Y el roble no se hizo esperar más. Subida a peña Briame desde Perapertú

 

    El robledal no ha querido ser menos y, una semana después que el hayedo, ha optado por sacar sus hojas y colorear también de verde la ladera de nuestras montañas.

    Mientras atravieso los prados, el griterío de los grillos va coreando mis pasos. Pugnando con ellos, toda clase de aves silban con fuerza sus reclamos para hacerse protagonistas ya cuando el prado va quedando lejos, apagándose con la distancia las voces de la campiña. Es el territorio del roble que ha despertado por fin de su letargo invernal, para lucir con fuerza mientras el sendero me ha depositado en una pista más ancha y acondicionada que me acompañará unos kilómetros hasta el primer collado. Mis andanzas de hoy van en consonancia con los cielos, pues parece que entre sus planes no está el permitirme coronar el paraje al que tengo previsto llegar, el punto culminante para divisar las montañas del norte.

    Estoy en el territorio que, dejando atrás la tierra de campos palentina, busca poco a poco encaramarse a los altos roquedos de la cordillera cantábrica. El paisaje allá donde mires es diferente: Si miro hacia atrás, al sur, el incipiente robledal me deja ver un horizonte llano. Esta llanura va cogiendo algo de forma en los pequeños promontorios que van adornando los valles antes de meterse en el territorio propio de la montaña cantábrica. Si miro hacia el norte desde el primer collado lo que veo es un tumulto de cumbres nevadas que parecen no tener fin. Bajo mis pies, ya pasado el bosque con sus alborotadores arroyos, sigo ascendiendo entre prados y piornal. No estoy lejos del mirador elegido, ese donde los Picos de Europa asoman ya tras las montañas palentinas, dándolas continuidad hasta verse las caras con el cantábrico, solo separados por una franja más humilde en cuanto a altitud: La Sierra del Cuera.

    Pero durante todo el camino, el cielo con sus colores y la montaña con sus intensos aromas, han querido advertirme de algo que yo ya sabía: La llegada inminente de la tormenta. Las primeras gotas empiezan a mojarme cuando veo ya mi pretendido destino. El precioso alto es un balcón sublime hacia el norte, decenas de caballos campan por allí mientras la lluvia cede por momentos. No me detengo mucho admirando el paisaje, pero es algo que voy haciendo a cada paso que doy. Según desciendo me topo con una pequeña senda, mantenida seguramente por el ganado y la fauna silvestre que aquí conviven, y que facilita el tránsito entre el espeso matorral. Decido seguirla, pues no muy lejos una montaña se recorta contra el resto como un paredón infranqueable. Siempre me ha llamado la atención dada su relativa cercanía al tantas veces visitado mirador y, viendo que el cielo parece poner un paréntesis en sus planes, me acerco a su base todo lo que puedo por el mismo sendero que después utilizaré para mi regreso.

    Decía Sonnier aduciendo a la aventura de Petrarca hasta el Mont Ventoux (monte Ventoso) que no podemos menospreciarles (a Petrarca y sus acompañantes) aduciendo al carácter fácil de aquella ascensión. “La facilidad no comienza más que con el hábito. Lo desconocido es siempre temible”.

    Y allí estaba yo, siguiendo más o menos la línea de nivel por esa senda que en ocasiones no era más que una pequeña mancha lineal en el prado, o un grupo de retamas pisado, tratando de llegar a una cima desconocida y por un lugar desconocido, al menos para mi. La carrera hacia la cumbre se tornaba más interesante si cabe dado el amenazador dedo que las nubes me mostraban cada vez más cercano. Pero el lugar es de una hermosura difícil de describir: Verdes prados salpicados de flores multicolores, y zonas de matorral también mostrando sus más lustrosos vestidos primaverales, las fragancias te embelesan mientras tratas de divisar bajo el amenazante nubarrón las modestas montañas que van apareciendo cada vez más cercanas, más a tu alcance. La sensación es indescriptible. Al fondo, pero ya muy cerca, veo de nuevo los Picos de Europa, pero la nube parece haber puesto una fina cortina entre esas sublimes cumbres calizas y yo. La tormenta se ha ido acercando mientras yo ganaba altura por los prados hasta alcanzar la pista que proviene de Celada de Roblecedo. Aquí la peña, que pocos metros más abajo parecía infranqueable, se torna algo más amable. Está ahí y quiero poner el pie arriba, llegar donde nunca había llegado aún. Coronar esta pequeña aventura con un modesto éxito montañero que, quien venga desde Celada verá como una tachuela donde aproximarse sin esfuerzo. No tardo en encaramarme a la cresta tras una sencilla trepada. Las nubes no descansan en su afan de alcanzarme, pero he ganado la carrera hasta Peña Briame, soberbio mirador hacia cualquier punto donde dirijas la mirada.

    No dispongo de muchos minutos para gozar del espectáculo natural de la cima, pues empiezo a notar la tormenta más cerca: la veo, la huelo, la siento…

    Cuando no conoces una montaña, trepas por donde el desnivel te indica que es más sencillo, donde hay mejores agarres o tramos menos verticales, pero arriba puedes descubrir que tiene otra vertiente aún más suave que te deposita dulcemente salvando el desnivel por los altos prados hasta el lugar donde iniciaste el ascenso directo.

    El descenso lo hago veloz, hasta donde mis piernas me permiten, detrás el cielo se ha vuelto negro y los truenos resuenan por la montaña. Grandioso espectáculo pero hay que minimizar riesgos y buscar acomodo en el espeso bosque que voy buscando. La tormenta pasa transversalmente a mi marcha cuando me encuentro en los prados que anteceden al bosque. 10 minutos escasos de lluvia me calan hasta que alcanzo el dosel forestal. Durante el descenso voy escuchando alejarse poco a poco la tormenta sumergido en el inmenso robledal que baja a la nueva pista que trato de alcanzar. Ya no voy rápido, quiero disfrutar de cada paso dentro de la arboleda, empaparme de sus aromas, sus sonidos. Sorprendo a una cierva en su encame algo más alto que la pista por la que voy; una culebra me cede el paso, aguardando pacientemente hasta que desaparezco para seguir cruzando la pista. A ratos llueve, pero ya es débil y la sensación sigue siendo magnífica cuando llego a la nueva pista que, sin mayor problema, me dejará de nuevo sobre mis huellas de esta mañana para retornar de nuevo tras una jornada magnífica.

    De nuevo aludo a Sonnier, que sobre el caricaturista suizo Rodolphe Topffer (padre posiblemente de la historieta moderna, además de escritor y profesor, quien gustaba ir a las zonas de media montaña, no abordando nunca la alta montaña), escribió: “Esa zona a menudo designada peyorativamente como << la montaña para las vacas >> y cuya belleza, menos chocante que la de gran altitud, no es por ello menos real y no hay que desdeñar en absoluto”.

https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/san-martin-perapertu-a-pena-briame-vuelta-por-el-camino-de-herreruela-102867614


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