pasiones frustradas, algo profundo de mi diario que quizás no debí mostrar.
" Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. (…) En resumen, hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay."
Michael Ende (la historia interminable)
En todo lapso temporal hay un otoño, una época de transición hacia la calma del invierno, hacia la noche. Dicen del otoño y del atardecer que son sinónimo de melancolía, no lo sé. Pero hoy, en el otoño de mi existencia, me encuentro en un estado de soledad y nostalgia; añoro aquello que no tengo: todo lo que he perdido y lo que nunca conseguí.
Pasados ya de largo los cuarenta, es posible que la estación en la que me hallo y que precede al invierno de mi existencia, esté haciendo de las suyas con mi mente. Contemplo lo que me precede y no veo nada, miro hacia delante y nada parece esperarme. Las ilusiones de toda una vida se difuminan como un mar de nubes que, aunque parece poder soportar mi caída mullendo en su colcha algodonosa cada salto al vacío al que me quiera aventurar, ahora se por experiencia que no es más que algo intangible, un velo sutil y etéreo incapaz de sostener siquiera ninguno de mis sueños, que caerían atravesando los grises celajes hasta estrellarse contra la dura realidad.
Siempre me ha gustado el otoño; cada año aguardo con ansia la llegada de esta estación que, cuando el ciervo inicia su berrea, me convoca también a mi a gritos para acudir a esa cita con las montañas. Ese previo al letargo invernal es lo que me ha conferido siempre mayor actividad: admirando los colores del bosque, recogiendo sus frutos, contemplando las primeras nieves de las cumbres o disfrutando de los aromas de las lluvias tras el seco estío.
El atardecer llama también a mis puertas haciéndome salir a contemplar la gama cromática con la que el cielo se despide del Astro Rey, antes de desplegar un firmamento lleno de estrellas. Veo entonces despertar ese mundo no civilizado, aquella parte del planeta que nosotros mismos hemos relegado hacia las sombras: campean por los calveros manadas de ciervos, el corzo flota entre las sombras del bosque y el gran oso acude a su despensa llena de frutos silvestres al igual que el lobo comienza su acecho al alimento que le dará vida un día más.
Pero el ocaso de mi vida no es como yo había planeado, solo y sin expectativas aguardo simplemente la llegada del invierno, mi noche. Una noche sin estrellas, un invierno sin lumbre.
No ansío ni envidio la vida de otros, tan solo busco rellenar la mía con aquello que me falta, completar una existencia plena en la que mirar hacia la lumbre en invierno y poder recordar con una sonrisa que ha merecido la pena el camino; mirar al firmamento y ver dibujada allí arriba la senda que he ido siguiendo, mi propia vía Láctea.
Hoy, entrado ya el otoño de mi existencia, miro atrás y no veo el verano, parece ni siquiera haber existido la primavera, tan solo se puede atisbar un yermo páramo invernal como el que veo que me aguarda al mirar hacia delante: una meseta sin final azotada por lo más extremo de la climatología que curtirá mi piel e irá ralentizando mi paso hasta que al fin no sea más que un esqueleto al sol como los del ganado que aparecían con el final de las películas de vaqueros. La tumba donde moran los sueños no cumplidos. Pero no escribo esto para hablar de mí:
Quiero hablar de las montañas, del mar con sus acantilados grises azotados por la fuerza de su empuje; quiero referirme a ese primaveral valle multicolor donde el arroyo serpentea mientras refleja en su joven lecho al bosque que cubre las laderas; quiero hablar de ti, aunque tal vez aún no te conozca, pues eres tú quien me gobierna, quien me saca cada día del letargo en el que moro para descubrir paisajes que algún día podamos admirar juntos. Eres esa montaña a la que espero llegar y que rompería la monotonía aportando belleza a este árido desierto por el que deambulo.
No te pongo rostro ni figura pero, invisible, caminas conmigo en cada senda, te detienes junto a mí en el collado para admirar aquel paisaje que allá donde fijes tu mirada extraerá de tu interior una sonrisa, un gesto de admiración por la naturaleza; sientes junto a mí la emoción de alcanzar una cumbre al igual que sientes también desde tus pies el escalofrío del agua del mar que te acaricia mientras, en soledad, caminas relajada por la playa.
Dime, por favor, cuando materializarás tu
forma etérea en algo corpóreo, algo tangible. ¿Cuánto más he de esperar en este
destierro?, porque he llegado a amar el aislamiento, a buscar la soledad en la
naturaleza. ¿Acaso no existes y es
Aún no lo sabes y tal vez nunca llegues a descubrir que en esta historia tú eres la protagonista, quien me da el aliento cuando todo empieza a ahogarme.
Lo veré en tus ojos cuando te conozca, reconoceré en tu mirada ese fulgor que algunos vienen a llamar salvaje y que no es otra cosa que la luz que otorga el hecho de sentir la vida, de vivir y disfrutar cada momento. Sabré que eres tú cuando esa mirada se pierda en el paisaje y busque formar parte de la naturaleza, del entorno al que admira.
Veo cada día en la ciudad ojos llenos de brillo, de luz, que no son más que el reflejo de la civilización que los alimenta y los sostiene, pero al alejarse de la metrópoli, al apagarse ésta con la distancia, mueren con ella al formar parte del ordenado caos de la naturaleza salvaje. Tu mirada puede reflejar el neón y las farolas, pero se ilumina con fulgor aún más radiante al introducirse en el bosque más umbrío o al contemplar cualquier atardecer sobre el acantilado. La naturaleza es quien alimenta tu alma y tu mirada su mejor reflejo.
Tal vez nos hayamos cruzado alguna vez, o incluso nos hayamos conocido. Puede incluso que yo haya puesto cuerpo ya a esa imagen feérica, pero que no fuese mi figura aquella que debiera rellenar el hueco que ella tenía reservado a su lado.
No es difícil, dicen, encontrar una persona con quien pasar la vida, pero sí lo es hallar a alguien con quien compartirla, con quien poder disfrutar cada día de tu existencia. Pero, ¿como saber si es quien está ahora a tu lado?:
Esa persona es la que, en la empinada ladera, con la fatiga marcada en el rostro, la piel algo magullada por el roce con los arbustos y tal vez lastimada por alguna caída, se detendrá un momento a contemplar el objetivo propuesto, la cima; tras beber un trago de agua se dará la vuelta y admirará dibujando una tenue sonrisa el paisaje que se ha ido abriendo mientras ascendía. En ese momento fíjate en sus ojos y encontrarás en su mirada el aliento que a ti te falta. Si crees que ya lo tienes, que encontraste a esa persona, repítelo cada vez que puedas, pues eso que verás reflejado en su mirada será el mejor paisaje que tus ojos puedan apreciar y, recuerda que algunos aún tenemos por delante un panorama a medias, no hemos sido capaces de encontrar ese elemento que nos falta para completar el más bello de todos los paisajes: aquel que únicamente se puede ver reflejado en quien lo observa.
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