija cruzar con cautela el patio para subirse al muro y a la cigüeña volar sobre el pueblo. La vida, en efecto, sigue para muchos que, ajenos al drama que yo he percibido, viven sus propios calvarios mientras sobreviven como pueden en este pequeño trozo de naturaleza domada.
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