Que otros lo escriban por mi.

 

    “Voy a romper la pluma. Ya no la necesito.
Lo que mi alma siente yo no lo sé decir.
Persigo la palabra y solo encuentro un grito
roto, inarticulado, que nadie quiere oír…”

    Así rezaba la primera estrofa que Gerardo Diego dedicaba al “Poeta sin palabras”. Pedía a Dios.  en su siguiente estrofa, volver a “interpretar las flores, traducir las estrellas”. Y en esas estoy desde hace un tiempo en el que la atribulación que mi alma está sobrellevando ha hecho enmudecer la pluma que antes documentaba sobre el papel cada latido que partía del corazón. Hoy no permite articular por escrito o de palabra, nada que no sea un lamento, no encuentro palabras que lo describan o que lo adornen con el oropel del poeta, tan solo un aullido que escrito tiene esta traza:

    AAUUuuuu!!!

    Por eso acudo a Elisee Reclús y su Historia de una Montaña, pues cuando no encuentras palabras, sólo hay que mirar en la biblioteca y alguien seguro que las ha escrito ya, y no hay que bucear mucho, pues en su primer párrafo ya dice casi todo.

    “Estaba triste, abatido, hastiado de la vida. El destino había sido duro conmigo, se había llevado a seres que me eran muy queridos, había arruinado mis proyectos y aniquilado mis esperanzas. Hombres a quien yo llamaba mis amigos se habían vuelto contra mí al verme asaltado por la desgracia; la humanidad entera con sus intereses en lucha y sus pasiones desencadenadas, había llegado a parecerme odiosa. Quería escapar a cualquier precio, fuera para morir, fuera para reencontrar, en la soledad, fuerza y tranquilidad mental.

Sin saber muy bien a dónde me conducirían mis pasos, había salido de la bulliciosa ciudad y me dirigía hacia las grandes montañas cuyo perfil dentado veía recortarse en el horizonte”.

    Sale de la ciudad, se lamenta de los ruidos humanos que escucha en su camino, pero… “Cuando marchaba en soledad, escuchaba con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo del río y los mil rumores escapados de los grandes bosques”.

    Y llega a las montañas… “Por primera vez desde hacía mucho tiempo, experimentaba un sentimiento de verdadera alegría. Mi paso se hizo más vivo, mi mirada más segura. Me detuve a aspirar con placer el aire puro que descendía de las cumbres”.

    Continúa huyendo hacia la soledad… “Un sendero, trazado por el paso de cabras y pastores, se aparta del camino más ancho que sigue el fondo del valle y sube oblicuamente por la ladera de las montañas. Es el camino que tomo para tener la seguridad de poder estar al fin solo”.

    Y por fin la encuentra… “Poco a poco, bajo la influencia del tiempo y la naturaleza, los lúgubres fantasmas que acosaban mi memoria aflojaron su asedio. No paseaba solamente para escapar de mis recuerdos, sino también para dejarme penetrar por las impresiones del medio y para disfrutar de él como sin darme cuenta.

Si, desde mis primeros pasos en la montaña, había experimentado un sentimiento de alegría, es porque había entrado en la soledad y porque las rocas, los bosques, todo un mundo nuevo se alzaba entre mí y el pasado. Pero un buen día comprendí que una pasión nueva se había introducido en mi alma. Yo amaba la montaña por sí misma. Amaba su rostro calmo y soberbio iluminado por el sol cuando nosotros estábamos ya en la sombra; amaba sus hombros vigorosos cargados de hielos de reflejos azulados; sus laderas, en las que los pastos alternan con los bosques y las gleras; sus raíces poderosas, que se extienden a lo lejos como las de un árbol inmenso, separadas por cañadas, con sus arroyuelos, sus cascadas, sus lagos y sus praderas. Amaba todo de la montaña, hasta el musgo amarillo o verduzco que crece sobre la roca, hasta la piedra que brilla en medio de la hierba”.

    Cuando entras en una dinámica en la que la vida parece no ofrecer nada bueno, cuando todo lo que esperas, lo que ansías, te es negado por el tiempo que, inexorable, sólo ha ido dejando un rastro lúgubre tras de ti, y ese mismo espectro gris parece adelantarte y esperarte a cada paso que vas dando para fundirse en una nube acechante que nunca se desvanece y va creciendo sobre tu sombría figura, lo único a lo que aferrarte es ya la esperanza, por pequeña que sea, de que algo de eso que durante tanto tiempo te ha sido negado, extienda su pequeña mano desde esa nube que te cubre y puedas aferrarte a ella para escapar de esas tinieblas sumergiéndote en el mar de nubes y, sobrepasado al fin, sentarte sobre él a disfrutar el resto de tu vida de aquello que te fue negado durante tantos años y por lo que tanto has luchado cada día, cada minuto. Pero esas victorias sólo se dan en los sueños o en las películas ñoñas, la realidad sólo te presta un chubasquero para la tormenta, y con eso te tienes que dar por satisfecho.

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