La soledad en la montaña para Sonnier
"El hombre apenas ha necesitado más de siglo y medio para pasar, en cuanto a las montañas, desde el desconocimiento y la ignorancia totales, a un dominio también total. Aquí tendría que iniciarse otro libro, pero no lo escribiré: prefiero quedarme en este umbral y atenerme a una época en que el hombre no estaba aún enteramente dominado por su técnica y que, incapaz de hacerlo y conquistarlo todo, le quedaba en cambio, frente a la virginidad de las cosas, el recurso del asombro. ¡Oh juventud del mundo, nuestra propia juventud! ¡Oh misterio irreemplazable del universo! Tan necesario es ignorar como conocer, es más útil buscar que saber; ¡más precioso desear que poseer! He aquí lo que nos enseña la montaña, tanto cuando se entrega como cuando nos esquiva.
Los hombres aventureros habían sido atraídos hacia la montaña por la promesa de un mundo nuevo, totalmente entregado a la soledad. Pero ¿Qué se ha hecho de aquella soledad en la época en que el gigantismo moderno multiplica los refugios de gran capacidad y lanza teleféricos cada vez más audaces hacia las cimas? Muchos itinerarios de alta montaña son algunos días avenidas frecuentadas y la cumbre es demasiado reducida para recibir a todos esos precarios vencedores. Triste victoria, en verdad, que hay que compartir con una multitud! Porque, para el alpinista, la más bella victoria ¿no es acaso la conquista de su soledad? Pero las cumbres a que me refiero no son siempre las de más fácil acceso; y a veces ocurre que aquella bienaventurada soledad, demasiadas veces perdida, se encuentre al fin, intacta, al fondo de algún valle olvidado, en el camino de una montaña sin prestigio y sin gloria, ¡pero siempre hermosa! Es algo así como una extraña reconquista de las virtudes primeras del alpinismo, hoy amenazadas o perdidas por su mismo éxito. La búsqueda de la hazaña ciertamente no tiene aquí razón de ser: la única búsqueda es la de la propia montaña, cuya esencia es la soledad.
¿Hay que deplorar que sean hoy tantos quienes la conozcan? Semejante sentimiento sería sin duda egoísta. Pero qué sería ella y qué seríamos nosotros si el exceso de ese número la despojase de todo lo que nos había cautivado y seducido? En la montaña nada hay menos real –y en todo caso menos importante—que su presencia física: la montaña existe ante todo por sus sortilegios.
Sortilegios mortales que la multitud desvanece… Los primeros alpinistas habían sido individuos aislados, celosos de aquel aislamiento. Pero no confundamos: el ejercicio de la montaña no es, ni ha sido nunca, una escuela de individualismo. Es una cura de soledad, lo cual es muy diferente. (…) El alpinista no se defiende contra los demás hombres. Simplemente guarda la distancia y se refugia en el gran crisol de la naturaleza".
Georges Sonnier, “La montaña y el hombre”.
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