Del otoño y sus atardeceres diversos
"Las montañas, los mares, los cielos,
¿no son parte de mí mismo y de mi alma, como yo soy también una parte de
ellos?” Lord Byron
Seguimos en otoño, pero el invierno va abriéndose hueco por las montañas del norte de España. El bosque caducifolio ya casi ha perdido completamente las hojas, que ahora cubren el suelo por el que voy caminando. A medida que asciendo la nieve empieza a hacer acto de presencia hasta que, llegado un punto, el suelo del bosque está completamente cubierto del blanco manto invernal. El bosque está en silencio, mudo, mientras la tarde prosigue su curso inexorable hasta desembocar en la noche. Aunque el cielo está despejado sobre la arboleda por la que transito, las nubes empiezan a tapar las montañas que se atisban frente a mí. Cuando salgo de la floresta, una especie de cencellada empieza a caer sobre mí. Se anuncian nieves. Vuelvo a cobijarme en el hayedo para buscar el arroyo y lo que allí vislumbro, toda la naturaleza que me rodea, me hipnotiza de tal forma que solo la inminencia de la noche me hace despertar de ese arrobamiento para regresar de nuevo a la pista, ya cuando las sombras se han adueñado del entorno, y a tientas por ella llegar al lugar donde dejé el coche. El frío es intenso cuando llego al pueblo, pero la temperatura bajo cero se va templando y en pocas horas, la nieve hace acto de presencia. Me encuentro aproximadamente a
Amaneció tarde para mí, pero justo cuando la niebla que cubría el valle
dejaba al descubierto un soleado día que pronto terminaría con el blanco que
dejó la nevada en los prados. Me introduzco sin más demora en el bosque,
pretendo subir a la caza de un atardecer, esta vez sobre Sierra Corisa. No
tardo en pisar de nuevo la nieve caída, de espesor fino, por la que cómodamente
se camina y que le dota al bosque de una nota de color que lo hace aún más
especial. Aunque en la sombra perpetua del bosque apenas el sol es capaz de
penetrar, en cuanto se abre un pequeño claro, se aprecia como es el astro rey
quien domina al mediodía el paisaje. No llevo prisa, simplemente quiero dejarme
llevar con las horas hasta que la noche me alcance en la cima. Busco los
rastros del oso, pero hoy no ha pasado por aquí, ni el oso ni nadie, a parte de
alguna cabeza de ganado de la que quedan impresas sus huellas en la nieve.
Ya en la pista, las nubes empiezan a adueñarse de nuevo del cielo, cubriendo a la luna con un fino velo que, pese a oscurecer su luz, aún permite que pueda descender todo el camino sin necesidad de luces artificiales, siendo así uno mas dentro del bosque mientras camino al arrullo del cárabo que siempre parece querer saludarme.
Pero quiero ver el otro lado de la cordillera, la vertiente norte, y para ello opto por acudir, en cuanto desayuno al día siguiente, hacia la zona de
De nuevo busco ese atardecer. Sobre las montañas se ve la nieve caída estos días, y a sus pies, el mar se muestra ajeno al invierno, continuando su enconada lucha contra la costa, ganando terreno a la vez que lo pierde. La noche me vuelve a dar alcance sumergido en la naturaleza, esta vez más domada, más cerca del entrono urbano, pero con la soledad necesaria para hacerle a uno sentirse único en este espacio natural, privilegiado por tener la oportunidad de saber disfrutar de estos paisajes.
Montañas, mares y cielos unidos en tres días por
Un par de enlaces que recorren alguna de estas zonas, aunque no exactamente como yo lo he hecho estos días:
https://es.wikiloc.com/rutas-carrera/valdearenas-a-somocueva-118010135
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