El duende del bosque
“La conservación
de los recursos naturales es el problema fundamental. A menos que resolvamos
ese problema, nos servirá de poco resolver todos los demás”. T. Roosevelt.
No queda mucho ya para que empecemos a escuchar en el bosque unos roncos ladridos que muchos asociarán a algún perro que esté por ahí deambulando. Esa ladra es para el verano lo que la berrea es para el otoño, el pistoletazo de salida para la estación estival dando fin a la primavera. Aunque es frecuente escuchar en cualquier época ese ladrido peculiar, ya que es su voz de alarma (tanto de machos como de hembras) que, cuando lo escuchas, puedes estar casi seguro que es motivada por tu presencia. Pero aún estamos empezando la primavera y es la época en la que la hembra del corzo da a luz a los pequeños corcinos, habitualmente dos, tal y como se especifica en la enciclopedia de la fauna de Félix Rodríguez de la Fuente, siendo raros los partos triples o simples. 1 kg pesa al nacer aproximadamente el pequeño retoño que, a la semana y ya superados los 3 kg de peso, ya son capaces de comer por sí solos. Esa elección de la hembra de dar a luz a partir de marzo no es arbitraria. En la especie se observa el fenómeno de la diapausa, que significa que la gestación se detiene hasta diciembre, interrumpiéndose durante ese tiempo el normal desarrollo embrionario para a partir de ahí comenzar la fase normal del embarazo que hará que los corcinos nazcan aproximadamente entre marzo y abril, momento en el que las condiciones meteorológicas son menos adversas y hay más comida en el monte, dando así mayores probabilidades de supervivencia a su descendencia.
El corzo es el más pequeño de nuestros cérvidos, que no suele superar los 30 kg de peso. Su pelaje es rojizo en verano y grisáceo en invierno, presentando una cuerna de tres puntas en la cabeza de los machos, que pierden al final del otoño (desmogue) para volver a recuperarla aproximadamente dos meses o tres después, recubierta de un terciopelo o borra que, durante el mes de marzo caerá para dejar ya descubiertas y limpias las dos prominencias.
Esa cuerna es una característica sexual
secundaria en los machos del corzo y de otros cérvidos (excepto en los renos),
que se renueva cada año y que en el caso del corzo, si bien puede ser arma para
las disputas territoriales, lo normal es que sea utilizada para una función
netamente defensiva del territorio, señalizado con marcas visuales u olorosas
que realiza con glándulas odoríferas que posee en la región frontal, sobre sus
ojos y equidistante entre ambos; en la región anal; en la zona abdominal y en
la zona interdigital de sus patas. Es habitual que frote con las glándulas de
su cabeza árboles o arbustos mientras escarba con sus pezuñas, marcando de esa
manera los límites territoriales.
Si los pequeños corcinos tienen muchos
enemigos dado su tamaño, el individuo adulto no está ni mucho menos a salvo.
Esos depredadores le hacen al corzo estar siempre alerta. Uno de esos
mecanismos de defensa es lo que las madres hacen con las crías, dejándolas
aparentemente indefensas. Se trata de una conducta en la que la hembra del
corzo oculta al corcino para dejarlo a salvo del depredador, lamiéndolos de vez
en cuando para eliminar rastros de olor que los delaten y permaneciendo éste completamente
inmóvil, acudiendo no obstante la madre de forma regular para amamantarles.
Este acto defensivo da lugar a confusiones por parte de montañeros o caminantes
bienintencionados que encuentran a la cría del corzo sola y la recogen para
llevarla a un centro de recuperación pensando que puede haber sufrido el
abandono de la madre y, por ese motivo, correr peligro su vida. Nada más lejos
de la realidad pues, con esa actitud lo que se hace es poner en peligro al
corcino, que no será capaz de sobrevivir sin la ayuda de su madre. Incluso
acercándonos simplemente para curiosear y dejándola en el lugar, la pondremos en
peligro ya que el depredador que no la ha visto aún, en base a nuestra conducta,
puede descubrir el encame y degustar, gracias a nosotros, un suculento manjar
que sin nuestra ayuda le habría pasado completamente inadvertido. El lobo, el
zorro o el jabalí, sin olvidarnos del oso o el lince donde cohabitan con el
cérvido en cuestión, son depredadores que hacen presa en el corzo y sin los
cuales este cérvido, al igual que otros, dejaría de estar en equilibrio con el
ecosistema, lo que provocaría una superpoblación que atraería posibles
enfermedades que mermarían finalmente la especie, pudiendo hacerla incluso
desaparecer. En la enciclopedia de la fauna de Félix Rodríguez de la Fuente, el
autor que expone lo relativo al corzo indica en referencia a los depredadores: “La
eliminación de los predadores naturales del corzo parece también poco
aconsejable. Un conocido estudio llevado a cabo en Canadá revela cómo una
especie de cérvidos se encuentra en un óptimo de equilibrio con su predador el
lobo en densidades relativas de cien presas por cada lobo, manteniéndose esta
proporción durante muchos años”.
No es fácil toparse con otros animales que no sean aves cuando caminas por entornos naturales, pero siendo discreto puedes encontrarte con relativa facilidad con algún corzo huyendo al percibir tu presencia. Poder ver a un animal salvaje en su entorno es una experiencia indescriptible, ya se trate de un ciervo, más común quizás, un corzo como los de las fotografías que acompañan este breve texto, o cualquier tipo de mamíferos que habitan en paralelo a nosotros, aunque a menudo parezcan invisibles y sólo puedas saber de ellos por sus rastros y huellas.
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