Un día normal, o lo que se percibe fuera de la urbe.

No suena el despertador. Tampoco te sobresalta el bullicio de la calle con sus coches, autobuses, o el continuo martilleo de las obras que parecen no terminar nunca al irse solapando (no ha terminado una cercana cuando empieza otra aún más próxima a tu ventana). Simplemente el devenir del sueño va terminando su cometido para dar cabida a la vigilia con el sol ya en lo alto. Al abrir la ventana, el tumulto que se escucha es diferente al de la ciudad. La naturaleza ya hace tiempo que despertó y todas las aves recitan a coro su noticiario matinal; aún se escuchan los grillos en el prado y cercano también resuena el rumor del arroyo. No hay apenas estridencias que sobresalten al entorno salvo algún vehículo que inicia su marcha y en ocasiones un motor accionado por alguien que inicia su labor durante algunos minutos en los que siega el prado o hace leña para la chimenea, pues aunque el calor ya sea dueño del paisaje, dentro de las casas la temp...