20 segundos. Historia detrás de una fotografía.
Es una foto más, en poco difiere de otras muchas que tengo o que ese mismo día he sacado. El trasfondo es un bosque otoñal, un arroyo y el atardecer. Pero tras ese encuadre hay una historia que dura los 20 segundos en los que el obturador estaba abierto para capturar toda la luz que me interesaba y darle al arroyo ese toque algodonoso que tan vistoso queda.
Algo se escucha tras de mí mientras coloco
la cámara en la posición que creo adecuada. Estoy rodeado de un inmenso bosque:
el monte Hijedo. Todo lo que me envuelve son hayas, robles, avellanos, acebos o
tejos, bajo los cuales hay un fondo arbustivo de lo más variado, incluso en los
recodos donde el hayedo no ha ocultado totalmente la luz del sol y el
sotobosque ha podido prosperar. El arroyo, pese a las lluvias que en toda
España han estado cayendo sin cesar estas semanas, no trae el caudal que yo
pensaba, asemejándose más al de principios de otoño, antes de que las lluvias
lo alimenten. Aun así, la belleza del paraje es increíble, motivo por el cual
cada otoño desde que lo conocí, no he dejado de visitarlo.
Supongo que ese sonido, que sin duda
procede de un animal, sea el de un arrendajo; es el clásico sonido que dentro
del bosque te sobresalta junto con el del mirlo cuando se revuelve cacareando
en los arbustos que acompañan los senderos. Escucho un segundo reclamo, una
alarma, un quejido o un sobresalto de un animal dentro del bosque, pero cerca.
Ya no sabría decir si es el arrendajo quien lo expele. Pulso el botón de la
cámara justo en el momento en el que el silencio vuelve a reinar y me vuelvo
pausadamente hacia donde procedía.
20…19…. El bosque oculta muchas cosas, pero
algo percibo desde mi posición, en la hondonada y tan arrimado al riachuelo que
parece que me oculto voluntariamente para no ser visto: Descendiendo por la
suave pendiente veo un cánido que viene hacia donde yo me encuentro. Se mueve
rápido pero con la cabeza baja y olisqueando el terreno; aún no se ha percatado
de mi presencia pese a estar a una distancia de escasos 20 metros de mí. A mi
lado hay un puente de madera que cruza el alegre arroyuelo y hacia esa
infraestructura parece ir. Lo he visto casi fugazmente, pero me ha parecido
grande. Pienso en el lobo, pero no puedo concretarlo porque ha desaparecido de
mi vista tras un terraplén. …18…17…16… Aparece de nuevo ya más cerca de mí,
escasos 10 metros nos separan cuando el animal repara en mi figura. En ese
momento me doy cuenta de que es un zorro. Un bonito y lustroso raposo que al
verme da un respingo por el sobresalto, dándose rápidamente y casi en el aire
la vuelta para desandar el terreno que ya había descendido. …15…14… Desaparece
de nuevo tras el terraplén para aparecer instantes después y volverse hacia mí,
justo en el lugar donde le vi en primera instancia. Se detiene un momento a
contemplar a quien, como una estatua, no puede dejar de admirar la escena.
Nuestras miradas se cruzan por un momento hasta que se da la vuelta y camina
unos pasos. …13…12…11… Me observa entre los sinuosos troncos de las hayas
mientras pienso en la oportunidad que he perdido de inmortalizar la escena que
estoy viviendo si mi cámara tuviera puesto el teleobjetivo, el trípode hubiera
estado montado a la altura precisa y, por supuesto, si no estuviera justo en
ese momento captando la imagen del arroyo. …10…9…8… El bonito zorro se
entretiene olisqueando una roca llena de musgo y allí marca con su orina para
decir a cada habitante de la montaña que ha pasado por ese lugar. No me pierde
en ningún momento de vista; bien de frente o de reojo, me tiene vigilado en
todo momento…7…6…5…4… El escenario es grandioso, poder captar la instantánea
del zorro mirando hacia mi entre el amarillo apagado del hayedo, al que poco a
poco el atardecer va secuestrando los colores, haciéndoles más intensos en
principio para, con el anochecer ya en ciernes, volverse una sombra siniestra y
siempre con el arroyo susurrando su historia a mi lado, el musgo vivo de las
rocas, el verdor de los helechos… sería
un sueño para un fotógrafo, pero yo no lo
soy, simplemente soy una persona que acude a la naturaleza con su cámara
de fotos para poder captar algo de esa esencia y poder revivirla en mi casa una
y otra vez contemplando las impresiones fotográficas que extraigo de la
montaña. Cualquiera sabe que una fotografía solo muestra un trozo del paisaje;
para poder contemplarlo entero hay que estar en él y, cuando estás en él, te
das cuenta que ni la mejor de las fotografías se le parece. El caso es que la
fotografía la tengo, muestra ese trozo del paisaje y, cada vez que admire la
panorámica en mi ordenador, cuando la contemple, sabré que detrás de la cámara
estaba la verdadera historia. Allí estaban los sonidos, los aromas, el
cromatismo del otoño y lo que a menudo le falta al paisaje que vemos: uno de sus
habitantes recorriéndolo, ajeno en un primer momento a la presencia del
observador, que soy yo mismo. …3…2…1… El lustroso zorro desaparece de mi vista
con parsimonia, inquieto pero a la vez curioso ha ido ascendiendo lentamente
por el hayedo haciendo un zigzag con el que de reojo me vigilaba. Da igual la
cantidad de animales que hayas visto y en qué circunstancias, cada vez que
tienes un encuentro fortuito con un animal salvaje el corazón se acelera un
poco, dejas de prestar atención a lo que estás haciendo y solo te centras en
admirarlo. Es la fascinación hacia algo que sabemos casi perdido, que prácticamente
nuestra especie ha ido olvidando que existe, centrados siempre en nuestras
propias miserias y odiando a menudo todo lo que no esté domesticado. He visto
zorros muchas veces, incluso después de esta anécdota, mientras volvía por la
carretera ya con la noche encima y soportando los limpiaparabrisas de mi coche una
lluvia que se iba haciendo cada vez más intensa, otro zorro de un salto
desapareció de la luz de los faros hacia las sombras de la noche, escapando por
los prados hacia el robledal de la
ladera. No me puedo explicar cómo hay personas que al ver esto tienen el cuajo
de disparar y terminar con la vida de un ser tan fabuloso o de poner trampas o
veneno para terminar con lo que en otro tiempo quisieron denominar alimañas. No
hay un solo atisbo de raciocinio en quien obra de esta forma, al menos a mi modesto
entender.
Suena el obturador justo cuando el zorro ha desaparecido entre la floresta, me afano en recoger la cámara a toda prisa y alejarme con ella de allí con la intención de que el zorro, que a buen seguro me ha seguido observando, vuelva a retomar su camino una vez que el obstáculo ha desaparecido.
…0.
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/monte-hijedo-riopanero-152440067
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