Víctimas de lo salvaje: los riesgos de la naturaleza.

 


“Salir a correr al anochecer o de noche, dejar a niños pequeños sin vigilancia en zonas de presencia de grandes carnívoros, acercarse demasiado a hembras con crías o a animales heridos, y pasear con un perro sin correa en dichas áreas son las principales causas de ataques”, explica Vincenzo Penteriani, investigador en la Estación Biológica de Doñana y autor principal del estudio sobre ataques a humanos de grandes carnívoros publicado en Scientific Reports. (SINC 3/2/2017)

 

    Los ataques de la fauna a los seres humanos no son algo insólito que tan solo suceda en países del tercer mundo: el pasado año, un corredor en Italia murió tras toparse en uno de sus entrenamientos por la montaña con un oso pardo, y no han sido indiferentes para nadie las dramáticas imágenes que dieron la vuelta al mundo en los noticiarios narrando la muerte en directo de un joven turista ruso en Egipto por un tiburón mientras a gritos pedía auxilio.

    ¿Pero, realmente estamos en serio peligro y hay que tomar medidas contra esta “terrible” fauna que nos ataca?

    Me voy a servir de muchos datos de diversas fuentes y de un ranking publicado en el diario “leonoticias” en junio del año 2021. En ese listado, el liderato en cuanto a muertes a humanos provocadas por un animal se lo lleva el mosquito, un diminuto ser vivo que deja unas 750.000 muertes al año, al ser portadores de enfermedades como la malaria, el dengue o la fiebre amarilla (más de la mitad por la malaria en el África subsahariana). El mamífero más mortífero que habita el planeta, ocupando la segunda posición del ranking, no es otro que el propio ser humano, a manos del que mueren según el artículo 437.000 personas al año. Los segundos seres vivos más mortíferos para nosotros mismos somos: … nosotros mismos.

    Se habla mucho del riesgo que hay para los habitantes del medio rural o para quienes acuden al encuentro de la naturaleza hacia nuestras montañas, por causa de los grandes carnívoros en nuestro país como el lobo o el oso. Sin embargo en este ranking al que aludo, y del que supongo bien documentado y contrastado al estar publicado por un diario de noticias veraz, el lobo causa en el mundo unos 10 fallecidos al año (documentados en los últimos 50 años en zonas de Europa, América del Norte y algunas regiones de la India). El oso ni siquiera entra en ese ranking de los 17 más letales, que cierra el temido tiburón, con 17 víctimas mortales al año a sus espaldas.

    Leones o tigres también integran los últimos puestos del ranking, aunque a decir verdad, el mismo artículo alude a que hay muchas desapariciones de campesinos en zonas rurales que no se denuncian y pudiera darse el caso de haber sido víctimas del ataque de estos felinos. En la india, el tigre es a la vez temido y amado, causa numerosas muertes entre la población, pero es venerado también entre sus habitantes: 120 muertes al año son su funesto legado, concentradas en Asia en su mayoría, donde habitan estos animales en estado salvaje. ¿Qué les lleva a atacar al ser humano? De los leones se ha dicho que problemas en la mandíbula o en la dentadura que les impiden dar caza a sus presas, pueden ser la clave de que se conviertan en antropófagos. También, como es lógico, la presión humana debida a nuestra creciente sobrepoblación incita un mayor número de conflictos, así como los nuevos hábitos de escapar del medio urbano hacia entornos naturales y el acorralamiento de estos animales en un hábitat que poco a poco les vamos recortando, provocan más encuentros y con ello mayor riesgo hacia nuestra especie, que no está preparada para resistir físicamente este tipo de conflictos y ha olvidado además el peligro que comporta adentrarse en un medio salvaje.

    Nematodos, moscas o chinches están en altos puestos de ese ranking, pero otra especie odiada y a la cual tememos de manera ancestral es la serpiente, número 3 del citado ranking que deja según este listado 100.000 muertes al año.

    El ser humano se ha ido adaptando a la seguridad de los núcleos urbanos de tal manera que casi ha olvidado que, detrás de estos muros de civilización casi impenetrables, los peligros de la naturaleza salvaje perduran; una naturaleza que sigue su curso a pesar de los impedimentos que le seguimos poniendo. Pero el hombre busca, persigue cada vez más ese medio natural del que siempre ha formado parte y es ahí donde los riesgos aumentan, con más gravedad si cabe ante el condicionamiento para la fauna de una menor densidad de hábitat favorable, que nos obliga a compartir ese medio, entre otras cosas, para muchas de nuestras actividades económicas al tiempo que además salimos cada vez más a menudo y con  mayor afluencia hacia los parajes naturales por motivos de ocio e incluso salud, huyendo de esa prisión urbana donde nos confinamos la mayor parte de nuestro tiempo. Esas circunstancias facilitan, como he apuntado, que haya encuentros fortuitos con esos animales mitificados por nuestras más funestas leyendas. Nos hemos olvidado como especie de esos riesgos que para nosotros presentan los lugares que no hemos domesticado del todo y nos dispersamos por ellos sin la precaución debida, al encuentro de una naturaleza que consideramos como una amable senda campestre de un parque urbano bien acondicionado, olvidando esos peligros para los que ancestralmente estábamos preparados. No deberíamos perder de vista ese miedo atávico a ser devorados o atacados, pues era nuestra mayor protección, pero tampoco hemos de condicionar nuestra vida a ese peligro, ya que si bien son sucesos que pueden, y de hecho acontecen, no dejan de ser algo anecdótico, una conducta en general por parte del depredador que se considera aberrante y, pese a ciertos casos de depredación más difíciles de predecir, cualquier otro conflicto por encuentros fortuitos se puede sortear siguiendo ciertas normas y pautas de conducta por nuestra parte. No olvidemos que la naturaleza ya no es nuestro territorio, no estamos familiarizados con sus alarmas y, nuestros sentidos están tan sumamente atrofiados, que apenas percibimos a un animal salvaje que esté tras un arbusto a escasos metros de nuestro paso. Salir al encuentro de la naturaleza ha de hacerse siguiendo una serie de precauciones para evitar esos tropiezos con animales para los que en otra época podríamos haber sido una preciada fuente de alimento, pero no olvidemos que, sin darles todo el protagonismo sobre riesgos a esos animales, hay también que ser cautos cuando uno se desenvuelve por terreno alejado del asfalto, donde el peligro igualmente está en un mal paso que nos puede hacer perder el equilibrio y abocarnos a una caída que, en ciertos lugares, sería fatídica, o simplemente en probar determinado fruto o recolectar una flor que nos puede causar serios problemas. Ese miedo atávico a ser devorados por un depredador, que nos ha hecho más cautos, nos ha permitido sobrevivir y prosperar hasta hoy pese a nuestra escasa capacidad física en comparación con la de estos animales. Ese condicionante hizo que históricamente se considerase al medio natural y salvaje como algo peligroso, algo a evitar hasta que la literatura romántica y los viajes narrados por aventureros que se adentraban en los más inhóspitos lugares de la tierra empezaron a revelar las virtudes de ese medio ambiente salvaje, poniendo en alza el reto de conquistar o la belleza de admirar esos entornos. Pero no sólo el gran depredador constituye un riesgo para nuestra vida o salud. El veneno que, por ejemplo, tiene una medusa: la avispa de mar de las costas australianas, es el más potente que existe y con sólo rozarte, sin que el animal te ataque directamente, te provocaría una insuficiencia cardíaca que te llevaría a la tumba. Una pequeña rana (rana dardo dorada de Sudamérica) y un caracol (caracol cono de los arrecifes del Océano Pacífico), presentan venenos tan potentes o más que la propia serpiente taipán, de Oceanía, cuya mordedura puede causar la muerte de un ser humano en 45 minutos. Son animales para los que el veneno es un arma de defensa contra sus propios depredadores o que utilizan con el fin de  matar a las presas de las que alimentarse, entre las que el ser humano no se encuentra, pero con los que un fatídico tropiezo, una negligencia por manipularlos o la simple mala suerte ante un tropiezo casual si te encuentras en su zona de influencia, te supondría la muerte.

    Hoy en día, en la India, el Tigre sigue siendo un gran depredador que a menudo se cobra víctimas humanas tal y como he apuntado al citar el ranking; más de 225 personas murieron entre 2014 y 2019 a causa de ataques de ese gran felino en la India, según el propio gobierno. Hace solo un año, la prensa se hizo eco de la historia del “devorador de hombres de Champaran”, abatido a tiros en un amplio dispositivo tras matar al menos a 6 personas en un mes (diario El Mundo, 9 octubre de 2022). La pobreza imperante en esos lugares no es inocente y favorece ese peligro. Al no disponer en muchas ocasiones de baños, las personas que viven donde hay tigres en libertad han de salir de casa a hacer sus necesidades siendo en esas ocasiones cuando la vulnerabilidad es mayor (entre otras cosas por reducirse la silueta al agacharse). Cuando una persona sale al borde de una carretera a hacer esas necesidades fisiológicas, debe de ir acompañada de otra persona que permanezca de pie y vigilante al lado, con el fin de que el presunto felino merodeador no perciba esa silueta reducida y acuda a hacer presa sobre el infortunado. Aún así, como dicen los expertos, si un tigre va a depredar sobre un humano, este no se percatará hasta el instante en el que el felino haya hecho presa sobre él, y ya será demasiado tarde. Aquellos que vean un tigre, no han de preocuparse en principio porque puedan ser presa del mismo, si eres la presa no te darás cuenta de su presencia, no lo verás. En la India están el 70 % de los tigres que quedan en el mundo, con una población según las fuentes del citado artículo de 2967 tigres en 2018.

    También es de sobra conocida la historia de los dos leones del Tsavo, que en la construcción del ferrocarril que se inició a finales del siglo XIX, durante nueve meses devoraron a los trabajadores del citado ferrocarril, sorteando las cercas de matorral que protegían el campamento y extrayendo de la tienda o choza a las víctimas para acarrearlas fuera del cercado y ser allí devoradas. El coronel Patterson, ingeniero encargado de la construcción del puente sobre el río Tsavo por parte de la compañía de ferrocarriles de Uganda, fue quien tuvo que lidiar con el problema hasta que finalmente cazó a ambos leones, animales según él mismo cita en su libro, de casi tres metros de hocico a cola cuyas pieles se conservan en un museo de Chicago montadas sobre un diorama. Los nativos tenían la creencia de que se trataba de dos demonios en forma de león, espíritus de dos jefes nativos ya fallecidos que protestaban por la construcción en sus tierras del ferrocarril.

    Se han barajado a través de diferentes estudios, las causas de ese comportamiento anormal por parte de los depredadores que acechan al ser humano, y entre ellas está la de tener heridas (como dientes infectados por ejemplo) que imposibilitaban la caza de sus presas habituales con las que alimentarse y por ello acuden a otra más fácil y blandita: nosotros. Se estudiaron para los episodios del Tsavo otras hipótesis que pudieran condicionar ese comportamiento, como un brote de peste bovina que diezmó a sus presas y obligó a los felinos a encontrar otras fuentes de alimento disponibles o el haberse acostumbrado a ingerir los cadáveres de humanos que hallaban por causa de la mortalidad habida en las caravanas de esclavos que marchaban cruzando el río hacia Zanzíbar. Fuera de ese caso, existe un estudio que incluso indica cómo el hecho de que un león se vea abocado a atacar a un puercoespín (por falta de otras presas) puede condicionarle a ser un  “man eater” posteriormente, Esta relación tan insólita se da porque alguna espina de dicho roedor se le clavaría e impediría al depredador a acceder a piezas de caza más habituales como los grandes ungulados africanos; estos son datos derivados de las investigaciones realizadas por un equipo del museo Field de historia natural de Chicago, analizando los registros históricos de leones que fueron heridos tras atacar a los citados puercoespines.

    Desde luego que la sensación de ser presa de un gran depredador es inquietante y pavorosa. Esa vulnerabilidad a la que no estamos habituados puede condicionar nuestro comportamiento haciendo que no salgamos de ese cercado protector que nos hemos construido: nuestras ciudades y pueblos, la civilización. Considerando estos hechos, es la manera de protegernos del medio hostil más eficaz que el ser humano ha encontrado y, aunque realmente la segunda causa de muerte seamos nosotros mismos, esta protección a modo de “rebaño”, unida a muchas otras causas, ha hecho que nuestro crecimiento exponencial nos lleve hacia donde hoy nos encontramos.

    Nuestro conflicto con las serpientes es también ancestral; de hecho, hay estudios que indican que nuestro cerebro ha ido evolucionando para detectar y temer a las serpientes, una manera de protección evolutiva. La mayoría de nuestros encuentros con estos reptiles son fortuitos y terminan en mordeduras que, si se trata de una serpiente venenosa y es en algún lugar donde hay escaso acceso a hospitales, nos puede llevar a la muerte. Pero también hay depredación sobre humanos por estos reptiles. Serpientes como anacondas o pitones se emboscan para atacar presas de gran tamaño y, entre estas, aunque no sea lo habitual, el ser humano puede ser una de las víctimas que termine siendo digerido en el estómago de estos enormes reptiles de hasta 10 metros de longitud. En Indonesia la pitón reticulada mató en un año a dos personas, tal y como recoge un artículo de National Geographic publicado por Sarah Gibbens el 19 de junio de 2018. La pitón de roca africana, pitones birmanas, anacondas verdes y pitones reticuladas son las especies que podían predar sobre humanos para alimentarse, siendo la última la que más casos reporta, aunque en general el ser humano no es presa, sino otros mamíferos de tamaño pequeño o mediano.

    Hemos recorrido diversas partes del mundo nombrando fabulosos animales que a más de uno nos harán olvidar esas ansias de recorrer zonas salvajes e indómitas de otros continentes. Pero no hay que irse tan lejos para comprobar en nuestras carnes los peligros del medio salvaje. En los países occidentales hay animales con la suficiente entidad como para causarnos la muerte. Quizás sea el oso quien más peligro pueda traer sobre nosotros y en concreto el oso polar, único en la especie que de manera general puede decirse que podría considerar al ser humano como presa potencial y, si bien no son muy numerosas las víctimas causadas por este úrsido en concreto, ello no se debe a otra causa que la propia idiosincrasia del hábitat que ocupa, uno de los más extremos y menos habitados de la tierra. Un documento técnico sobre ataques de oso publicado por la fundación oso pardo en 2019 y que se basa en diferentes estudios, pone al oso polar al mismo nivel que el tigre o el león en cuanto a su peligro predatorio sobre el ser humano. Entre 1870 y 2014, se documentaron un total de 73 ataques de oso polar en un análisis por parte de Wilder y colaboradores del año 2017. De los 20 muertos que se derivaron de esos ataques, la mayoría los produjeron machos adultos hambrientos, mientras que las hembras, los pocos que provocaron, fueron en defensa de las crías. Si otros osos más “pacíficos” causan mayor número de víctimas (por ejemplo el oso negro americano), es debido a la mayor presencia de personas en el hábitat que ocupan y la gran densidad de este animal, lo que obviamente es causa lógica de conflictos. La escasa presencia humana en el territorio del oso polar y las precauciones que se toman quienes recorren esos parajes, hacen que sea más difícil un encuentro con este depredador.

    Sin embargo, también en otras especies de úrsido se han hallado conductas predatorias, aunque son inusuales dentro de los ataques a humanos, como por ejemplo el oso pardo americano (grizzli) o el oso negro, entre cuyas conductas se han comprobado en algún caso ataques predatorios sobre nuestra especie. El gran número de estos animales en un lugar poblado y frecuentado por personas amantes del medio natural facilita los encuentros indeseados y los ataques fortuitos, un comportamiento anómalo predatorio que ha sido muy estudiado. En Norteamérica hay unos 60.000 osos pardos (grizzly) y unos 950.000 osos negros y las víctimas mortales provocadas por ambas especies difieren poco (44 por grizzli y 33 por oso negro entre 1990 y 2019), lo que da la idea de la mayor agresividad del oso pardo americano, aunque en esencia los ataques son por así llamarlo defensivos, por osas con crías o debidos a encuentros súbitos y defensa de alimento. El oso negro, pese a ser menos agresivo, ha mostrado en algún caso esporádico ataques predatorios, en su mayoría por machos solitarios. Herrero y colaboradores atribuyen un 88% de los ataques de oso negro a humanos como predatorios, más a menudo en zonas remotas que en las más humanizadas. Aún así, es recalcable que hay infinidad de encuentros con esos osos y se saldan sin conflicto alguno, lo que induce a pensar que este comportamiento hacia el ser humano es una excepción, pero si no queremos ser nosotros las víctimas infortunadas de una particularidad aberrante de comportamiento de un depredador, han de tenerse las máximas precauciones siempre que uno se adentra en territorio salvaje donde existen animales que pueden hacer presa en nosotros para evitar esos encuentros.

    “Estamos en el siglo veinte y debemos apoyar nuestras afirmaciones en la opinión fundamentada de los biólogos, y no sobre las consejas de camino que luego se desmesuran el sábado por la noche en la tasca del pueblo” Así termina Christian Kempf su introducción aludiendo a los gigantes de nuestros bosques en su libro “los señores del bosque”, editado en 1987. Esta afirmación viene muy bien para pasar a describir al gran enemigo del hombre, al animal que más odios y recelos despierta y del que más se ha fabulado. No es otro que el lobo.

 

   Si bien ciertas culturas de primitivos cazadores recolectores le trataban como un hermano, del que aprendían e imitaban métodos de caza, la aparición de la ganadería modificó esa aceptación, convirtiéndolo en el “demonio negro” del antiguo testamento. Tal era el ideal del lobo como asesino de hombres que incluso en Francia, bajo el reinado de Luis XIV, un estratega presentó un proyecto para aniquilar a la nación inglesa en un año, soltando allí un ejército de lobos: “Desembarcando 10.000 lobos, y dado que este animal sentía predilección por los ingleses, en ese tiempo terminaría con los 7.000.000 de habitantes que por entonces formaban Gran Bretaña”. Son palabras de G. Ménatory recogidas por C. Kempf en su aludido libro. Recoge apuntes también sobre la “bestia de Gevaudan”, al que se atribuyen  unas 100 víctimas en dos años. Si bien no hay que desdeñar el hecho de que los lobos pueden haber matado seres humanos, la leyenda sobrepasa cualquier viso de realidad sobre estos hechos anecdóticos. Relatan que en 1917, numerosos muertos por la guerra fueron abandonados en el campo de batalla de Montenegro y Macedonia. El comandante ordenó abatir a los lobos que se alimentaban de los cadáveres, descubriendo entonces que se trataba de perros asilvestrados. Si  buceamos un poco por la web, veremos que hay ataques de este cánido en España. Según un artículo firmado por la bióloga Ana Díaz en 2018 para “experto animal”, el último fue en 1983 cuando un pastor fue mordido en la cara al tratar de arrebatar la camada a una loba. Wikipedia habla de los ataques de lobos en Kirov (Rusia), donde entre 1944 y 1954 mataron a 22 niños de entre 3 y 17 años. En España se cuentan varios ataques en los años ’70 del siglo XX, donde en Orense supuestamente mató un lobo a dos niños, aunque desde el propio ministerio se consideran casos dudosos.

    El oso pardo no ha pasado tampoco desapercibido en España por varios ataques en los últimos años, encuentros fortuitos que se saldaron con heridas de diversa consideración por parte de las víctimas, aunque en ningún caso se ha considerado ataque predatorio. Si bien no hay que beatificar ni demonizar al oso, sino simplemente considerarlo como lo que es, un animal que vive en libertad y se comporta conforme a su estatus ecológico, tampoco se ha de acudir a zonas oseras sin ser conocedor de ciertas medidas preventivas que evitarían un encuentro fortuito y potencialmente peligroso.   

    Para ampliar lo dicho sobre el oso, hago hincapié en que está estudiado y documentado que ciertos comportamientos por nuestra parte favorecen los incidentes, con lo que es fácil prevenirlo para minimizar esos riesgos. En el aludido informe de la FOP de 2019, recogen un estudio de Penteriani y otro de Garrote y colaboradores del mismo año, que indica que la atracción turística que constituía alimentar a los osos en Yellowstone en los años 60, pudo ser la causa de que, mientras se seguía esa costumbre, hubiera más ataques de oso en la zona, reduciéndose de 4 al año en esa década a una media de 0’1 anuales en la década de los años ’80, cuando ya estaba prohibido.

    Las tres tipologías de ataques de oso que describe el profesor de la universidad de Calgary Stephen Herrero (una de las personas que más ha estudiado estos conflictos entre oso y humano en EEUU y Canadá) son:

    -Encuentro súbito, donde el oso asustado realiza una carga corta y violenta, huyendo acto seguido.

    -Ataques provocados, bien siguiendo a osos heridos durante una cacería, o por comportamientos imprudentes como tratar de ir a fotografiar al animal. Aquí se suele comportar como en los encuentros súbitos.

    -Ataques de depredación, que no tienen nada que ver con los anteriores. Aunque se han descrito algunos en oso negro, por ejemplo, sólo se considera un comportamiento normal en el oso polar, el resto de osos es muy raro.

    En Europa, según relata un estudio de diferentes autores reunido en 2019 con Penteriani como autor principal, entre los años 2000 y 2015 hubo una media de 18’2 ataques de oso al año, de los que 8 son en Rumanía, lo cual no es extraño al ser el país con más presencia osera si excluimos a Rusia.

     Si sólo nos ceñimos a los datos de ataques, uno solo ya es aterrador, pero habría que mirar qué tipo de comportamiento tiene un oso ante nosotros fuera de estos dramáticos encuentros narrrados, y algo así se hizo en Escandinavia, donde trataron de ver el comportamiento de los osos ante la cercanía de las personas: En 114 encuentros con el personal de investigación (Swanson y colaboradores, 1999), ninguno terminó en ataque, aunque en cinco de ellos se produjo una carga disuasoria. Al combinarlo con otros estudios parecidos realizados en Europa y Asia, se dataron 818 encuentros entre investigadores y oso pardo, donde en ningún caso hubo ataques con heridos, si bien se observaron comportamientos de advertencia como gruñidos y bufidos al ser sorprendidos consumiendo alguna carroña o con las crías. El único factor que se barajó para cuantificar el peligro al alza es que el oso se encuentre herido. Posteriormente se hizo otro experimento donde se buscaron los encuentros con osos en Escandinavia nuevamente. De 169 aproximaciones no hubo carga ni ataque, se limitaron a alejarse de donde se encontraban al percibir la proximidad de los excursionistas (80% de los casos), y el resto (20%) resistieron en el encame mientras se pasaba a unos 50 metros de ellos (Moen y colaboradores, 2012).

    G. Bombieri de la universidad de Oviedo y J. Naves del CSIC, lideraron una investigación internacional sobre ataques de oso en toda su zona de distribución entre 2000 y 2015, recogiendo información de 664 ataques a humanos, de los que el 14’3% fueron mortales (en Europa solo el 6’6%, en Norteamérica el 13’1% y en Asia el 32%). Sólo se recoge un 5% del total en ataques predatorios; los más frecuentes son los ataques defensivos con crías (47%), encuentros repentinos (20%), presencia de perros (17%) y oso herido o atrapado (10%). Datos recopilados en el diario El Comercio de Asturias el 31 de mayo de 2021.

    Dado que en nuestro país el animal que con más probabilidad puede ocasionarnos un susto de ese tipo es el oso, al menos a quienes nos movemos por la zona norte de España, confío que estos datos tranquilicen un poco a quien desee emprender una excursión por los espectaculares montes cantábricos o pirenaicos. Dejo reseñado abajo el fabuloso estudio donde se explica con detalle estos y otros datos, repitiendo los datos que ya cité en algún artículo anterior sobre los ataques en España: 7 en la Cordillera Cantábrica y 1 en Pirineos, entre 1999 y 2018. En el estudio se detalla cada uno de ellos.

    Si bien estos datos no recopilan más que una pequeña parte de todos los posibles sobre ataques a seres humanos por parte de la fauna silvestre, sí al menos nos harán recordar que el mundo no es tan amable como queremos imaginar y que se requieren ciertos conocimientos básicos con el fin de prevenir ataques de estos animales. Leopardos, pumas, cocodrilos o pirañas son otros de los animales que causan conflictos con el ser humano, de los que pueden llegar a convertirse en depredadores eficaces. Cada territorio que constituye un hábitat para grandes carnívoros, requiere de ciertas cautelas que las autoridades exponen en sus recomendaciones para que los turistas que visitan esos lugares, quienes a menudo acuden con el fin de poder disfrutar viendo a esa gran fauna salvaje, puedan hacerlo con toda seguridad. España incluye entre las recomendaciones a las personas que quieren visitar zonas oseras, informaciones precisas como las que exponen y publicitan ciertas ONG conservacionistas para prevenir dichos encuentros.

    Entre los depredadores que tenemos en España no he aludido en ningún momento al lince ibérico, dado lo altamente improbable que suceda un hecho de ese tipo con este animal, pero recomiendo el audio sobre el lince Zeus que pondré al final, narrado por Víctor Quero, naturalista del blog “Entre pinos y sembrados”, para darnos cuenta de nuestra fragilidad. Vale la pena escucharlo sin apuntar nada al respecto y que cada cual valore el hecho descrito en él.

 

    No quiero terminar sin hacer alusión a una frase de un capítulo de la serie de culto Doctor en Alaska: Chris Stevens, un ex convicto convertido en filósofo autodidacta que está al frente de la radio K-oso como locutor, es el protagonista de un episodio de hurtos que nadie, salvo el huérfano acogido por la tribu Ed Chigliac, ha sido capaz de descubrir la autoría del astuto criminal que, lejos del ánimo de lucro, le brinda una explicación del por qué de su comportamiento: “…Por lo salvaje, se nos está agotando incluso aquí, en Alaska; la gente necesita que se le recuerde que el mundo es inseguro e impredecible y, que por menos de nada, pueden llegar a perderlo todo tal que así (chasquido de dedos). No puedes predecirlo, lo hago para recordarles que el caos está ahí fuera, acechando más allá del horizonte, por eso”. Así se lo explica el locuaz locutor y, en efecto, así es la naturaleza salvaje, aunque esté arrinconada entre los muros de nuestra civilización: impredecible.

https://www.podcastidae.com/entre-pinos-y-sembrados-podcast/zeus-en-edimburgo-15/

https://fundacionosopardo.org/publicaciones/prevencion-de-ataques-de-osos-2019/

https://www.leonoticias.com/sociedad/animales-personas-matan-20210621184609-ga.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Devoradores_de_hombres_de_Tsavo

https://www.elmundo.es/internacional/2022/10/09/63428ba9fc6c83064f8b45a1.html



Comentarios

Entradas populares de este blog

En blanco y negro

Nuevo año, nuevas circunstancias, nuevos planes

Esos pequeños peluches tan monos... y con tantos problemas: Visones