Berrea
A raíz de esa experiencia, he acudido cada
año sin falta a escuchar el concierto del celo del ciervo macho en la montaña
palentina, casi siempre repitiendo la ubicación de ese mismo lugar donde
descubrí la berrea, para recoger ese aliento exhalado por la naturaleza salvaje
y apropiarme, si se pudiese dar el caso, de un simple suspiro de esa naturaleza exhalada
que flota como niebla en la floresta. No me importaba ver al animal, tan solo
deleitarme con ese paisaje donde cada sentido recibía un estímulo haciendo de
esa experiencia algo sobrecogedor, en un rincón de España donde la naturaleza
parecía contar con cada uno de los elementos que la hace ser eso mismo:
Naturaleza. Es zona donde el oso halla cobijo y alimento; donde el lobo
patrulla sin cesar para saciar ese apetito que le de vida; donde el ciervo se
protege de esa amenaza mientras da cuenta de sus viandas con el ojo vigilante ante
cualquier sombra que aceche; donde el mustélido deja sus rastros y el zorro
marca también el terreno para no quedar en el anonimato su presencia dejando
allí su impronta de paso, quizás asustado por el grito de los arrendajos o el
cacareo del mirlo, que revolotea entre los arbustos bajo el incesante
tamborileo de los vistosos pájaros carpinteros o el trinar de infinidad de
pajarillos forestales. Todo ese desordenado plantel parecía alcanzar una
armonía inexplicable ante mis ojos. Daba la sensación de que cada actor seguía
un guion que llevaba ensayando mucho tiempo, con el fin de deleitar a quien se
apreste a abrir el telón de la naturaleza.
Con el paso de los años, experiencias como esta en la naturaleza han ido alcanzando más adeptos cada vez. Ya no era yo solo el que vagabundeaba entre el dosel arbóreo para escuchar la llamada del bosque; más personas parecían querer descubrirlo y con más número de ellas me cruzaba en mis paseos al inicio de la temporada otoñal. La berrea del ciervo se fue convirtiendo en un reclamo turístico al que cada vez más gente acudía. Pocos, sin embargo, se conforman como yo con estar ahí simplemente disfrutando del panorama y su banda sonora, la gente desea completar su experiencia viendo al ciervo con su gran cuerna en pugna con un macho rival, ante el desinterés aparente del grupo de hembras pastando junto a ellos con visible indolencia. La gente también desea ver al oso pasar amblando o al lobo trotando, no les vale aún con saber que en ese espacio están presentes y colmar con esa sensación su ansia por lo salvaje, ese es el siguiente episodio en nuestro reencuentro con el medio natural, quizás porque para muchos es el comienzo y han de satisfacer la curiosidad sobre qué y cómo es cada uno de los elementos que integran el paisaje que están viendo. Todos también queremos descubrir los mejores rincones del hayedo otoñal o el mejor mirador hacia la espectacular cascada. Poco a poco se está viendo que el interés por la naturaleza va calando cada vez más en nosotros y somos cada día más los que nos fascinamos descubriéndola, ese es el punto de partida para proteger el medio natural: conocerlo. El problema es que somos muchos y, la ya de por sí frágil naturaleza, es cada vez menos extensa; la hemos ido parcelando, acorralando ante el empuje de nuestro modo de vida y ese interés creciente también pone en riesgo lo salvaje.
¿Qué hacer ante este nuevo paradigma de la
sociedad? Es una pregunta que mucha gente se hace y no es cuestión de fácil
solución, aunque como siempre tendemos a simplificarlo todo con el método menos
imaginativo y más fácil: prohibiendo. Impidiendo que aquellos que tienen esa
curiosidad por ahondar en el conocimiento del medio natural, acudan a ciertos
lugares con el fin preservarlos prístinos y que los animales no tengan contacto
cercano con el ser humano. ¿Es esa la solución? Obviamente no, eso es el
parche, la tirita que se pone para que la herida no se ensucie con el exterior,
pero así no termina nunca de cerrarse y permanecerá mientras otra herida se
abre y una nueva tirita la cubre. Así tendríamos la tierra llena de pequeños
parches cada uno de ellos independiente e incomunicado, e infinidad de personas
deseosas de adentrarse en esas pequeñas parcelas para desconectar de lo urbano.
Privar a las personas de ese acercamiento a la naturaleza tan solo crearía un
nuevo desinterés por parte de la sociedad hacia el medio ambiente y, con ello
finalmente, su desprotección. Recuerda, nadie protege lo que no conoce.
Ante los problemas de este tipo no cabe
simplificar, la naturaleza es tan compleja que aún ni siquiera entendemos
algunos de sus mecanismos y el ser humano es uno más en esa naturaleza, forma
parte de uno de esos mecanismos, aunque sea precisamente quien la está poniendo
en riesgo. Hacernos desaparecer como por
arte de magia de un entorno no es la solución natural, al igual que no hacer
nada y permitir que ese entorno se masifique y deteriore tampoco ha de permitirse.
Tampoco cabe un término medio creo yo, sino un cambio de paradigma. Un
reacondicionamiento de las tierras asoladas por la humanidad para que recuperen
al menos una parte de su estatus natural, unir territorios naturales en lugar
de vertebrarlos para que esa masificación parcelada se disperse hacia cada
rincón interconectado de naturaleza; mejor sería crear islas urbanizadas entre
el medio natural, que eso que ahora hacemos que es lo contrario, dejando islas
de naturaleza entre nuestro mar de asfalto y decadencia. Crear corredores naturales al igual que hemos
sabido crear carreteras u oras vías de comunicación, sin necesidad de renunciar
a la comodidad de esas infraestructuras que quedarían protegidas y
permeabilizadas para que la fauna pueda salvar cada una sin provocar una
fragmentación de su población ni riesgo para quienes transiten las vías,
adecuándolas a un medio ambiente donde el protagonismo sea de la naturaleza, de
la que somos una parte importante, habida cuenta de nuestro número y capacidad
de transformación. Tenemos esos conocimientos y la capacidad para llevarlos a
cabo, pero no sabemos orientarlos hacia el lugar correcto. Sucede aquí como con
la mal llamada gestión del lobo, por poner un paralelismo más conocido: ante un
problema se opta por lo más fácil y lo que se ha hecho desde siempre, amparando
las acciones para su gestión al uso ancestral que se hacía cuando el ser humano
carecía de conocimientos: matar, erradicarlo. Al igual que el hombre es parte
del medio natural, el lobo lo es también y hacer desaparecer esa figura de
nuestros campos supone una importante merma que siempre traerá consecuencias.
Apunta E.O. Wilson en su libro biofilia
“(…) Algunas de las especies se conectaban mediante simbiosis tan
complejas que la eliminación de una de ellas podría ocasionar el descenso en
espiral de otras muchas hasta la extinción. Esta es la consecuencia de la
adaptación mediante la coevolución, el cambio genético recíproco entre especies
que interactúan a lo largo de numerosos ciclos vitales “. Quizás no lleguemos
nunca a saber las extinciones que por este motivo hemos causado.
Ya hay medios que se están haciendo eco de
la merma de ese espectáculo natural de la berrea, en cuanto a número y tiempo,
al igual que lo han hecho también en diferentes ocasiones con el menor tamaño y
salud de las poblaciones debida al ansia de trofeo, al extraerse del medio a
los animales mejor dotados, dejando reproducirse al peor dotado o más débil. La
selección natural hará el resto.
Comentarios
Publicar un comentario