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Sobre rastreo

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       El conocimiento autodidacta es útil, pero tiene sus limitaciones, sobre todo cuando queremos interpolarlo a la práctica. Cuando uno lleva tantos años moviéndose por la montaña, por la naturaleza en general, llega un momento en el que quiere saber lo que rodea al entorno por el que se mueve, y qué mejor que el conocimiento de los animales y vegetales que lo pueblan, los tipos de sustrato sobre el que viven… Para ello hay excelentes libros y guías que te muestran cada animal o planta que allí habitan, es fácil absorber ese conocimiento escrito del que mi biblioteca está rebosante, pero cuando quieres traspasarlo al medio, te das de bruces con la realidad: No ves a la garduña, ni al lirón gris, ni al lobo, ni siquiera al enorme oso, incluso el roble que ves se te hace extraño ante las diferentes especies que pueden habitar en tu entorno y has de poner todo tu esmero en diferenciarlos. De vez en cuando ves huir a un ciervo o cruzarse en el camino a un despistado z...

El drama de los herrerillos

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      Escribo estas líneas frente a la puerta de mi casa en la montaña, sin perder de vista la oquedad del muro donde la pareja de herrerillos había construido su nido y traído al mundo a su prole de pequeños pajarillos. Ayer aún veía a la pareja con sus incansables idas y venidas llevando alimento al nido y extrayendo de él los excrementos al salir. Son ya muchos días los que he ido viendo el infatigable trabajo de los herrerillos para traer su descendencia y sacarla adelante, pero hoy no los he visto. El muro ahora es un pequeño agujero apenas perceptible,   sin vida aparente.     Anoche, antes de acostarme, salí a la puerta a escuchar los sonidos de la oscuridad. Aún se escuchaba alguna estrofa del ruiseñor y el sonido de los grillos, a los que acompañaba   el metálico zumbido del chotacabras y algún lejano ululato del cárabo, pero algo vi que no me gustó y cuyas consecuencias han podido traer ese drama: Sobre el tejadillo del muro que h...

Mis compañeros de piso

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      En la naturaleza, cuando pasas tiempo en un pueblo donde no hay servicios, donde apenas te cruzas al día con uno de los escasos vecinos que allí viven y suele ser coincidiendo con la llegada de la furgoneta del panadero a media mañana; cuando a tu alrededor tienes bosques, prados y pequeños arroyos que se descuelgan suavemente desde las cumbres vecinas, la soledad no se siente como cuando vives en una ciudad, siempre, quieras o no, rodeado de gente, con todo tipo de servicios y donde cada vez que sales te cruzas con cientos de personas a las que a buen seguro nunca has visto antes. Aquí en el pueblo la soledad no se percibe, con   cualquiera que te encuentres intercambias algunas palabras, le conozcas o no y cuando a nadie ves, es porque estás suficientemente atareado como para no percatarte de que has estado solo todo el día; allí en la ciudad, sin embargo, estar solo es sinónimo de tristeza y abandono, con nadie que no conozcas intercambias palabra algun...

nuestra evolución va muy despacio

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  “Tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y tecnología propia de un dios. Y eso es terriblemente peligroso” E. O. Wilson, en una entrevista para Harvard Magazine, rescatada de un artículo del diario El País sobre este ilustre Biólogo     Titulares de prensa dicen un día que miles de personas salen a la calle en defensa del lobo, y al día siguiente alertan que, de nuevo, miles de personas salen a la calle reclamando la desaparición del citado cánido de nuestros campos. ¿A quién damos la razón? Obviamente cada cual mantiene una opinión y la defiende, sea justa o no, pues bien en su economía o bien en su sensibilidad, se ven ambos grupos afectados por las acciones del otro. Hay una polarización en la sociedad que no acepta términos medios aunque, en mi opinión, es cierto que no debiera haber término medio en algunos casos concretos, como este al que aludo; simplemente se necesita un cambio de paradigma basado en el conocimiento del medio y no solo e...

Nuestro terror ancestral, las serpientes.

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     La cumbre de la montaña a la que quiero llegar está próxima, la rampa de hierba que me resta, salpicada por numerosas piedras, muestra un tono amarillento por la falta de lluvias a pesar de que el otoño ya está mediado. La soledad aquí   es absoluta pese a encontrarme en los límites del concurrido Parque Nacional de Picos de Europa. Todo un horizonte salpicado de montañas se abre a medida que he ido ascendiendo: por un lado el macizo central y occidental de Picos, a otro peña Ten, Pileñes y gran parte de la montaña asturiana, hacia el sur se atisban las grandes cumbres palentinas. El descenso es abrupto, en el que no puedes lanzarte debido al grado de inclinación tan elevado y a las piedras que a simple vista se ocultan bajo el forraje, que podrían hacerte pasar un mal trago si te das un traspié. De repente, bajo el pie derecho que iba a posar, algo se mueve con inusitada rapidez, lo observo caer unos metros por la inclinada rampa, para recomponerse y seguir más...

Dos relatos, una historia

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       El invierno comienza a hacer estragos en la familia, que está ahora más reagrupada. La nieve cubre todo el territorio y el frío congela cada rincón de la montaña y el valle. Pocos se aventuran a salir e incluso el ganado doméstico está guardado, no hay nada en la montaña que se mueva cuando el frío y los temporales hacen su aparición. Sabes que tras las nevadas, el deshielo traerá comida: la carne de los infortunados ungulados que no pudieron sobrevivir al crudo invierno, aquéllos que se quedaron sin fuerzas en su búsqueda de alimento y sucumbieron al agotamiento y al frío hasta que el incipiente deshielo deja al descubierto sus despojos, que no son más que biomasa, materia orgánica que alimentará a los habitantes de la montaña. Esos cuerpos darán vida a muchos de los pobladores de este entorno hostil.    Pero aguardar a que la montaña desentierre y muestre el inerte cuerpo del corcino o el gabato que no tuvieron la suerte de sobrevivir, es algo...