De enemigos, odios, polarizaciones y sus inocentes víctimas

 

    En su libro sobre el lobo ibérico, un referente para cualquier naturalista o aficionado al medio natural, Ramón Grande del Brío desgrana, entre otras cosas, las perspectivas de futuro para el lobo con pesimismo. Alude a la humanización  y a la antropogenización de los paisajes como factores incompatibles con la supervivencia de especies salvajes, pero no olvida los postulados filosóficos por los que se guía la sociedad industrial a la hora de plantearse dicha conservación de la fauna. Ejemplifica esto último con los fundamentos de que “tienden a considerar legítimo como logro el ajardinamiento o artificialización del entorno, sin conocer siquiera una de las reglas más elementales de la ecología, que proscribe la manipulación del mismo. La naturaleza guarda sus propias reglas y, desde luego, en palabras de Bacon, <<se la domina obedeciéndola>>”. No olvida en ese mismo capítulo de su libro el problema de los vallados: “el simple hecho de que exista una excesiva proliferación de alambradas en los campos, al fin y al cabo debe considerarse como un factor más de artificialización del entorno, ya que, por otra parte, prácticamente no crean ecotonos; constituyen auténticas barreras –funestas—para la fauna en general”. Este libro está editado en 1984 y por aquel entonces el lobo había sufrido la merma de gran parte de su población ibérica (recordemos que sólo un par de décadas antes existían aún las juntas de extinción de animales dañinos) y estaba acantonado en una porción del noroeste ibérico, junto con algún reducto en sierra morena principalmente. El censo que se realizó entre 1986 y 1988 reveló que el 90% de la especie estaba entre Galicia y Castilla y León, albergando España el 80% de la población ibérica de lobos. Mostró también dos núcleos residuales aislados en Extremadura y en Sierra Morena. Estos dos grupos, tal y como adelantó Ramón Grande del Brío, ya no existen en la actualidad, quedando las estimas poblacionales realizadas posteriormente en otros exámenes muy similares a esa primera estima de los años ’80, época donde el lobo vivía una de sus peores etapas, pese a que por fin empezaba a ser visto como un animal y no como una alimaña a destruir gracias a la dedicación de históricos naturalistas como el conocido Rodríguez de la Fuente o Valverde por citar algunos; tan solo unos años antes se mataba sistemáticamente a todo animal que el “saber popular” considerase perjudicial para sus fines concretos, para lo que se utilizaba toda clase de métodos, entre los que se liberalizó el veneno, que sembró los campos españoles de cadáveres en esa fracción del siglo veinte.

    Hoy día aún se dice que sobran lobos en ciertas regiones y abogan por matar el excedente en función de singulares parámetros que aplican con el desconocimiento de cómo funciona la naturaleza y las especies que en ella habitan. La población está polarizada entre quienes defienden al lobo, y por extensión al medio natural, en contraposición a quienes simplemente ven el medio natural como una oportunidad de desarrollo económico. Una especie tiene su lugar en el medio con el que interactúa, cuando arrebatas a esa especie ese lugar para crear un espacio a medida de tus intereses, esa especie perdería su razón de ser. El propio Grande del Brío lo reconoce cuando alude en otro de sus libros a la alimentación en muladares o cebaderos, indispensables por desgracia para el mantenimiento de la especie a la que van dirigidos, pero en una existencia que carecería de sentido si finalmente no se recupera el estatus natural original donde afloren los comportamientos interespecíficos que den razón a cada una de su propia condición. Fuera de eso los pocos espacios naturales que sobreviven no serían más que zoológicos. Es bonito interactuar con algunos animales como sucede en parques como el Campo Grande en Valladolid, donde ardillas, patos, pavos reales, carboneros, gorriones y herrerillos han perdido el temor al ser humano para comportarse como animales domésticos dependientes del alimento que las personas aportan para pasar un momento mágico rodeado de animales que, en su medio natural, no solo jamás se arrimarían, sino que al primer atisbo de presencia humana huirían, impidiéndote si quiera poder verlos de lejos. No puedo criticar eso porque aporta a las personas que allí acuden una humanidad y un bienestar ante el medio natural (aunque esté domesticado), que hace cambiar ciertos comportamientos ancestrales de destrucción que tenemos en nuestra carga genética. Cuando una persona interactúa con un animal, le será más difícil acabar con él por pura diversión, como se hace aún en muchos lugares donde la carabina es poco más que un juguete y el tiro al blanco se realiza contra gorriones, palomas, carboneros o cualquier pobre bicho que sin querer se ponga a tiro.

    “De tanto defender las ideologías, los científicos han perdido de vista la ciencia, es decir, sus propios conocimientos” apunta en un escrito el profesor Jesús G. Maestro. Estamos hartos de escuchar a personas relacionadas con ese campo alertar de los problemas que estamos causando al medio ambiente con nuestro uso (abuso) del planeta, entre ellos no sólo el tan controvertido cambio climático, que parece el punto donde la mal llamada izquierda y la que definen como derecha en nuestro espectro político ponen en juego sus peleas más encarnizadas y encarnan sus odios al contrario. Existe también un gravísimo problema de biodiversidad, creado por el ser humano sin ninguna duda, que parecemos haber olvidado. Una especie con el éxito que ha tenido la nuestra, es lógico que termine con otras y modifique el ambiente, pero cuando ya lo hacemos de forma tan radical y consciente de lo que ello significa, dados nuestros conocimientos adquiridos, no se puede mirar hacia otro lado simplemente y dejarlo pasar. “Ideologías, filosofías y religiones tienen, contra las ciencias, un objetivo muy diferente, que no consiste en conocer – ni reconocer – la realidad, sino en cómo intervenir en los conocimientos científicos para manipularlos y adulterarlos según sus propios intereses ideológicos, filosóficos o religiosos”. (Jesús G. Maestro). El espectro manipulador de ideólogos de izquierdas ha secuestrado al medio natural, convirtiendo el conocimiento científico en ideología, casi en extremismo, y polarizando con ello a una opinión pública que seguirá las directrices de quien consideren su mesías, manipulando lo necesario sin importar las aberraciones que se puedan argumentar para no salir de sus intereses. Olvidamos que es nuestro sostén sobre el planeta a lo que estamos aludiendo, y en esa lucha, una parte (aquella a la que su contraria denomina derecha, ultraderecha o la palabra de moda creada por el inmoral gobernante que tiene secuestrado a nuestro país: fachosfera, de manera despectiva) se ha instalado contra los conocimientos científicos de la biología o la ecología simplemente para combatir al espectro rival  mostrando el mismo cinismo y desvergüenza que quienes orgullosamente se autodenominan de izquierdas, descubriendo al espectador imparcial una bajeza moral indigna de una sociedad civilizada (aprovechemos de nuevo para recordar la “hemiplejia moral” que Ortega confería a quienes se denominaban de derecha o de izquierda). Esto no tiene sentido. En un país como el que vivimos, secuestrado por las ideologías extremas y la polarización traída por esos ideólogos de la política con el fin de manipular a la sociedad, donde la normal discrepancia se ha convertido en enemistad y odio, este tema se ha convertido en una peligrosa moneda de cambio y el producto con el que se negocia es nuestra propia supervivencia. No se busca solucionar los problemas que puedan aquejar a la población sino crear más división y generar enfrentamiento. Señalan desde arriba quién es tu enemigo y la masa enfervorizada carga contra el señalado sin saber más que ha sido marcado por quien gobierna su mente desde fuera y conduce así sus actos. Lo hemos visto con la destructiva gota fría acontecida en varias comunidades autónomas que, concretamente en Valencia, ha causado estragos que no se van a olvidar y que aún un mes después continúan sufriendo. Diferentes administraciones de distinto color se empezaron a echar las culpas por todo antes incluso de saber cuántas personas habían fallecido. En lugar de soluciones se buscan culpables cargando contra el de signo opuesto para tratar de eximirte ante la manipulada opinión pública. No existe autocrítica, que es de donde a menudo se aprende para no repetir los posibles errores cometidos. En el relato de las causas y los porqués de todo lo que acontece en nuestro planeta hay y habrá muchos interrogantes, pero una sola verdad, la de Francis Bacon “a la naturaleza sólo se la domina obedeciéndola”. Si olvidamos esto, lo demás da igual.

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