La vuelta de Perséfone y el renacer

“Oí mil concertadas notas

en la arboleda reclinado,

en ese ánimo apacible cuando pensamientos gratos

traen a la mente pensamientos tristes.”  W. Wordsworth


    Aún no ha llegado el momento del equilibrio entre la luz y las sombras, pero la balanza está casi estable; el equinoccio de la primavera es inminente y la naturaleza se engalana a la vez que pone música para recibir a Perséfone, tras su estancia  con Hades en su lúgubre gruta, reuniéndose con Deméter, su madre y diosa de la Tierra. Desde la cama antes de levantarme, ya escuché un canto familiar que me hizo abrir la ventana para disfrutar de las idas y venidas de las primeras golondrinas a voz en grito, mientras dos parejas de colirrojo tizón juguetean en el patio con rápidos vuelos, ajenos a las cercanas acrobacias de las golondrinas. Veo algunos carboneros sobre los tejados saltando de teja en teja mientras muy cerca, varios mitos revolotean entre las ramas aún desnudas del arbolado que delimita el arroyo. No están lejos los herrerillos que días antes me regalaron su presencia ni el pequeño reyezuelo listado que me vigila desde una cercana rama.

    No hay respiro ya. Desde que abres la ventana temprano, todo es algarabía y griterío. Gorriones, carboneros, herrerillos, petirrojos,  golondrinas y otro sin fin de pajarillos anuncian la primavera. El fresco y saturado prado ya se tiñe del amarillo de los narcisos mientras allá arriba, la nieve aún se resiste engalanando las cumbres con su blanca pincelada. Entre medias de los dos, el robledal aguarda su turno, a caballo entre la primavera de los prados y el invierno de la montaña, apagado aún hasta que sus modestos brotes explosionen e inunden de verde toda la ladera, completando al fin esta primavera que aún estamos arrancando.



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