Un paseo por el cielo
Hoy recorro un camino diferente. Mi excursión,
aunque los pies me impulsen desde la Tierra, es un errabundo vagabundeo por el
firmamento en el que floto a través de una mirada que alumbra infinitos sueños,
tantos como estrellas que brillan en tan amplio escenario. No, no estoy
caminando entre nubes ni divago con la mente puesta en ellas, aunque esto
último quizás sí, pues han regresado a ella ciertas sensaciones que creía enterradas
bajo un manto de profundas desilusiones, sentimientos intensos que suelen venir
acompañados por el sonido de fondo de aquellas baladas heavy de los '80 que
desde muy joven me han venido acompañando. He salido a caminar cuando ya se ha
apagado por completo el atardecer y las sombras lúgubres de la noche han
cobrado vida sobre la tierra. He escapado de mi prisión de sinsabores con el
único fin de mirar hacia el cielo, dejando atrás cualquier obstáculo que
perturbe el hecho de fijar mi vista en un firmamento limpio de nubes, sin luna
que oculte con su luz la senda estelar por la que quiero caminar, flotando por
un cielo que me invite a recorrer sus más recónditos parajes.
Qué mejor inicio para encaminar mis pasos
que acercándome a la primera y quizás más conocida constelación de nuestro
hemisferio, aquella que la imaginación dibujó como la osa que en los años
ochenta fue protagonista de la canción que Enrique y Ana dedicaron a Félix
Rodríguez de la Fuente, el icono del naturalismo fallecido abruptamente ese
mismo año, nada más iniciarse la década de los ’80. Junto a ella solo hay que
seguir la línea que une las dos estrellas que bordean el cazo para que te
conduzca hacia la Polar que, inmóvil aparentemente, forma parte del asterismo
que esboza al osito con el que querían jugar los protagonistas de la canción,
dando por hecho que Félix estaría junto a las constelaciones, cuidándolas de la
misma forma que lo habría hecho si aún estuviera en la Tierra con sus animales: "Quiero ir al cielo, a jugar un ratito,
con el osito, de la osa mayor" decía el estribillo de la canción.
Situado en la polar para
acariciar al triste osito, sólo hay que volver un poco la cabeza hacia el lado
contrario de la gran osa para llegar a Casiopea y desde allí visitar a su hija
Andrómeda, pasando someramente por la constelación que oculta, y a Perseo, el
héroe mitológico que se ganó un puesto entre las estrellas del firmamento por
decapitar a la Gorgona Medusa, que convertía en piedra a aquellos que la
miraban a los ojos. Entre los mitos griegos visitados, se observa cruzar una
senda pálida que te invita a seguirla, es la travesía que marca la Vía Láctea.
Flotando por ese sendero estelar admiro el vuelo del Cisne y la estampa del
Águila mientras galopa a mi lado a
Pegaso, el famoso caballo alado. Vuelvo la mirada un instante para ver a Perseo
emergiendo del horizonte y lograr pedir un deseo ante la lluvia de estrellas
con la que el cielo celebra que ya va mediando el verano y se empieza a asomar
el otoño, aunque sólo dos me han sorprendido, un luminoso bólido cayendo junto
al Escorpión, y otra que durante unos instantes ha cruzado la vía Láctea
atravesando el Águila hasta difuminarse en los confines del cielo, sin darme
tiempo a pedir ese deseo antes de que desaparezca su estela... Súbitamente,
algo que se mueve acechante tras de mí se sobresalta al darme la vuelta para
desaparecer en un instante, antes de que me diera tiempo a encender la linterna
y lograr descubrir aquello que mora entre las sombras, permitiéndome escuchar
únicamente un trote que se va apagando con la distancia. No hay nada a mi
alrededor que no sea el prado salpicado de arbustos y un robledal espeso tras
él, que se pierde haciendo frontera entre el cielo y la tierra, justo en el
punto donde Arturo ilumina la linde entre cielo y tierra formando parte de
Boyero, constelación que dibuja al pastor con su cayado mirando hacia la Osa
Mayor.
Continúo tras el susto, no sin un
estremecimiento aún en mi cuerpo que me deja frío, hasta llegar a Sagitario que
hoy parece apuntar con su arco al Escorpión, constelación que guarda como un
tesoro en su seno a la gran Antares. Ofiuco observa sin miedo, no en vano lleva
sujeta la serpiente, aún más temida que el escorpión. En mi mente ya sólo me conecta
a la Tierra el ulular de un cárabo que retumba en el valle, y una luciérnaga
posada sobre una planta imponiendo su fulgor donde la noche ha borrado para mí
cada silueta, cada línea.
El paseo va llegando a su fin y decido
detenerme un instante para observar todo el sendero recorrido, trato de olvidar
por un momento los asterismos que conozco y que pretenden imponer un orden al
caótico firmamento, para perderme simplemente en el desordenado océano de
estrellas y nadar a través de ellas en busca de su piélago, el cénit desde el
que volver la vista hacia mi mundo sin la máscara del conocimiento, con la
inocencia de quien no está contaminado por sesgos ni ideologías absurdas,
simplemente con la ilusión de soñar y desplazarse hacia donde conducen esos
sueños o anhelos guardados en lo más hondo de mi ser y que no son otra cosa que
quimeras cuando la consciencia me obliga a mantener los pies en la Tierra. Ahí
es donde cobran vida los deseos que irremediablemente se apagan cuando de nuevo
me despierta de mi sueño el cercano sonido de un paso sigiloso que me vuelve a
acechar, invisible, curioso, para modificar bruscamente su marcha cuando me doy
nuevamente la vuelta y sus pasos se vuelven a perder al alejarse. A mi mente
viene la imagen de un oso, de un lobo o del más probable zorro, con quien
disfruté unas horas antes del anochecer viendo a toda una familia corretear por
el prado a la caza de ratones.
Ya he regresado al lugar de
partida, allí donde el firmamento se vuelve más tenue y las sombras en la
tierra adquieren forma; las pocas luces del pueblo no llegan a apagar del todo
a las constelaciones que habitan en el firmamento, como sucede en la ciudad,
permitiendo que sean las más intensas las que sigan mostrando que allá arriba,
junto a los sueños, habitan innumerables figuras que los atesoran y no permiten
que aquéllos anhelos que dejaste una vez atrás queden en el olvido, apareciendo
como recuerdos vívidos cada vez que el firmamento estelar cobre vida, una vida
que le concedes desde la tierra cada vez que miras hacia los dominios de pretéritos
dioses de nuestra cultura y dejas que sean ellos los que te susurren al oído
sus secretos inmortales, que sean quienes sitúen a tu alcance aquéllos sueños
quiméricos que la realidad te niega mientras de fondo, puedes escuchar
preguntarse a WhiteSnake si esto es amor (Is this love?) en una de las más
conocidas baladas del heavy ochentero que marcó mis primeras decepciones y
alimentó mis primeros y ya casi olvidados sueños.
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