Nos quedamos solos...
“A cada descarga sucesiva, aunque caían montones de ellos, el afecto de los supervivientes parecía más bien aumentar; porque, después de dar unas cuantas vueltas alrededor, volvían a posarse cerca de mi, mirando hacia abajo, a sus compañeros muertos, con tan manifiestos síntomas de compasión y preocupación como para desarmarme del todo” Charles Wilson Peale
Se ha hecho público hace algunos días el Informe Planeta Vivo 2022, un análisis que la organización WWF realiza cada dos años junto a la sociedad zoológica de Londres y que desarrolla el estado de la biodiversidad desde 1970. El de este año no indica nada que no dijeran los anteriores informes, simplemente aumenta los números de en cuanto a la merma de biodiversidad en el planeta, el cambio ha sido que, al menos durante un par de días, algunos medios de comunicación se han hecho eco de ello y por ende, parte de la sociedad lo ha podido descubrir. Algo que tras una semana ha vuelto a caer en el olvido. Habla ya de que se han reducido las poblaciones de animales en un 69% desde que se inició el estudio en el año 1970.
Este informe del 2022 analiza casi 32.000
poblaciones de 5.230 especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces de
todo el mundo, por lo que cuenta con una sólida base científica. Esto quiere
decir que estamos en medio de dos crisis: una climática y otra de biodiversidad
y, desde el año 2021 que
Hoy mismo he escuchado al naturalista y conocido experto en sonidos de la naturaleza Carlos de Hita, en una entrevista de un podcast de hace uno o dos años, decir que le parece una falta de respeto ir a grabar los sonidos del urogallo cantábrico, dada la alarmante merma que ha sufrido esta tetraónida en estos años, que probablemente nos llevará a la, dada por hecho ya, extinción de esa especie. Otra más a sumar. A restar mejor dicho. En estas palabras se recoge el cambio de mentalidad que ha habido entre los naturalistas del siglo XIX por ejemplo y muchos de los de hoy en día. Aquéllos, en su afán “científico”, no dudaban en recoger cualquier animal que fuese raro o desconocido para catalogarlo, clasificarlo y coleccionarlo, con más alegría aún si logran hacerlo con el último ejemplar de una especie conservándolo en su colección para la posteridad. Hoy, Carlos de Hita nos enseña que la ciencia no está por encima de la vida, y si hay que dejar en paz a una especie que no goza de buena salud en cuanto a su población para al menos darla una oportunidad de supervivencia, dará por bueno perder una grabación del último ejemplar de Urogallo. El ser humano no se merece disfrutar de eso que ha destruido. Ese sonido, esa voz gutural, se perderá en los bosques sin que nadie de su especie lo escuche, esa imagen nos mostraría la mirada solitaria y asustada, con la tristeza del que se sabe ya el último ejemplar de una especie. Que al menos esa mirada o esa voz queden cautivos en el bosque pues, aunque silentes para nosotros, resonarán cada día en el hayedo hasta que el ser humano tumbe el último árbol del bosque, y vuelva a morir con él.
En el libro “ornitología americana” escrito por Charles Wilson Peale, viene la cita escrita al inicio. Habla sobre los periquitos de carolina, un ave que se consideraba como una de las más hermosas de Norteamérica, y también como una plaga por parte de los campesinos de la época. Su número, dicen, solo era superado por la paloma migratoria, que en menos de un siglo pasó de ser el ave más numerosa de Norteamérica a desaparecer de la tierra (Martha, su último ejemplar, murió en un zoo en 1914). La última gran cacería sobre esa especie tuvo lugar (datos recogidos de Wikiloc) en 1896, donde se abatieron en un solo día 250.000 ejemplares, todos los adultos de la colonia, abandonado con ello sus nidadas a merced de los depredadores y las inclemencias del tiempo.
Peale narra la facilidad para la caza del periquito en esa cita, donde se ve que remontaban el vuelo en grandes bandadas tras un disparo y acto seguido volvían a posarse en el mismo lugar sin entender qué había sucedido a sus colegas que se encontraban caídos tras esa primera carga. El último periquito murió sólo 4 años después de Martha, en 1918, en el zoo de Cincinnati.
En su libro “una breve historia de casi todo”, del que ya hablé, Bill Bryson recoge esta historia indicando que Peale “era un gran amante de los pájaros y, sin embargo, no vacilaba en matarlos en gran número sin más razón para hacerlo que la de que le interesaba hacerlo”.
Recoge también Bryson en el libro la conocida historia del dodo (o dronte), extinto de su hábitat en 1693, unos cien años después de que los primeros humanos arribaran a la isla Mauricio. “Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alas complementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo”. Thomas Herbert, 1627 (cita recogida de Wikiloc). En 1755, el director del museo Ashmoleano de Oxford decidió, por si no fuera poco extinguir la especie, quemar el único dodo que existía disecado, al estar enmoheciéndose. Tan solo un empleado que fue testigo de la tropelía logró salvar de los restos la cabeza y parte de una pata. Éramos capaces de exterminar hasta a los animales que ya habíamos extinguido, ese es el respeto que históricamente se ha tenido hacia el resto de seres vivos que nos acompañan en el planeta.
De esa época datan los mejores científicos y coleccionistas que ayudaron, no solo a conocer a los habitantes de la tierra, sino a exterminarlos de paso.
Dice Bryson que Rothschild procesó más de dos millones de especímenes y añadió 5000 especies de criaturas a los archivos de la ciencia. Relata que fue el coleccionista más “científico” de su época, y a la vez el más mortífero: En una década que el coleccionista dedicó a Hawai de forma intensa, desaparecieron del planeta al menos 9 especies de aves de la isla.
Hugh Cuming, otro naturalista, fletó un gran barco con su tripulación para recorrer el mundo y recoger todo ser vivo que se pudiera. Se le conoció como el “príncipe de los recolectores”.
No menos dramática es la historia de la curruca de Bachman que nos adelanta Bryson, especie que fue disminuyendo hasta su desaparición en la década de 1930. Una coincidencia, no obstante, hizo que en 1939, cuando ya se creía extinta, dos amantes de los pájaros localizaran, en lugares muy alejados entre sí y con dos días de diferencia, supervivientes solitarias de esa especie. “ambos las mataron”.
El tilacino, animal carnívoro de Australia, Tasmania y Nueva Guinea, se extinguió en el siglo XX. El último superviviente murió en un zoo privado en 1936 y fue arrojado a la basura.
Así nos hemos comportado. Así nos seguimos comportando.
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