Nuestro terror ancestral, las serpientes.

 

   La cumbre de la montaña a la que quiero llegar está próxima, la rampa de hierba que me resta, salpicada por numerosas piedras, muestra un tono amarillento por la falta de lluvias a pesar de que el otoño ya está mediado. La soledad aquí  es absoluta pese a encontrarme en los límites del concurrido Parque Nacional de Picos de Europa. Todo un horizonte salpicado de montañas se abre a medida que he ido ascendiendo: por un lado el macizo central y occidental de Picos, a otro peña Ten, Pileñes y gran parte de la montaña asturiana, hacia el sur se atisban las grandes cumbres palentinas. El descenso es abrupto, en el que no puedes lanzarte debido al grado de inclinación tan elevado y a las piedras que a simple vista se ocultan bajo el forraje, que podrían hacerte pasar un mal trago si te das un traspié. De repente, bajo el pie derecho que iba a posar, algo se mueve con inusitada rapidez, lo observo caer unos metros por la inclinada rampa, para recomponerse y seguir más abajo su huida reptando. Es un cuerpo alargado, aunque algo rechoncho, que al ver la inminencia de ser aplastado por la bota que se le cernía, optó por esa salida. Puedo reconocer en ella las características de la víbora cantábrica mientras aguardo a que se pierda de mi campo visual. El susto ha sido grande; miro mi bota por si me hubiese llegado a morder, pero no percibo nada que delate un defensivo ataque del animal. Ahora mis pasos son más pausados, mirando siempre antes de poner el pie por si otra víbora estuviera por allí soleándose.

    No es la primera vez que veo tan próxima a mí una víbora cuando deambulo por las montañas, pero sí es la primera ocasión en la que percibo que ésta huye despavorida al no haberme percatado de su cercana presencia. Habrá habido ocasiones en las que a buen seguro he pisado cerca de donde se ocultaba sin moverse, mientras inmóvil vigilaba mis pasos, al igual que ha habido otras donde la he visto deslizarse entre el matorral ralo de la media montaña cantábrica. Aquél día pudo haberse quedado quieta y, al pisar a su lado, morder aquello que la amenazaba. Ese mordisco pudo haber sido en la protegida bota, llegando quizás más difuminada la ponzoña que le acompaña a la piel del montañero, o tal vez un poco más arriba y ser el pantalón lo único que protegiese la pierna, entrando todo el veneno en la extremidad.  En aquél caso vio tan claro el reptil que mi pie iba a dañarlo, que optó por huir despavorido. Otras veces, en la montaña palentina, he podido recular al ver moverse la víbora antes de pisar, sin que esta llegase a desaparecer de esa manera,  para simplemente seguir tranquilamente su camino. En todos los casos se ha tratado de víbora cantábrica, ya que es la zona por la que me suelo mover en la que este reptil se desenvuelve y pasa su día a día.

    Hay ocasiones en las que percibes al ofidio y, tras el susto inicial, descubres que pese al terreno favorable para la especie anterior, no se trata de esta, sino de la pequeña e inofensiva culebra lisa europea, como me ha sucedido en varias ocasiones transitando por la sierra Corisa y sus proximidades, dándome más tiempo para verla claramente y, sin molestarla, poder observar sus quehaceres hasta que finalmente desaparece del campo visual.

    Pero ese temor inicial hacia la serpiente no es algo que uno pueda controlar en principio, podría decirse que es un mecanismo de supervivencia que tenemos el ser humano tras toparnos con ese tipo de animales reptantes. Hubo estudios con cercanos parientes como chimpancés, a los que se les aislaba del entorno nada más nacer y, con el tiempo, se les introducía en la jaula diferentes tipos de animales, desde maquetas de grandes felinos a la de una serpiente. Félix Rodríguez de la Fuente, en su programa radiofónico de finales de los ’70, lo relata con su gracia comunicativa. Expone cómo estos monos no tenían miedo al gran felino y otros animales que les pusieron en la jaula, pero que ante la maqueta de la serpiente, su temor fue patente, su comportamiento pues no era aprendido, sino instintivo. Miles de años de evolución junto con estos animales, nos han hecho ver su peligro y ha activado unos mecanismos innatos para que, cada vez que nos topemos con un animal de este tipo, nos separemos de él dando un respingo.

 

   En su libro Biofilia, Edward O. Wilson dedica un capítulo a hablar de las serpientes. Indica al final de dicho capítulo que: “el cerebro evolucionó hasta su forma actual durante un periodo alrededor de dos millones de años (desde la época del homo hábilis hasta la última edad de piedra del homo sapiens), durante el cual la gente vivía en grupos de cazadores recolectores, en contacto íntimo con el entorno natural. Las serpientes eran importantes. (…) un dulce sentido del horror, la estremecedora fascinación hacia los monstruos y las formas reptantes que tanto nos deleitan todavía hoy en los estériles corazones de las ciudades, podría ayudarte a seguir vivo a la mañana siguiente.” En el mismo capítulo, y tras narrar la historia de cómo cuando era niño, al ir a capturar, por el simple hecho de cogerla, a una serpiente mocasín, ésta se revolvió y casi logra morderle. A raíz de eso se sentó tembloroso y se hizo la pregunta de “¿qué tenían las serpientes para resultar al mismo tiempo tan repugnantes y tan fascinantes?” “se trata de su habilidad para esconderse—escribe--, del poder de sus sinuosos cuerpos sin extremidades y de la amenaza del veneno inyectado bajo la piel a través de sus afilados colmillos huecos. Prestar atención a las serpientes y responder de manera emocional a su imagen con algo más que prudencia y miedo es una cuestión de supervivencia elemental. La regla del cerebro, en forma de sesgo de aprendizaje es: ponte alerta enseguida ante cualquier objeto con forma serpentina. Grábate a fuego esta respuesta para mantenerte a salvo”. Alude al igual que nuestro famoso naturalista (y contemporáneo suyo) a otros estudios sobre primates llegando a la conclusión de que la forma de la serpiente, y quizás su movimiento característico, es un estímulo ante el que esos primates reaccionan de manera innata,  abriendo la posibilidad incluso de que ese rasgo de aversión a las serpientes tenga una base hereditaria y evolucionó por selección natural, es decir, quien reaccionaba con esa cautela tenía más descendencia que el que no lo hacía.

    Pero la cultura popular también ha contribuido al odio hacia la serpiente; la ha tachado de demonio, ha creado mitos y supersticiones que han jugado un papel clave en la relación entre el hombre y los ofidios. Ha sido tildada de animal maligno, astuto y traidor, a la par que en otros pueblos antiguos era venerada como diosa de la fecundidad. La Biblia la acusa de ser inteligente y malhechora, enemiga de Dios y del hombre y a la que la tradición cristiana  identifica con el demonio. La tradición oral cuenta incluso que las serpientes por la noche, separaban al bebé de la madre para mamar ellas la leche materna, dejando al recién nacido que chupara su cola para evitar que llorase, cosa esta que provocaba desnutrición al niño.

 

   Ni que decir tiene que el acceso a la cultura y conocimientos de la población ha ido desterrando estas supersticiones, aunque aún se escuchan en numerosas zonas rurales de nuestro país, al igual que sucede con las que se cuentan sobre el lobo, quedando no obstante esta sensación en el acervo cultural de las sociedades, que aún hoy en día no dudan en terminar con la vida de cualquier serpiente con la que alguien se cruza, como si se tratase de un acto de protección hacia nuestra especie por terminar con una amenaza para nosotros.   Las serpientes son un ser vivo más, forma parte de nuestro hábitat y ocupa sus propios nichos, aquellos que la naturaleza ha creado para ellas. Su desaparición, como la de cualquier otro eslabón de esa cadena que es la naturaleza, provocaría desequilibrios. Olvidémonos de la imaginaria sierpe y centrémonos en lo real, en la serpiente que simplemente vive en paralelo a nosotros, y que lo hace ajena a nuestro devenir si se lo permitimos, cumpliendo la función ecológica que la propia naturaleza ha marcado para ella logrando con ello el equilibrio en esos lugares que ocupa de manera natural, allí donde ocupa su nicho dentro del hábitat adecuado.

 

    El peligro del que hacen gala estos animales no es una amenaza directa hacia nosotros. En España, de las 14 serpientes que tenemos en nuestro territorio, solo 3 son peligrosas al tratarse de especies solenoglifas, con unos colmillos muy evolucionados, quizás los que más de todas las especies de ofidios, desde los que inoculan el veneno que segregan por sus glándulas laterales como si se tratase de agujas hipodérmicas, impulsados por sus fortísimos músculos maseteros. Son nuestras tres víboras ibéricas: Áspid (vipera aspis), cantábrica (vipera seoanei) y hocicuda (vipera latastei). Otras dos especies tienen los colmillos opistoglifos, lo que significa que los presentan en la parte de atrás de la boca y es muy difícil que a una persona le puedan llegar a inocular veneno con esos colmillos; son la conocida culebra bastarda o de monpelier (malpolon monspessulanus) y la culebra de cogulla (macropropodon cucullatus). El resto de nuestras serpientes son aglifas (carentes de colmillos), simplemente tienen dientes que utilizan para empujar a sus presas, sujetándolas hasta que se las han tragado enteras, aunque experimentos registrados indican que no todas están desprovistas de veneno. Aún así, ninguna de estas serpientes va a perseguirte para morderte. Nos faltan en España las serpientes proteroglifas (cobras o mambas por ejemplo).

    Estos animales ante la inminente presencia de un ser humano tienen dos tipos de comportamiento: el primero es la huida, el segundo es quedarse quieta, valiéndose de su mimetismo para que quien pasa por allí no se percate de su presencia, y así continuar con su vida pasado el peligro. En todo caso, los accidentes con estos reptiles se deben a desgraciados accidentes, como pudo haber sido el narrado más arriba, que puede terminar con la picadura de la víbora, o por la manipulación, cosa esta absolutamente innecesaria e irresponsable, primero por tu propia seguridad, y segundo por una ética hacia el animal, que no tiene por qué ser capturado y sujetado para jactarse de ello en redes sociales. Días antes de mi incidente en la zona sajambriega, leí en la prensa que un excursionista falleció en esa zona tras la picadura de la víbora. La naturaleza es impredecible, siempre hay que prestar atención al entorno.

    Diferenciar a unas y otras especies no es del todo difícil en nuestro territorio, al haber relativamente pocas especies (de las aproximadamente 3.500 serpientes descubiertas, son 14 las presentes en la península ibérica):

    La víbora presenta características como el cuerpo más rechoncho, del que se diferencia la pequeña cola, algo más fina. Su cabeza es triangular y diferenciada, precisamente debido a los sacos laterales que tiene en su cabeza donde acumula el veneno. Sus ojos son inconfundibles, con pupila vertical y las escamas de su cabeza son una continuación a las de su cuerpo, por tanto son pequeñas. En cambio, las culebras de nuestra península presentan el cuerpo más fusiforme, la cabeza no está tan diferenciada y en ella las escamas son grandes, difiriendo en tamaño de las del cuerpo. Sus ojos presentan una pupila redonda.

    Quizás la lengua bífida no ayude a tener buena consideración hacia la serpiente, y eso no es más que un sesgo cultural al haberse señalado esta característica también como un signo propio de los habitantes del averno. Esa lengua tiene una función, que es por decirlo de una manera simple, saborear los olores. Me explico: la lengua sale de la boca cada poco tiempo y capta partículas, recogiendo esa información del aire; al introducirla de nuevo en la cavidad bucal, la arrima al órgano de Jacobson, que se encuentra en el paladar, desde el que se transmite al cerebro que las indica si eso que huelen es una posible presa. La lengua bífida les posibilita captar de manera más eficaz de donde provienen estos estímulos. Ese órgano vomeronasal (o de Jacobson), no es único de las reptantes, sino que incluso los gatos hacen uso del mismo.

    Pero… ¿Y si me muerde una víbora? Hay muchos mitos sobre cómo actuar que afortunadamente se han ido desechando, como lo de hacer un torniquete, cortes y succionar con la boca para tratar de reducir la cantidad de veneno, que hasta no hace tanto se seguía recomendando (ver enciclopedia de fauna ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente,  no a modo de crítica, sino como un ejemplo del cambio que en pocos años ha habido en cuanto al tratamiento). Hoy día lo primero es saber reconocer los síntomas, constatando ese dolor repentino y agudo; la calma es algo fundamental, siendo conscientes de que pueden aparecer con mucha probabilidad nauseas y mareos al estar actuando nuestro organismo contra el veneno; si es posible, tratar de reconocer el tipo de serpiente que te ha mordido, captándola una fotografía por ejemplo;  avisar al 112 y seguir instrucciones; ayuda ir viendo la evolución, marcando de alguna manera la picadura inicial para ver cómo con el tiempo se va hinchando la zona. Esta información, recogida entre otros estudios, de la web bicheando.com, explica la regla del no, tal y como hemos dicho antes: No succionar, no cortar, no hacer torniquetes, no echar alcohol o desinfectantes, no beber mucha agua ni aplicar frío, no tomar medicamentos y no colocar vendaje opresivo. Todo esto lo explica en un artículo donde recoge las fuentes desde las que han recabado la información. Hay variables que pueden ser importantes, que no dependen de ti, como por ejemplo la edad de la víbora, si esta ha utilizado poco antes su veneno (con lo que apenas generaría más en esa picadura), el estado de salud de la propia víbora… Pero de eso ya se preocuparan los servicios sanitarios, tú simplemente preocúpate por acudir a por ayuda.

    La sociedad española de medicina tropical y salud internacional, ha elaborado y hecho público un boletín sobre el envenenamiento por mordedura de serpiente, fechado en diciembre de 2022, donde estima que las picaduras de serpiente afectan a unos 5’4 millones de personas al año, resultando con envenenamiento aproximadamente la mitad (2’7 millones); causan entre 81.000 y 138.000 muertes al año y cerca del triple de casos de amputación y discapacidad permanente. Asia es donde más casos hay notificados, siendo India el lugar donde más mortalidad se produce por mordedura de serpiente. España cuenta con entre 100 y 150 ingresos por mordedura al año, con una mortalidad estimada entre el 0’1 y 0’3%, normalmente por agravar patologías previas del accidentado.

    ¿Hay que tener miedo a las serpientes entonces?  El mismo que ante cualquier otro animal salvaje o asilvestrado con el que te encuentres. Dejando al animal tranquilo, con una vía de escape, lo normal es que nunca te suceda nada. Como cualquier animal, si la serpiente se siente acorralada, va a terminar atacando a quien la amenaza. El mismo ejemplo he expuesto ante encuentros con osos, por ejemplo. El peligro de estos bichos es su tamaño y el sigiloso modo de desenvolverse por el terreno que ocupan, pero con unas mínimas precauciones en nuestras salidas al campo, nunca tendremos problema alguno con las serpientes. Hay, de hecho, muchos más accidentes graves por picaduras de insecto, que a menudo pasan desapercibidos, pero no por ello nos desanimamos y dejamos de salir a la montaña.

    Hasta aquí un escueto resumen de lo que he considerado más importante sobre nuestras serpientes ibéricas. En España tenemos hoy además otra serpiente que está creando un serio problema allá donde apareció, en las islas Canarias. Se trata de la introducida culebra real de California, la cual ha proliferado y está amenazando gravemente la fauna de las islas. Sobre cómo una especie introducida puede terminar con la diversidad biológica de una isla, hay un ejemplo muy estudiado en la isla de Guam con la boiga irregularis, que terminó con prácticamente toda la fauna de la isla, salvo los humanos, que accidentalmente la introdujeron en los años ’50 del siglo XX.

Fuentes:

https://www.ivoox.com/viboras-serpientes-culebras-1-2-felix-rodriguez-de-audios-mp3_rf_1430930_1.html

https://bicheando.net/2022/06/que-hacer-si-te-muerde-una-vibora-en-espana-protocolo-de-actuacion/?cn-reloaded=1

https://www.semtsi.es/wp-content/uploads/2023/01/Boletin-13-NDT-SEMTSI-Envenenamiento-por-serpiente_v2.pdf 

Biofilia, de Edward O. Wilson

Vida, La naturaleza en peligro, Miguel Delibes de castro.

Enciclopedia de la fauna ibérica, Félix Rodríguez de la Fuente

Serpientes: ni dioses ni demonios, Manuel Charro Gorgojo, biblioteca virtual Miguel de Cervantes, procedente de la revista de Folklore nº 283 del año 2004

https://www.youtube.com/watch?v=dWe22lpOjGI

 

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