nuestra evolución va muy despacio
“Tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso” E. O. Wilson, en una entrevista para Harvard Magazine, rescatada de un artículo del diario El País sobre este ilustre Biólogo
Titulares de prensa dicen un día que miles de personas salen a la calle en defensa del lobo, y al día siguiente alertan que, de nuevo, miles de personas salen a la calle reclamando la desaparición del citado cánido de nuestros campos. ¿A quién damos la razón? Obviamente cada cual mantiene una opinión y la defiende, sea justa o no, pues bien en su economía o bien en su sensibilidad, se ven ambos grupos afectados por las acciones del otro. Hay una polarización en la sociedad que no acepta términos medios aunque, en mi opinión, es cierto que no debiera haber término medio en algunos casos concretos, como este al que aludo; simplemente se necesita un cambio de paradigma basado en el conocimiento del medio y no solo en la tradición promovida por un conocimiento ancestral que nada tiene que ver con la realidad actual. Para ello la ciencia tiene respuestas, pero la “tradición” no quiere escucharlas al ir contra el interés de esos arcaicos usos del medio, buscando entresijos entre las verdades para hallar su propia realidad, que no verdad, poniendo freno a una evolución que nos debiera conducir a la convivencia y respeto hacia otras especies con las que compartimos el entorno. Parecemos habernos acantonado en épocas en las que la población humana del planeta era sensiblemente inferior a la actual, donde la falta de mecanización no facilitaba la labor, donde la ganadería no pasaba de ser un sustento familiar, en lugar de una industria, en la que las pocas reses que se tenían eran cuidadas por quien las mantenía. Hoy eso es inviable. La tan aludida despoblación rural ha provocado que esos pequeños rebaños se hayan convertido en gran número de reses en extensivo que se mueven por todo el territorio natural, al cuidado de un núcleo familiar que ha mantenido su labor en detrimento de la supuesta prosperidad del empleo urbano. Eso hace inviable el poder mantener vigilado el ganado y queda a merced de los elementos naturales que habitan por donde se mueve. Estamos poniendo en la boca del lobo a animales que no saben defenderse, que han sido cuidadosamente seleccionados y modificados simplemente para servir de alimento al humano, habiendo olvidado sus ancestrales medidas de protección, ya que no son otra cosa que presas en el medio natural, consumidores primarios en la cadena alimentaria, que han pasado a ser domésticos además, poniéndole más fácil las cosas al consumidor secundario. Pero hay maneras de paliarlo, formas eficaces pero que exigen una mayor carga para el ganadero, quien, lógicamente, prefiere que desaparezca el lobo y cualquier depredador que mengüe su negocio.
¿A quién ha de hacer caso el gestor? Obviamente la calle está secuestrada por quien más vocea, las masas acuden hacia el interlocutor que más ruido hace, que pretende imponer su propia realidad tratando de influir en la opinión de quienes quizás no estén tan informados, utilizando a menudo recursos chabacanos y verdades a medias, que no son otra cosa que mentiras en su contexto final. El político que ha de resolver el conflicto social creado, ha de hacerlo en base al bien común, no al sesgado interés de una parte y, desde luego, mirar con lupa al que tan solo defiende un interés económico aunque pretenda disfrazarlo de bien común.
Pero en España no existe esta figura: “Precisamente lo que acarrea la decadencia social es que las clases próceres han degenerado y se han convertido casi íntegramente en masa vulgar” decía Ortega y Gasset; lo que aquí tenemos es un monigote manejado por quienes más presión ejercen, convirtiéndole sin duda en uno más de la masa, aunque en este caso no por falta de información, pues tiene acceso a ella, sino por unos intereses personales que le catapultarán a lo más alto de su estirpe: El político común, ya sea de una corporación local (presumiblemente más manipulable por su cercanía), autonómica (algo menos debiera), o estatal (supuestamente más neutral y favorable al interés general, aunque raramente). Todos ellos tienen en común el cortoplacismo, el buscar parches fáciles y rápidos que les permitan perpetuarse, sin contar con que el problema se enquista si no se le pone freno cuando empieza. Vuelvo a aludir a Ortega: “Si ahora tornamos los ojos a la realidad española, fácilmente descubriremos en ella un atroz paisaje saturado de indocilidad y sobremanera exento de ejemplaridad. Por una extraña y trágica perversión del instinto encargado de las valoraciones, el pueblo español, desde hace siglos, detesta todo hombre ejemplar, o, cuando menos, está ciego para sus cualidades excelentes. Cuando se deja conmover por alguien, se trata, casi invariablemente, de algún personaje ruin e inferior. (…) si durante varias generaciones faltan o escasean hombres de vigorosa inteligencia, que sirvan de diapasón y norma a los demás, que marquen el tono de intensidad mental exigido por los problemas del tiempo, la masa tenderá, según la ley del mínimo esfuerzo, a pensar con menos rigor cada vez; el repertorio de curiosidades, ideas, puntos de vista, menguará progresivamente hasta caer bajo el nivel impuesto por las necesidades de la época. Tendremos el caso de una raza entontecida, intelectualmente degenerada”.
Hacer caso a quien mayor número de fieles congregue en sus manifestaciones es una aberración del poder público que no piensa en lo mejor para el bien común, sino en lo mejor para sí mismo. Habrá ocasiones en las que a la calle se salga por causas nobles, al igual que los hay al contrario, pero la solución no es contar y dar la razón al número, a quien más daños provoque, o a quien más publicidad consiga en los medios, sino a quien la tiene, y para ello hay que estudiar, tener conocimientos amplios del problema que se quiere abordar, de sus causas y posibles soluciones, y sobre todo, de si la solución propuesta puede generar mayor problema en un futuro. Normalmente quien tiene razón no precisaría salir a la calle a expresarlo, pues la verdad no es algo por lo que luchar, sino que es un hecho en sí y siempre terminará saliendo por mucha manipulación que haya, el problema es que si tarda mucho en aflorar, esa verdad crecerá como un lamento. El extinto bucardo o el casi irrecuperable urogallo cantábrico son víctimas de una verdad que no se quiso ver a tiempo; el lince, el oso pardo cantábrico o el águila imperial, son otras víctimas de esa verdad que, cuando salió a la luz y la sociedad la entendió, se promovieron caros programas de recuperación los cuales, de momento, están teniendo buen resultado. La realidad está clara: si los problemas se ven a tiempo, se hace pedagogía y se eliminan las causas del deterioro, por sí mismos se podrían recuperar los ecosistemas o las especies sin necesidad de una intervención humana. Cuando ya es tarde, esa intervención humana es crucial para la recuperación. Cuando es demasiado tarde, ni la intervención humana es capaz de hacer nada y cualquier proceso estocástico termina con toda una especie (cercano está el ejemplo del bucardo y el accidente que terminó con el último ejemplar pirenaico).
Hay muchas medidas de presión para que las propuestas de un grupo se hagan efectivas, pero la única válida ha de ser la educación, el conocimiento avanzado de las realidades sin sesgo personal. Vivimos en una época donde el acceso a la información es muy alto, quien lo desee puede acudir a cualquier lugar a informarse sobre cualquier tema sin necesidad de invertir dinero en una carrera universitaria, pero esa facilidad también ha ido en contra del conocimiento. Las redes sociales suponen, al igual que una fuente de información, un gran germen para la manipulación. Se ha de ser cauto a la hora de manejar la información y, siempre con la mejor ética como bandera, contrastar cada bomba informativa a la que tengamos acceso para con ello poder contar con una opinión personal veraz que puede ayudar a la resolución de los problemas ambientales que acaecen a nuestra casa común.
Incendiar montes para reivindicar el uso ganadero del pasto, matar lobos y poner sus cabezas decapitadas en los pueblos o en las sedes políticas como medida de presión; quemar coches de los agentes forestales… eso son prácticas mafiosas de presión a las que estamos asistiendo impertérritos que, si en algún caso funcionaran, crearán un precedente peligroso y convertirán a esa sociedad en esclava de unos terroristas que sabrán que con la amenaza logran cualquier cosa que se propongan, y subirán sus apuestas. Eso lo estamos viendo en determinadas localidades españolas, donde hasta los políticos relativizan ciertos hechos delictivos calificándolos de tradicionales y por tanto, casi impunes a sus ojos, lavándolos ante una sociedad que ni entiende esos temas ni tiene por qué, pero opina, lo que da más alas a quienes tratan de amedrentar a un pueblo entero para lograr sus fines más ruines siendo, en muchos casos, personas que creen que lo que hacen es lo justo, lo que se debe hacer, debido a la falta de esa información veraz y científica. La cultura es lo que nos hace humanos, y lo que nos puede salvar de desaparecer al evitar comportarnos como una especie destructora del medio dado nuestro gran éxito como tal, actuando al margen de ella, estaremos perdidos.
“Sólo debe ser lo que puede ser, y sólo puede ser lo que se mueve dentro de las condiciones de lo que es. Fuera deseable que el cuerpo humano tuviese alas como el pájaro; pero como no puede tenerlas, porque su estructura zoológica se lo impide, sería falso decir que debe tener alas. (…) El ideal de una cosa, o dicho de otro modo, lo que una cosa debe ser, no puede consistir en la suplantación de su contextura real, sino, por el contrario, en el perfeccionamiento de ésta. Por lo tanto, toda sentencia sobre cómo deben ser las cosas presupone la devota observación de su realidad” decía Ortega y Gasset .
De manera similar a esto aquí expuesto, E. O. Wilson nos dejó doctas palabras sobre “Si la historia y la ciencia nos han enseñado algo, es que la pasión y el deseo no son lo mismo que la verdad. La mente humana evolucionó para creer en los dioses. No evolucionó para creer en la biología.”, diciendo también, en alusión a las tradiciones que tanto defendemos en estas sociedades que “Las creencias antiguas son difíciles de erradicar incluso aunque sean demostrablemente falsas.”
En una etapa de la historia de la humanidad donde la naturaleza que nos sustenta está desapareciendo, nos seguimos comportando como una especie de apetito insaciable, destruyendo todo lo que nos rodea y acomodando cada territorio que conquistamos a nuestro interés como especie, pero la nuestra es una estirpe que tiene capacidad intelectual suficiente para saber que esa destrucción que provocamos será causa de nuestro propio declive, con lo que se empiezan a adoptar medidas para que el medio natural pueda recuperarse para que la biodiversidad del planeta no se pierda y tratar de establecer métodos de convivencia entre la vida del planeta y nuestra propia vida. Tenemos la capacidad de destruir el planeta, y también hemos evolucionado para tener la capacidad de salvarlo. El problema es que hay unos pocos que tratan de realizar esto segundo, mientras las voces más altas defienden tan solo la destrucción de todo aquello que puede interferir en nuestro desarrollo, cuyo fin parece que no es otro que la aniquilación del medio y la destrucción de todo lo que ha vivido contemporáneamente a la evolución de la especie humana. La evolución es un proceso lento, pero hay que confiar en que siga su curso y esté a día de hoy lo suficientemente avanzada para llevarnos a un conocimiento suficiente a fin de evitar que la biodiversidad con la que convivimos no muera antes que nosotros, pues lo uno, indefectiblemente, llevará a lo otro. Como reacción a esa capacidad destructiva que se demostró tras revoluciones tecnológicas, que provocaron que el ser humano alterase el medio profundamente, se creó el derecho ambiental, pero la debilidad institucional y la gran fortaleza de los sectores productivos o de ocio y sus influencias, hacen que esa normativa ambiental sea poco clara y, por tanto, de muy difícil aplicación en todo el mundo.
Cuando hace 10.000 años se inventó la agricultura, su adopción provocó un aumento de los recursos alimentarios y, consiguientemente, un crecimiento demográfico exponencial. Se convirtieron la mayoría de los ambientes naturales en ecosistemas simples, haciendo retornar, según Edward O. Wilson, la biodiversidad a la escasez de su periodo más temprano, quinientos millones de años antes.
“Cuando hace al menos 45.000 años (según el aludido E.O. Wilson) se empleaba el fuego para conducir y capturar a los animales de caza, algunas cuadrillas de humanos tuvieron que descubrir que tras los fuegos terreros de las sabanas o bosques secos, crecían cantidades mayores de vegetación tierna y comestible”. Hoy se quiere seguir perpetuando estos usos del fuego de manera absurda, por ejemplo en regiones donde la carga ganadera es muy alta, ganado que se fue seleccionando cuando se empezaron a domesticar desde esas épocas ya, a animales salvajes convirtiéndolos en animales de compañía o ganado. Igualmente se hizo con las plantas, donde a buen seguro, el fenómeno de la serendipia forjó que ciertas especies vegetales se hibridasen con las primeras especies de los huertos de manera accidental, dotando al humano de esa época de nuevas razas más valiosas como alimento. Los usos llamados tradicionales tuvieron sentido en la época en que se adoptaron, constituyendo un avance en la evolución de nuestras sociedades, pero esa evolución proporciona nuevos métodos y, el conocimiento del medio asociado a nuestra propia evolución, nos empieza a proporcionar otras armas menos lesivas para el medio ambiente. Por esas pretéritas épocas, y desde ellas hasta no hace muchos años, se desconocían muchas cosas, pero la naturaleza contaba con que el ser humano no era demasiado numeroso como para destruirla. Ahora si, pero contamos con nuevos conocimientos sobre el medio, sabemos que La biosfera se mantiene a través de la interacción compleja de los organismos vivos; sabemos también que con la destrucción de los hábitats se desequilibran los ecosistemas, con consecuencias impredecibles y en ocasiones de mucho alcance. Deforestación, extracción no sostenible de recursos naturales, modificación del régimen hídrico, modificación del paisaje, incendios, uso inadecuado del suelo, introducción de especies exóticas invasoras… son acciones que nos conducen a una degradación ambiental y que hemos de saber cómo terminar en la manera de lo posible con ellas para reconducir nuestra relación con la Tierra. Un bosque, por ejemplo, cumple una serie de funciones como reciclaje de nutrientes, mantenimiento de suelos, fijación y almacenamiento de carbono, respiración de seres vivos, protección del hábitat para la fauna y flora, regulación del clima, de la calidad del aire, del régimen y calidad del agua… Incentivar la conservación de esto es siempre más barato que tratar de mitigar los daños, que a menudo , como he dicho, son irreversibles. Robert Costanza (entre otras cosas presidente de la sociedad internacional de salud ecosistémica, estima 17 categorías de servicios ambientales, de las que ya he enumerado varias en este párrafo.
Por exponer un ejemplo de cómo debemos aprender de los errores y actuar consecuentemente con lo que los descubrimientos nos han ido iluminando en nuestra cultura, en España se plantaron durante el siglo XX numerosos árboles para frenar la desertificación y pérdida de suelo. Ante la urgencia, las administraciones pensaron en un arbolado de rápido crecimiento, por lo que se plantaron numerosos pinos en gran parte de España, en lugar de hacerlo con las especies autóctonas de cada región. Hoy sabemos que ese error es causa probable de los incendios que, al menos en el norte de España, se están produciendo con más asiduidad. El pino de monterrey o el eucalipto, son especies alóctonas que nunca debieron llegar, pirófilas, pero de rápido crecimiento y, por tanto, muy apreciadas por la industria al poder hacer uso de esas plantaciones rápidamente sin necesidad de esperar cientos de años, como sucede con los robles o encinas, más propios de nuestros territorios. Aun así, no demonicemos a quienes optaron por la plantación de este arbolado, era una época en la que la economía y la urgencia mandaban y se optó por esa solución. Pero el tiempo y una más amplia concepción de la naturaleza nos ha mostrado que esos usos fueron erróneos y muy necios seríamos si continuásemos con ese tipo de gestión, en lugar de hacerlo con especies autóctonas, obviamente más adaptadas a nuestro clima.
Existen muchas ideas para que nuestra relación con el planeta dure todo lo posible, está la de salvar medio planeta, elaborada en un libro por Edward Osborne Wilson, a quien he aludido con frecuencia, y entre otras, hay una opción que ya he divulgado a quien me ha querido escuchar y que, a día de hoy, sigue siendo la mejor opción de un país, Costa Rica, que ha sabido ver cual es su riqueza:
Esa nueva visión de la relación entre humano y naturaleza es el pago por servicios ambientales, retribuyendo a particulares o administraciones que contribuyan a una mejora de la biodiversidad. Dichas personas o instituciones cobrarían por mantener virgen su bosque, por ejemplo, con una gestión mínima que en nada pueda afectar a la biodiversidad, en lugar de cobrar por vender al bosque como madera. Esto que, como he dicho se está realizando ya en Costa Rica y algún otro territorio, no solo tiene un efecto local, pues cualquier mejora en el medio natural de cualquier sitio, obedece a un principio de globalidad, ya que se beneficia todo el planeta. Pero eso no se logra únicamente creando islas fragmentadas de biodiversidad, los corredores biológicos son fundamentales para un buen desarrollo medioambiental de cualquier tipo. La fragmentación es el enemigo del ecosistema, el cual nunca podrá funcionar de manera aislada, sino como un todo. Las áreas protegidas como nuestros parques nacionales no funcionan por separado, han de estar conectadas e integradas perfectamente en el territorio mediante estos corredores.
Edward O. Wilson ... Medio Planeta
Edward O. Wilson ... La conquista social de la tierra
José Ortega y Gasset ... España invertebrada
https://www.cervantesvirtual.com/obras/autor/bustillos-lemaire-rosa-39977
https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2023-05-01/dos-cabezas-de-lobo-a-la-puerta-de-un-ayuntamiento-de-asturias-la-proteccion-total-de-la-especie-eleva-la-tension.html
https://www.nortes.me/2023/04/30/puertas-que-jamas-debieron-abrirse/?utm_campaign=facebook
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