otro accidente, otro oso. El sumidero palentino
De nuevo un accidente de caza, de nuevo otro oso herido que huye del lugar perdiéndose su rastro.
He leído que
os, ejemplares de la gran fauna europea, como el
oso pardo, y en los que cada año cae alguno en accidente de caza. Ya he hablado
mucho de esto en anteriores entradas y a riesgo de ser cansino, reitero que el
problema no es el cazador que disparó al oso y rápidamente advirtió de ello a
los responsables. El problema es que la administración sigue permitiendo que se
abatan osos en la zona más oriental de su población cantábrica, convirtiendo a
la montaña palentina en el sumidero del oso cantábrico.
Se seguirán utilizando peregrinas y manidas locuciones populistas para que las élites (vestidas de manera informal y campera) continúen con la caza en estos parajes, para que algunos otros puedan seguir teniendo en su poder un arma de fuego haciendo gala de ello cada otoño mientras arrebatan la vida a estas montañas.
La gente del entorno parece no querer a la montaña, simplemente desea someterla, domarla como ya hizo el ser humano con muchos animales hace 10.000 años. Y a lo que no se puede domar, simplemente hacerlo desaparecer. Y así hemos llegado, casi sin naturaleza a la que proteger y la poca que nos va quedando, la seguimos subastando al mejor postor, que satisfará en ella sus ansias de sangre una vez más.
Inadmisible es que se sigan permitiendo batidas de caza en un paraje donde se trata de proteger a la naturaleza y que, sin llegar a ser un Parque Nacional, atesora incluso más riqueza natural que algunos de sus vecinos que ostentan dicha categoría. Categoría de protección que tampoco impide que se abatan animales en lo que debería de ser su santuario.
¿Aparecerá ese oso, o se ocultará como siempre pasa, para morir cobijado donde se sienta más seguro, donde nadie pueda hallar sus despojos? Yacerá seguramente incapaz de comprender qué es eso que, tras un sonoro estruendo, ha terminado con su cuerpo tan maltrecho, mientras simplemente campaba para hacer lo que cada otoño hacen los de su especie: buscar alimento para engordar ingiriendo hayucos o bellotas en el territorio que él domina y, con las primeras nieves, encamarse unos meses al abrigo del invierno con sus reservas de grasa bien cubiertas para no tener que volver a salir de su osera hasta marzo. Sin embargo ese día algo invisible le atacó, golpeándole a traición, quemándole por dentro y haciéndole sangrar. Huir a la carrera de ese incorpóreo contendiente mientras le quedaran fuerzas era la única opción de defensa. Ese invisible enemigo le golpeó fuerte y con vileza, sin darle oportunidad de defenderse, sin siquiera darle opción de saber qué le ha atacado, qué está ahora mismo terminando con su vida.
Mientras unos se afanan en radiomarcar osos para satisfacer las curiosidades de algunos científicos, otros, aquellos que además de científicos son naturalistas modernos (no aquellos de los que ya hablé del siglo XIX), simplemente tratan de aportar sentido común para que la caza empiece a ser residual y que al menos en los parajes naturales que se debieran de preservar, sea la naturaleza la que ordene el territorio y no la mano del hombre, esa con la que sujeta la escopeta cuando no está legislando. Da igual hacia donde se mueva el oso y dónde se detenga a alimentarse o se cobije en el invierno, si lo que no tenemos son osos. Empecemos por proteger de verdad la escasa naturaleza que nos va quedando, dejándola espacio y proveyéndola de corredores que la unan con otros entornos fuera y dentro de nuestras fronteras. Yo no quisiera leer en los libros de historia natural lo que comían los osos que quedaban en la cordillera cantábrica a principios de siglo XXI, o los meses que dormitaban en sus oquedades, quiero simplemente saber que ahí siguen viviendo; lo demás es prensa rosa y ya conocemos además casi todo de la biología y costumbres de estos animales. Unamos esfuerzos en protegerlo de manera eficaz, después ya habrá tiempo para otras cosas.
Mientras tanto, si todo va como infaustamente advierten los procesos naturales, el oso en cuestión estará aletargado en un rincón de estas montañas, tratando de reunir fuerzas para seguir alimentándose, para saciar su sed, sin entender qué le está sucediendo, qué error ha cometido para que la vida se le esté escapando con cada latido de su corazón, con cada suspiro que se pierde entre el ya desnudo hayedo, fundiéndose al final su cuerpo exánime dentro de la montaña que le cobijó, oculto bajo las nieblas de noviembre.
Comentarios
Publicar un comentario