Sobre rastreo

 

 

   El conocimiento autodidacta es útil, pero tiene sus limitaciones, sobre todo cuando queremos interpolarlo a la práctica. Cuando uno lleva tantos años moviéndose por la montaña, por la naturaleza en general, llega un momento en el que quiere saber lo que rodea al entorno por el que se mueve, y qué mejor que el conocimiento de los animales y vegetales que lo pueblan, los tipos de sustrato sobre el que viven… Para ello hay excelentes libros y guías que te muestran cada animal o planta que allí habitan, es fácil absorber ese conocimiento escrito del que mi biblioteca está rebosante, pero cuando quieres traspasarlo al medio, te das de bruces con la realidad: No ves a la garduña, ni al lirón gris, ni al lobo, ni siquiera al enorme oso, incluso el roble que ves se te hace extraño ante las diferentes especies que pueden habitar en tu entorno y has de poner todo tu esmero en diferenciarlos. De vez en cuando ves huir a un ciervo o cruzarse en el camino a un despistado zorro que sigue un rastro, para en cuanto te detecta, salir rápidamente de tu campo visual. Es entonces cuando te planteas que si quieres ver a algún animal, corresponde darte un serio madrugón para que antes del amanecer puedas estar ubicado y oculto  en alguna zona donde sabes que pasan y, a distancia, utilizando medios ópticos, poder descubrir con suerte las andanzas de algún oso, o el campeo del lobo.

    Pero no todos queremos pasar horas inmóviles a la espera de que asome algún animal y deleitarnos con su devenir ajeno a nuestra presencia, ni siquiera estamos dispuestos alguno a madrugar de esa manera si no es por nuestras obligaciones laborales, claro. Yo para ese fin utilizo los atardeceres, me da igual que la noche se me eche encima cuando estoy en zona conocida. Pero no soy tampoco de esperar para ver algo, con saber que allí por donde me muevo es por donde tiene lugar la fascinante vida de esos animales, me basta para disfrutar del paseo. Para ambas cosas es imprescindible el conocimiento de los rastros que la fauna del entorno deja, bien para saber por donde suelen moverse y hacer esperas en atalayas que dejen a la vista esos lugares de paso, o bien simplemente para leer el terreno y darte por satisfecho.

    Para ello hay también excelentes guías de huellas y rastros de animales de las que te puedes empapar y usar incluso en tus salidas al campo, pero cuando te ves en el terreno, junto a un rastro, mirando en la guía y sin saber con qué animal cuadra, te das cuenta de que por mucho que leas, necesitas a alguien que te explique sobre el terreno de quién puede ser esa huella o qué animal ha depositado aquél excremento y por qué en ese punto concreto. Tras algún curso on line que he hecho, muchas charlas sobre rastreo que he visto en youtube desde casa, conferencias escuchadas y libros leídos sobre comportamiento animal y fauna  que habita en los territorios por los que me muevo, he tenido que hacer finalmente un curso presencial con salidas prácticas al campo para descubrir cosas que nunca aprenderás si nadie te lo enseña in situ.

   La primera enseñanza del curso es que no hay una huella perfecta, un rastro “tipo” que te diga qué animal lo ha depositado. Esto es un trabajo detectivesco en el que tienes que medir muchos parámetros y observar no solo el rastro, sino el entorno, para poder determinar con un porcentaje de fiabilidad aceptable, el animal que lo ha depositado.

    El conocimiento de la fauna del entorno, de su comportamiento, del sustrato donde se deposita el rastro, de las plantas que hay y los frutos con los que se puedan alimentar esos animales es fundamental para la labor de rastreo. Sin eso, la huella que percibas no dejará de ser una anónima marca dejada por un animal que pasó por allí en un momento indeterminado.

    Empezando un viernes y hasta el domingo, Máximo nos ha tratado de mostrar sus conocimientos sobre todo esto en un curso celebrado en la montaña palentina, un lugar donde puedes encontrar rastros y huellas casi de cualquier animal ibérico, salvo el lince o algún otro de hábitos más sureños.  Un ecosistema que podría decir que es completo, al contar con presencia de animales como el rebeco en las cumbres, el lobo o el oso, por citar alguna de las especies más emblemáticas que lo habitan. Pero no solo el instructor fue quien aportó conocimientos durante el curso, cada uno de los alumnos con los que compartí aula tanto interior como exterior, aportaron unos conocimientos que me dejaron boquiabierto. Todos mis años recorriendo entornos naturales y me di cuenta de que no sabía nada de nada, con lo que me dediqué durante este fin de semana a absorber todo el conocimiento que emanaba de tan ilustres naturalistas y a ver si con suerte, soy capaz de retener aunque sea un poquito, para enriquecer mis conocimientos y poder extrapolarlos al medio por el que me gusta moverme: la naturaleza. Todo un lujo que no quise dejar ahí y, tras terminar el curso, salí el domingo por la tarde a poner colofón al fin de semana en uno de mis lugares favoritos de la montaña palentina que no hace tanto descubrí. Busqué rastros en el ascenso pero, antes de mi, habían subido ya los rebaños de ovejas que en trashumancia acuden durante el verano a las proximidades del mágico mirador al que a menudo acudo a ver atardecer. Todo rastro estaba borrado, tan solo algún excremento de mustélido y de zorro pude distinguir, el resto eran huellas y rastros de mastín y de las ovejas que protege. Pero cuando estoy en estos entornos donde el bosque susurra los vientos, el arroyo desciende entre la arboleda murmurando su canción, las aves forestales entonan su concierto esperando a que el atardecer les abra el telón. Cuando te separas del bosque en ascenso y empiezas a ver el panorama que se abre, con las montañas de fondo tratando de sobresalir entre las nubes, que no quieren ceder su protagonismo en el paisaje y pelean con la propia montaña para tratar de imponerse, dejando la pugna finalmente en unas  “tablas” de las que el paisaje se ve muy beneficiado; es ahí cuando dejas de observar los rastros y te envuelves en el romanticismo que empujó a los pioneros que encontraron en la naturaleza su inspiración. Te fundes en el paisaje y, como parte de él, flotas aparentemente sin esfuerzo hasta encaramarte en lo más alto, donde lo sublime se vuelve magia, y permaneces allí embobado hasta que la noche empieza a conquistar lo que horas antes ganó el día y tienes que volver a la realidad cotidiana de la que huyes cuando buscas la naturaleza, pero como intruso esta vez, pues es la hora de lo salvaje, lo no domado, y el retorno entre las sombras delata tu debilidad, sobre todo si has olvidado de nuevo subir el frontal y es la linterna del móvil la que a tramos te ilumina la senda..

 

   No obstante, el ojo habituado atiende a todo lo que sobresale un poco de la armonía, y un excremento de oso puso el punto y final a todo un fin de semana de rastreo por la montaña palentina. Bueno, un excremento compatible con oso, pues no era el típico que suelo encontrarme, ni pude ver cómo defecaba, ni nadie se va a molestar en hacer su perfil genético para demostrarlo. Que los expertos decidan, a mi aún me queda mucho que aprender. Fuera o no el oso quien se detuvo allí a contemplar las vistas, he de reconocer que ha escogido el mejor mirador posible para su cuarto de baño.

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