Despierta el hayedo, el robledal remolonea
En la ladera de la Tejeda de Tosande, el hayedo ya despunta. Mediada la tarde de un jueves, sin festivos que lo colapsen de personas que quieren descubrir y disfrutar de la singular Tejeda, el paseo es solitario, nadie hay ya por la señalizada senda. Aves forestales trinan por doquier, la primavera ya ha debido traer a todos los habitantes del bosque. El ganado campa a sus anchas por el valle de Tosande: Vacas, terneros y el mastín, que ladrando se acerca a mi posición para conducirme con cierta insistencia hacia la senda de la que en principio pretendía desviarme para perderme caminando por el valle. Cualquiera le dice que no.
El hayedo primaveral ya luce con sus hojas verde claro, en contraste con las más oscuras acículas del Tejo o las más lustrosas y espinosas hojas del acebo, que acompañan el discurrir de la senda. Un cárabo alza el vuelo desde el suelo para ocultarse entre las ramas de algún árbol. Carboneros, petirrojos y pinzones revolotean por doquier mientras algún mirlo cacarea delatando mi presencia. A lo lejos el cuco emite su lastimero reclamo.
Hoy mismo he visto en la prensa la noticia de que un estudio de la universidad de Manchester sobre las 11.000 especies de aves existentes, ha demostrado la pérdida de casi 3 mil millones de aves reproductoras en los últimos 50 años en Estados Unidos y Canadá, observando los mismos patrones de reducción y extinción de las poblaciones en el resto del mundo. Aunque la mayor cantidad está desapareciendo en los trópicos, las poblaciones de 5.000 especies de aves se están reduciendo en todo el mundo. Es decir, casi la mitad (un 48% revela el estudio, el 39% de las poblaciones se muestra estable y un 6% crece). Cual es el motivo no es necesario explicarlo: La desaparición del hábitat, contaminación, uso de productos tóxicos en agricultura, deforestación, incendios y lo que todo ello causa, el cambio climático.
La montaña antes de dormir, se muestra más activa, más viva. No la matemos del todo.
Mientras el hayedo se despabila, el robledal aún no termina de brotar. La subida a Peña Cildá es menos exuberante que la del día anterior en Tosande, quizás por la hora escogida, mediada ya la mañana. Aún así algún pinzón se muestra activo y los cantos de las aves forestales, aunque en menor medida que en horas más próximas al ocaso o al alba, hacen también las delicias del caminante. Ganada la cima, me aventuro a descender tratando de descubrir caminos, rutas alternativas. Es ahí donde emerge el aventurero, el inquieto trotamundos que quiere salir a descubrir paisajes, miradores donde la naturaleza se muestre más bella aún. Busco pistas que según el mapa debieran estar sin localizarlas, pero encuentro otras que no existen en los planos que llevo. Un corzo me escucha y ladra, yo no puedo verle pero mis oídos perciben sus ladridos alejándose cada vez que mis pasos hacen crujir el suelo del bosque. Tomo una senda en descenso, quiero saber hacia donde me conduce y, cuando parece que va a desembocar en otra, se desvía hasta toparse con una nueva pista que me conduciría también hasta Valle de Santullán. Pero no quiero llegar ahí, quiero seguir viendo que me descubre el bosque, así que remonto la pista para ver hacia donde me lleva; me es indiferente, tengo muchas horas por delante y muchas referencias ya conocidas para no despistarme demasiado, y si no, siempre me queda volver por la difusa senda. De nuevo escucho al corzo ladrar, es la segunda vez que le sobresalto, pero esta vez sólo un ladrido y más lejano. Alcanzo, sin buscarla, la senda que quería seguir en un principio al descender de peña Cildá, esa por la que pretendía descender directo a Perapertú y la sigo unos metros, justo hasta donde la continuidad de la que llevo, que coincide con ese tramo, sigue en ascenso por trazo diferente a la invisible senda, que de nuevo se diluye tragada por el bosque. Rastros de ciervo, de jabalí se van viendo por todo el periplo, veo la despensa del lobo en la pradera... camino por zona de gran interés faunístico, aquí solo soy un intruso.
En "campo hulluelo" llego al arroyo Pomaradrejas. Es terreno conocido. Si lo cruzo y tomo una senda en ascenso llegaría al GR1, "camino de las Asturias", que viene de Barruelo. Opto por no cruzarlo y seguir por una débil senda que poco a poco, a medida que coincide con otros arroyos, se va ensanchando. Esa senda la conozco y, aunque poco clara y confusa por las ramificaciones que voy viendo debidas a la erosión del agua o al paso de la fauna, no es difícil seguirla hasta que se torna más clara. Estamos en zona del Acebal de Comuñas, una senda que debió estar arreglada en su día pero que hoy está completamente abandonada y sin señal alguna. Los acebos se distribuyen entre el robledal repartiéndose aleatoriamente, dotando de más interés si cabe al paseo, multitud de pequeños arroyos resuenan y mojan mis pies cada vez que coinciden con el sendero. El descenso ya es por terreno conocido y no tardo en llegar a la Virgen de la peña y su eremitorio rupestre, desde allí, tratando de evitar como otras veces la carretera, bajo por los prados hasta dar con un sendero que me lleva al camino del monte, desde donde sólo tengo que descender unos minutos para llegar al punto de partida. Una garduña parecía estar esperando mi regreso y en cuanto me escucha, cruza el camino justo delante de mí, para ocultarse al otro lado del mismo, quien sabe con qué fin, pues de haberse quedado en el lado en el que se encontraba, no me hubiera percatado de su presencia.
Dos días por la montaña, dos paseos en solitario, sin cruzarme con nadie, sin escuchar a nadie, sólo la naturaleza, la montaña y yo.
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/pena-cilda-102000179
https://www.cerveradepisuerga.eu/rutas-detalle.php?idRuta=7
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