Fin de semana en la montaña palentina a paso lento
Es un amanecer frío, pero no ha helado pese a lo avanzado de la estación otoñal, desde la ventana vislumbro el robledal que cubre las laderas de un tono ocre, contrastando con el verdor de los prados. Un gorjeo incansable entra por la ventana desde el exterior mientras varias hurracas husmean por los tejados del pequeño pueblo emitiendo su característico reclamo. Me asomo por el ventanuco que da a la parte de atrás y percibo cómo algo se mueve entre las hojas del manzano que tengo frente a la ventana, aparece y desaparece como por arte de magia hasta que logro ver asomarse a un pajarillo de tono pardo, a juego con el robledal de otoño, apareciendo ente las ramas para acto seguido volar hasta un tejado y dejarme ver su silueta antes de desaparecer de nuevo en una oquedad del muro. Un chochín paleártico, de sugerente nombre científico troglodytes troglodytes, es quien reclama mi atención. Ese nombre es asociado en la literatura científica por buscar oquedades y cavidades para construir su nido, es un cavernícola. En este caso me ha mostrado involuntariamente la fisura en la pared de la casa de mi vecino donde ha construido el suyo. Pero hay otro pájaro que me reclama desde el manzano. De colores más vivos y también pequeño y de rápidos movimientos, le veo colgar de una fina ramilla mirando hacia mi posición, para desaparecer tras el muro de la casa acto seguido. Este vivaracho es un herrerillo común, cyanistes caeruelus, uno de los pájaros más coloridos de nuestro continente.
Con la noche, algunos sonidos se van apagando, pero otros emergen del bosque. El cárabo (stryx aluco) emite su ululato, con pausas para escuchar la respuesta proveniente desde otra mancha boscosa que yo no logro percibir. He dejado atrás el río iluminado con la luna llena reinante tras escuchar el reclamo de la garza, que aporta con su grito un halo de inquietud, mientras el perfecto círculo lunar recién emergido se va difuminando lentamente entre las nubes. Ahora estoy junto a mi casa, caminando unos metros vigilado por las siluetas que a ambos lados voy dejando tras mis pasos, sin más luz que la de la propia luna que ya ha llegado a lo más alto del firmamento.
Un milano real (milvus milvus) sobrevuela el entorno de prados y bosques mientras me vuelvo del fin de semana. Han sido sólo dos días, con mis facultades físicas muy mermadas tras una grave lesión de rodilla reciente y aún en estudio, pero que me han permitido disfrutar del entorno más cercano y humanizado de los que conozco en los alrededores, pertrechado con una exorbitante rodillera y un bastón, a paso lento y descubriendo gracias a ello animales que de otro modo pasarían desapercibidos a mis sentidos.
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