correr por el bosque
Cuatro de la tarde, el atardecer de noviembre ya se intuye en los bosques de Ruesga cuando enfundado con mi ropa de correr inicio el recorrido.
Circundo el embalse hasta llegar al desvío que me había propuesto coger. Allí se inicia el bosque, allí comienza la magia. Nadie podía prever que bien entrada la estación otoñal, con los árboles despojándose con avidez de sus hojas para desnudarse ante la anunciada llegada del invierno, iba a volver a escuchar la berrea del ciervo.
No uno, ni dos, sino todo un grupo disperso de machos resonaban bajo el dosel arbóreo. Tuve que detenerme un momento para cerciorarme de que eso que escuchaba era realmente el celo del ciervo, ese episodio de la naturaleza al que hace un mes ya asistí cuando se encontraba en su apogeo, precisamente en el mismo lugar donde hoy me hallo. El interior del bosque además, hace de caja de resonancia para que la berrea se oiga en cada recodo del hayedo como si tuvieras al protagonista justo detrás.
Continúo mi trote cuesta arriba entre el hayedo y el robledal, acompañado siempre de esos clamores otoñales, hasta que en un momento dado la senda cambia de vertiente. Tal vez el ruido de mis zapatillas tratando torpemente de ganar terreno no me permite escuchar más esa banda sonora de principios del otoño, con la que he sido premiado mediado el mes de noviembre, pero mi vista, pese a posarse a menudo en el suelo para evitar tropiezos, logra ver moverse algo que se introduce en el bosque para instantes después desaparecer: Un ciervo, al que sigue otro grupo de hembras, cruza la pista en un punto por el que segundos después paso al trote. Sin recuperarme de la satisfacción, es ahora un corzo el que a pocos metros de mi se detiene indeciso en el bosque, para rápidamente recomponerse y huir, esta vez cuesta abajo, perdiéndose al igual que los otros ungulados entre el arbolado otoñal.
He decidido seguir por una pista que hasta ahora no conocía cuando en la bifurcación dudé un momento hacia donde dirigirme. No hay prisa, simplemente quiero estar dentro de la fronda y bucear entre su follaje ocre.
Entre parajes de enorme belleza, la pista ya comienza a descender para llevarme a un lugar familiar, un punto que tiempo atrás conocí y desde ese momento quise descubrir hacia donde conducía y que hoy, sin haberlo pretendido, se me ha revelado. Desde ahí sólo tengo que descender unos metros más hasta el pueblo, inicio del artificial pantano desde el que partí, para recorrer toda su circunferencia por la deliciosa pista que me lleva de nuevo al punto de partida, cerrando una hora de agradable trote por este maravilloso enclave.
Sólo una cosa me deja triste, cariacontecido: leer en un cartel que unos días después, esta zona quedará cerrada durante varias horas para que otras personas se diviertan disparando a estos seres que, dejándose ver y oír durante mi discurrir hoy por la senda, me han procurado instantes de satisfacción asombrosos. Esos disparos borrarán la magia de este entorno y dejarán mudo al bosque. La próxima vez ya no estarán todos ellos, más de uno caerá ajusticiado para el solaz de quien sólo acude a la naturaleza para extraer algo material de ella. Mi próxima visita ya no será igual.
Los celajes comienzan a cubrir el entorno impidiendo que el atardecer se muestre en su plenitud; las sombras se han adueñado del paisaje cuando marcho, no sin antes contemplar de nuevo las mansas aguas rodeadas de un tupido bosque otoñal y aguzar mi oído para escuchar el ronco bramido de algún ejemplar que despida este episodio de naturaleza.
https://es.wikiloc.com/rutas-carrera-por-montana/ruesga-118805741
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