Sobre la estética del paisaje

 

    ¿Puede un ave que sobrevuela los cielos admirar el paisaje que desde allí avista, percibiéndolo como bello o como desagradable si así lo fuera?, ¿o acaso esa concepción intangible es única en la especie humana?

    ¿Qué observa el gato montés que, sobre un prado, simplemente reposa con la mirada puesta en el horizonte? ¿O el lobo que, también en reposo, dirige su mirada hacia el atardecer en el  collado entre roquedos donde se guarece durante el día?

    Cada respuesta nuestra a una pregunta de ese tipo no obedece más que a la visión antropocéntrica que tenemos del mundo y no deja de ser una repuesta subjetiva a algo que no podemos conocer, si no es basándonos en ideas y conceptos muy personales sobre nuestra actitud o punto de vista hacia la naturaleza. Esa visión antropocéntrica aludida no es algo negativo ni falto de visión natural. El ser humano, por mera lógica, verá el mundo desde su propia perspectiva. Nunca podremos verlo como lo hace un lobo, ni como lo puede concebir una víbora cantábrica. Cada especie posee su propia “visión del mundo” y, aunque nos agachemos o nos arrastremos por el suelo para alcanzar la visión del animal en cuestión, eso no será más que ver el mundo desde su perspectiva, algo muy alejado que el hecho de querer percibir su inherente visión del mundo, cosa imposible de lograr. La diferencia estriba, según los estudios conocidos al respecto, en que el ser humano está dotado de mecanismos sensoriales y estructuras neuronales que lo hacen único en el planeta. O al menos eso creemos. Cada avance en el tiempo supone una evolución en los conocimientos que nos evidencia, cuando miramos hacia el pasado, que aquello que otrora eran verdades inmutables, hoy se nos revelan como auténticos disparates o necedades. Quizás con el paso de los años, los avances científicos nos puedan dotar de una capacidad irrefutable de comprender los mecanismos sensoriales de todo el reino animal, no solo los de nuestra especie, y con ello poder juzgar o al menos opinar de manera contrastada y veraz sobre su comportamiento o costumbres. Hoy no podemos llegar a ello si no es desde la ética o la filosofía, pero siempre antropomorfizando al bicho al que pretendemos dotar de una ética similar a la nuestra. Hablamos de la maldad de la víbora, de la crueldad del lobo o la astucia del zorro, adjetivando siempre al animal con percepciones sesgadas según el punto de vista basado en nuestro modelo cultural para juzgar su comportamiento en la naturaleza, cuando ese comportamiento no obedece más que a una pragmática forma de actuar basada en su propia supervivencia, ya sea como individuo o como especie. Hablaba el ecólogo Jorge Riechman de un antropocentrismo epistémico, apuntando que: “no sólo el animal humano es antropocéntrico: En virtud de tautologías análogas, la cigüeña es cigüeñocéntrica y la serpiente no puede menos de ser ofidiocéntrica”.

    Basados en este tipo de premisas, y dada nuestra conciencia sobre el mundo en el que habitamos y los conocimientos que vamos adquiriendo, gracias a esos mecanismos que nos hacen únicos, se nos posibilita presentar al resto de moradores de la Tierra como algo digno de nuestro respeto y no simplemente como materia prima, sino tratarlos como seres vivos poseedores de un valor propio, sin necesidad tampoco de dotarles de esencia humana. Decía Aldo Leopold en su ética para la tierra que no se debe de preservar únicamente lo que encierra un interés económico, se debe preservar todo lo que llena el alma humana, y no porque el humano sea dueño de la naturaleza, sino por un interés intrínseco de la misma. El antropocentrismo tiene, como casi todo, rangos o escalas. En nuestro caso y sin  querer llegar a acudir al ecocentrismo, quizás lo más justo para el planeta, existe un antropocentrismo débil que es el que ahora mismo más se puede adaptar a nuestras sociedades, pero hace falta mucha más cultura, mucha educación y divulgación clara para que este cambio de modelo social basado en las premisas de los años ’70 del siglo XX, que parece haberse estancado en una sociedad donde reina la polarización entre quienes lo defienden y quienes lo desprecian, se vaya haciendo efectivo sin llegar a terminar con el estado de bienestar al que hemos llegado. Perseguir una utopía es la mejor manera de acercarse a ella, aunque dicha utopía por definición sea inalcanzable.

    A la cultura es a lo que se alude por parte de algunos autores: Así se contestaba Franz Schrader a la

pregunta que él mismo se hacía sobre quién tenía razón, si quienes veían en la montaña algo feo, algo horrible como Chateaubriand, Montesquieu… o quienes como él lo encontraban bello: “Pues bien, somos nosotros quienes la tenemos. Puesto que quien percibe belleza en algo siempre tendrá razón frente al que no lo hace; el que ve frente al que no ve, el que se emociona frente al que no se emociona. Y, además, si bien la gente civilizada y refinada no siempre ha comprendido la montaña, sí la ha sentido siempre la gente primitiva, sencilla, sincera e ingenua, que ha visto en ella una de las grandes manifestaciones de la naturaleza”.

    Aquí no alude a quienes sólo ven en la naturaleza o en la montaña un útil necesario para mejorar su economía o su modo de vida, simplemente habla de la belleza. Como indicaba en un artículo Eduardo Martínez de Pisón: “El paisaje es un grado de civilización. Te exige y se sobrepone, él mismo, al territorio. Una persona culta supera la mirada pragmática. Adquiere la mirada estética. Dice qué bosque tan bello para ser contemplado, y no qué bosque tan útil para sacar leña”.

    Quizás es ahí donde hay que comenzar para ir bajando la gradación de nuestro antropocentrismo y, a la par, ir evolucionando; la ciencia y el arte se unen para ensalzar a la naturaleza. La una porque te hace conocer y ese aprendizaje es la base para admirar y posteriormente para proteger. Lo otro porque te facilita esa evolución para disfrutar de aquello que es bello, y la naturaleza lo es. Aludo nuevamente a Franz Schrader: “Para acercarse realmente a la naturaleza basta con ser sencillo, pero que es necesario serlo, olvidarse de sí mismo, buscarla, no buscarse a sí mismo con la excusa de la naturaleza. Ver en la naturaleza un sujeto a desarrollar es condenarse de antemano a no comprender nada”.        Quizás en esta frase del artista/científico/alpinista francés de finales del siglo XIX y principios del XX, recogida de su conferencia ante el Club Alpino en la que anunció la creación de una escuela de pintura de montaña en Francia, se pueda contestar a las preguntas iniciales y establecer la premisa de que en efecto, el águila real, el gato montés o el lobo, en los momentos en los que no están luchando por sus vidas o buscando alimento, su sencillez les hace ser partícipes de la belleza que les muestra la naturaleza sin más. Parafraseando también a Martínez de Pisón: superan la mirada pragmática para adquirir la visión estética según el momento en el que se estén desenvolviendo, por lo que casi podría dotarles de cultura. Pero quizás esto no es más que un punto de vista antropocéntrico y una visión personal donde yo mismo antropomorfizo a los propios animales. Dejemos que vayan pasando los años y nuestra evolución basada en la ciencia nos logre dar la respuesta a esta pregunta, pero confiemos en que lo haga antes de que hayamos terminado con todo lo salvaje de la tierra y los únicos seres vivos que la habiten junto a nosotros sean aquéllos domesticados que nos procuren un beneficio evidente.

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