Cervus Elaphus

 

    Primeros de octubre en la montaña palentina, ya lleva varias semanas instalado el otoño aunque aún el arbolado caducifolio no lo llega a manifestar de manera visual, pero el clima va estimulando a la estación con sus primeras heladas matinales y las abundantes lluvias con las que contamos este año.

    En ciertos lugares los paseos montañeros van acompañados, sobre todo en horas alejadas a las centrales del día, del clamor de la berrea. Los machos de ciervo común pugnan por la supervivencia de sus genes, en principio imponiendo su vozarrón, para hacerse con el harén de hembras que lleve a buen fin su impronta en los desvalidos cervatillos que nacerán ya en primavera. Si eso no ahuyenta a quienes opten por cortejar al mismo grupo de ciervas, la exhibición de la cuerna hará que el incauto invasor de su territorio desista al verse más débil que el dueño de esos pagos. Pero no siempre eso funciona cuando el que quiere optar al mismo harén se ve con las mismas armas que el que lo defiende. Ahí empezará la lucha haciendo chocar sus estilizadas cornamentas hasta que uno de los dos se dé por vencido. Es la selección natural, la de los más aptos, lo que impera en este espectáculo natural.

    Es esta época, en mi opinión, la más  bonita para adentrarse en estos territorios salvajes de la montaña cantábrica. El verano ha dejado de mostrar sus rigores, pero aún lucha por permanecer dejando días luminosos y cálidos, pese a que el otoño ya se ha ido asomando; el monte regala deliciosos frutos a sus moradores, que se movilizan para conseguir ese sustento antes de que el invierno imponga su silencio; el arbolado pronto iniciará los cambios de tonalidad en sus hojas de manera paulatina: chopos, álamos, robles, hayas, van mutando del verde a tonos más cálidos según vamos ascendiendo desde los valles, quedando el acebo y el tejo con el verde incesante de sus hojas salpicado del vivo tono rojo de sus frutos. Y todo esto aderezado durante los primeros compases de la estación con la banda sonora de la brama del venado, si optas por adentrarte en estos territorios en las horas más proclives para ello (amanecer y atardecer), mientras en el suelo puedes ver las fructificaciones de los hongos que, si eres conocedor de ellos, podrán darte la alegría de un sabroso almuerzo o cena.

    “…Uno de ellos comienza a escarbar la tierra con sus pezuñas delanteras y orina después para formar un barro de fuerte olor sobre el que se revuelca una y otra vez. Los efluvios del revolcadero aumentan la agresividad de los machos próximos y la excitación sexual de las hembras (...). Pronto comienzan las peleas y el eco sordo de las astas entrechocadas inunda el bosque mezclándose a los bramidos del celo” Así se refiere a las luchas el artículo que sobre la berrea se puede leer en la enciclopedia de la fauna de Félix Rodríguez de la Fuente, siguiendo con esta afirmación de que ”...los encuentros en libertad rara vez son cruentos y se trata más bien de una exhibición de fuerza que de una auténtica lucha”.

    En la citada enciclopedia habla de las dos razas de ciervo que viven en la península ibérica, la más habitual en el territorio sería la llamada por Ángel Cabrera en 1911 como Cervus elaphus bolivari, junto a esta especie está cervus elaphus hispanicus. Sin embargo se puede leer en la enciclopedia virtual de los vertebrados españoles, por parte del CSIC, que el taxón c. e. bolivari se ha considerado sinónimo de c. e. hispanicus, por lo que las dos poblaciones ibéricas se consolidan como una sola, la hispanicus, diferenciada del resto de las europeas por su talla menor que la especie nominal, coloración más gris y cráneo más pequeño, así como por la carencia de la vistosa crin que presentan los cérvidos de centro de Europa. La reducción de su talla, también característica de los ejemplares ibéricos, responde a la conocida regla de Bergmann, que se resume en que en zonas cálidas, los animales reducen su tamaño.

    Tres especies de ciervos se ha demostrado que había en la península ibérica desde el Plioceno, todos del género Megaloceros, ya extinto hace unos 10.000 años. Son representados con grandes cuernas, a veces desproporcionadas según quien las dibuje, pero si se hace caso a la lógica y a los estudios, totalmente adaptadas a su morfología, hábitat y tamaño. Son estos grandes ciervos los que durante el paleolítico medio, irán dando paso al cervus elaphus, nuestro actual representante, que en el territorio peninsular está acompañado de dos parientes, como el gamo o el corzo. Hay que remontarse unos 120.000 años en los registros fósiles para encontrar restos de nuestro actual representante.

    Recientes estudios indican que la Península Ibérica conserva dos linajes, que se diversificaron durante la última era glaciar, pero que a su vez están bien diferenciados (como se ha dicho) de las subespecies del norte de Europa. Se ha llegado a distinguir ambos linajes en la península, estando uno de ellos muy localizado en Cáceres (aunque debido a introducciones también es abundante en Burgos y Navarra), y el otro linaje localizado por el resto de la España peninsular, aunque se han detectado porcentajes de un linaje dentro de la población del otro. El sur de Europa constituyó un refugio climático para esta especie, que ya habitaba antes de la citada era glaciar. Su expansión hacia el norte, una vez los rigores climáticos cesaron, no está claro si se hizo desde la propia península ibérica o a partir de poblaciones que hallaron refugio al norte de los pirineos y sur de Inglaterra (territorios algunos bajo las aguas hoy en día).

    Lo que sabemos con más certeza es que a principios del siglo XX las poblaciones de ciervos se vieron relegadas a unos pocos enclaves ibéricos en montes de Toledo, Sierra Morena y Cordillera Bética. El insigne naturalista Cabrera lo da por extinguido en casi todo el centro peninsular a finales del siglo XIX, pero al ser una pieza tan codiciada para la caza, se hicieron translocaciones hasta ir recuperando población (por ejemplo, en los años ‘50 se reintrodujeron en Navarra y en varias zonas de Asturias ciervos procedentes de Quintos de Mora, en Toledo). Hay una noticia llamativa a este respecto sobre el primer ciervo avistado (mediante cámara de foto-trampeo) en el valle de Ordesa, ¡¡es una noticia de febrero de este año!! Recordemos que estamos en 2024.

    Estudios realizados y publicados de la universidad de Córdova y de Navarra, dan a entender el riesgo que tienen las poblaciones ibéricas debido a las translocaciones de ejemplares para la caza, que puede provocar la futura homogeneización de la raza ibérica ante las mezclas de ambos linajes, como la pérdida de identidad de la subespecie ibérica. Se trata de ejemplares provenientes del centro de Europa con el fin de mejorar los “trofeos”. ¡A eso nos dedicamos los seres humanos! Si bien los antecesores del ciervo fueron la principal fuente de proteínas de nuestros ancestros, hoy día, su caza sólo responde a fines “deportivos” (si lo entrecomillo es porque para mí el deporte tiene otros valores muy diferentes a lo que se pretende con la caza). Ya se está estudiando cómo la selección natural provocada por la gestión humana de cotos convierte en más aptos a los individuos que más se ocultan y que peores cuernas exhiben (algo que se asocia a la propia salud del animal). El cazador humano codicia grandes trofeos para exponer y mata al ciervo que más se expone durante la berrea al ser la pieza más fácil de obtener. El otro gran enemigo del ciervo, el lobo, ataca a los individuos más débiles o enfermos y huye de las grandes cuernas que pueden causar la muerte del depredador, logrando con ese hábito alimenticio que los ciervos más aptos (sanos y fuertes) sean los que sobrevivan. La gestión humana, al contrario, consigue la supervivencia del menos apto.   

     Los datos sobre la merma de individuos de esta especie debidas a la caza se cuentan entre 60.000 y 70.000 ciervos al año, según datos del propio ministerio. Si bien esto no es motivo de preocupación para la especie (que cuenta con alrededor de 500.000 ejemplares en España), sí que lo es el manejo en los cotos de caza, responsables de la citada translocación de animales del centro de Europa para generar mejores trofeos, una introgresión genética que produce híbridos que se incorporan con naturalidad a las poblaciones silvestres, siendo indistinguibles a simple vista. El alimento suplementario que se aplica en determinados cotos también puede afectar a la selección sexual, teniendo efecto en la dinámica de poblaciones; se ha comprobado por ejemplo, que la proporción de hembras de un año que quedan preñadas en poblaciones que reciben suplementación alimentaria es mayor que en las que no lo hacen. Las barreras artificiales, obviamente, también afectan al comportamiento del ciervo. Todos estos estudios son fácilmente localizables por internet si alguien quisiera ahondar en el tema.

    El área natural de distribución va desde el sur de Portugal hasta el Tíbet o Turkestán, también en el Magreb, si bien en Portugal llegó a desaparecer en el siglo XX y su población se ha ido recuperando por reintroducciones y de manera natural desde el sur de España, siendo la última reintroducción en el centro de Portugal en los años ‘90 del siglo XX.

    La relación predador /presa que hemos tenido con este animal viene reflejada en las pinturas rupestres que hay en diversas cuevas diseminadas por el territorio nacional y que pueden visitarse. Ha sido un animal venerado, asociado a la diosa Artemisa o como Cerunnos (con cuerpo de hombre y astas de ciervo), sin embargo hoy día es tratado como ganado doméstico y se le mata de manera cobarde desde apostaderos a los que una rehala de perros te lo sacan de la espesura para que a buena distancia se cobren el trofeo aquéllos que han perdido todo el respeto por el medio natural y salvaje. Se habla de la gestión de estos ungulados y de cómo la abundancia de estos cérvidos pueden causar estragos, pero no se habla de cómo se ha llegado a esa situación y del por qué es esa artificial relación entre hombre y naturaleza la que termina creando situaciones poco idóneas, como veremos al final. Todo está interconectado y, si en un espacio concreto sueltas varios ejemplares que se reproduzcan, no habiendo depredadores naturales, cualquier animal no apical proliferará hasta que en un momento dado termine con los recursos disponibles y su expansión se transforme finalmente en severa decadencia, que no traerá otra cosa que su desaparición. El ciervo se encuentra ampliamente distribuido pero en poblaciones muy fragmentadas, muchas en cotos cercados donde sólo se aplica la gestión de la caza deportiva. En territorios donde habita el lobo, las poblaciones son más sanas. Habría que preguntarse por qué no está el lobo ibérico en el sur de España, donde hay tanta abundancia de presas. Ya estuvo presente y fue erradicado por el mismo que quiere controlar al ciervo para sanear su economía y para divertirse disparando trofeos que encierra y alimenta con el fin de que haya más reproducción, teniendo cuidado de traer ejemplares de otros lugares para evitar los problemas de la consanguinidad sin tener en cuenta que está jugando con especies que llevan aquí desde mucho antes que el ser humano apareciera como tal.

    Un claro ejemplo de lo que el ser humano hace con su gestión, viene en la noticia aparecida en infobae, el 3 de julio de este año, donde habla de una pequeña isla surcoreana, con una población de 150 personas, se enfrenta al drama de convivir en su pequeño territorio con más de 1000 ciervos. Estos animales se introdujeron en 1985, concretamente 10 animales por parte de un grupo de granjeros con el fin de recolectar sus cuernas, utilizadas en medicina tradicional. El desinterés por esa clase de remedios hizo que se abandonase a los animales ante la falta de un mercado para esa actividad, lo que hizo proliferar su población ante la inexistencia de predador alguno. ¿Tienen la culpa los ciervos? Esta historia semeja a otra, no tan lejana, acaecida en la isla de Saint Mathew, cercana a las costas de Alaska, donde en la segunda guerra mundial se estableció una estación de radio a la que fueron destinados un grupo de hombres que, entre otras provisiones, llevaron consigo 29 renos los cuales ante una incierta situación podrían resultar útiles como alimento. Un año después terminó la guerra y los humanos se marcharon, dejando atrás todo lo que habían traído, renos incluidos. La isla volvió a quedar desierta… de humanos, pero los renos proliferaron. Pasados 13 años, un equipo de investigadores que reculó en la isla vio como esa originaria población había pasado a unos saludables 1.350 ejemplares. Seis años pasaron hasta la siguiente visita, en el año 1963, donde ya se contaron unos 6.000 animales campando por la pequeña isla. Tres años tardaron en volver nuevamente los científicos, interesados en esta población de cérvidos, para comprobar que esa floreciente población, en 1.966, se había reducido hasta los 42 ejemplares, con tan solo un macho entre ellos y además estéril. La isla se había transformado en un erial plagado de cadáveres de reno. El último ejemplar de los que allí se encontraron murió finalmente en 1.980. ¿Fueron los renos los culpables o simplemente obedecieron a su condición?

    Veamos analogías más allá de la historia en sí misma y actuemos en consecuencia.

 


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