Nostalgias de mi antiguo "yo"
No recuerdo cuánto tiempo hace que no ponía mis pies por la zona del Bajoz y su embalse pero, pese a los cambios habidos (alguna señalización más, prohibición de llegar los vehículos hasta el mismo embalse, zona de aparcamiento arreglada…), en esencia me he encontrado lo mismo que recordaba haber dejado la última vez que por allí pisé.
Día primaveral
frío, con nubes cubriendo el cielo que amenazan y cumplen con la lluvia
predicha, aunque breve y poco intensa, acompañada en intervalos con los vientos
protagonistas del refranero para el mes que antesdeayer dejamos atrás (marzo
ventoso, abril lluvioso, dejan a mayo florido y hermoso).
En el ambiente flotan por doquier las notas musicales de la primavera: Pinzones, carboneros, jilgueros o petirrojos pugnan por lograr su papel protagonista en la orquesta hasta que el cuco inicia su canto solista, dejando en un segundo plano todo el plantel orquestal de los pajarillos que, a coro, tratan de hacer sombra a su disilábica voz. De vez en cuando algún repiqueteo en los chopos concede unos segundos de protagonismo al percusionista del bosque y, ya en el embalse, las golondrinas danzan al compás primaveral sobrevolando las calmas aguas en veloces acrobacias mientras la lluvia cae cada vez con más intensidad. Una focha huye al percatarse de mi tosco trote por la orilla para, posteriormente, recriminarme con su canto el haberla perturbado al igual que hacen los engalanados azulones, murmurando en un principio para, a medida que el sendero me conduce hacia ellos, dar la voz de alarma y echar a volar cambiándose de orilla o marchando hacia los prados.
Mi trote es calmo y poco grácil (como una culebra atropellada que trata de salir del asfalto mortal es lo que asemeja) y con él he querido recordar pasadas épocas donde mi estampa era distinta y mi aliento flotaba con los vientos a medida que mis pulmones lo exhalaban; hoy ese resuello se desploma como un pesado yunque que libera una y otra vez cada zancada y el paisaje no lo siento igual que cuando correr no suponía un esfuerzo, sino una liberación. Parecida sensación es la que, una vez terminado el circuito que he completado a la carrera, he vuelto a disfrutar al repetir caminando una parte de ese recorrido para poder respirar hondo y dejar en mis pulmones ese hálito que la naturaleza me regala. No es la prisa por llegar a ningún sitio lo que me hace explorar a la carrera esos senderos naturales, sino el poder sentirme como uno más de esos ágiles y enérgicos habitantes salvajes de los entornos que recorro, o al menos recorría. Sentirme como el lobo que acelera para alcanzar su presa, como el azor salvando los obstáculos del bosque mientras vuela entre la arboleda o como el corzo que huye dejando atrás el peligro.
Pero de este entorno humanizado aunque bien naturalizado, brota una sombra siniestra que aletea. Mirando hacia arriba, donde el páramo infinito se confundiría con el cielo como el piélago en el mar, cientos de molinos acechan al entorno. Tan solo este reducto queda a salvo bajo el espeso bosque de aerogeneradores, en un páramo donde la vista ya no se pierde en el horizonte, sino que acompaña el movimiento de las aspas de esos gigantes a los que ni siquiera Don Quijote hubiera osado a retar.
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/embalse-bajoz-99009894
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