Un crepúsculo, no solo del día.

Para disfrutar de un atardecer pleno en algún balcón natural que domine el horizonte, es obligado que el camino de vuelta se haga bajo las estrellas, pese a que en esas horas sea poco recomendable caminar en soledad por las montañas, últimos reductos de la tierra donde la gran fauna se refugia de nuestro acoso. Bajo ellas caminaba una noche sin luna, aprovechando esa claridad a la que nuestros ojos se van habituando a medida que las luces declinan, siempre y cuando no haya luminarias artificiales que rompan el hechizo. Tan solo los últimos dos kilómetros me vi obligado a encender la linterna que portaba, no por el camino en sí, pues los límites aún me eran perfectamente visibles, sino por la fragosidad del mismo, que me procuraba un traspiés tras otro. Encendida la linterna, la magia se rompió, las formas y ondulaciones del sendero que eran poco claras se me hicieron visibles al ser iluminadas, pero ya no había cielo ni otra cosa a mi alred...