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20 segundos. Historia detrás de una fotografía.

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      Es una foto más, en poco difiere de otras muchas que tengo o que ese mismo día he sacado. El trasfondo es un bosque otoñal, un arroyo y el atardecer. Pero tras ese encuadre hay una historia que dura los 20 segundos en los que el obturador estaba abierto para capturar toda la luz que me interesaba y darle al arroyo ese toque algodonoso que tan vistoso queda.     Algo se escucha tras de mí mientras coloco la cámara en la posición que creo adecuada. Estoy rodeado de un inmenso bosque: el monte Hijedo. Todo lo que me envuelve son hayas, robles, avellanos, acebos o tejos, bajo los cuales hay un fondo arbustivo de lo más variado, incluso en los recodos donde el hayedo no ha ocultado totalmente la luz del sol y el sotobosque ha podido prosperar. El arroyo, pese a las lluvias que en toda España han estado cayendo sin cesar estas semanas, no trae el caudal que yo pensaba, asemejándose más al de principios de otoño, antes de que las lluvias lo alimenten....

El esperado otoño

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      Mediados de octubre y empieza el otoño. El bosque caducifolio empieza a cambiar de color; ya lo hacían los álamos y los fresnos, pero ahora, tímidamente, el robledal y el hayedo comienzan a vestirse con los ocres otoñales. La apertura de esta temporada otoñal ha arrastrado aún los rigores del estío hasta hoy, que los céfiros han comenzado a soplar para atraer las nubes que transportarán esas lluvias que el terreno necesita. El suelo, incluso aquí en la Cordillera Cantábrica,   tiene sed.     El amanecer no es como el atardecer, pero a simple vista presentan un atuendo de colores similar; hay que ahondar, sumergirse de lleno en esta fase temporal para darse cuenta de las notables diferencias que presenta cada momento del día. Para mí el declinar del sol trae consigo sosiego y quietud pues la noche que lo sigue es cuando el mundo de los hombres se detiene y comienza el de esa naturaleza a la que hemos constreñido. Sin embargo al amanecer le ...

Berrea

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      Escucho a un ciervo desde mi ventana proclamar con voz ronca su pequeña parcela y me evoca recuerdos de hace muchos años, casi veinte, desde la primera vez que asistí involuntariamente a la berrea del ciervo en la montaña palentina. Aquél día, como otros muchos, caminaba solo mientras la tarde se iba echando encima para conocer más a fondo un territorio que esa misma mañana había descubierto. Rodeado de montañas cubiertas en su cara más septentrional de extensos hayedos y la más meridional por un espeso robledal, caminaba buscando nuevas perspectivas que me dieran a conocer más a fondo ese singular paraje. En el interior del bosque algo resonaba, un sonido animal que rápidamente asocié al ganado vacuno tan frecuente y numeroso en estas montañas del norte de España, pero al auparme hasta una atalaya que sobre el bosque me situaba en el centro del paisaje, ese sonido era ya un clamor que enmudecía cualquier otro reclamo de las montañas. Ahí descubrí que no era ga...

Víctimas de lo salvaje: los riesgos de la naturaleza.

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  “Salir a correr al anochecer o de noche, dejar a niños pequeños sin vigilancia en zonas de presencia de grandes carnívoros, acercarse demasiado a hembras con crías o a animales heridos, y pasear con un perro sin correa en dichas áreas son las principales causas de ataques”, explica Vincenzo Penteriani, investigador en la Estación Biológica de Doñana y autor principal del estudio sobre ataques a humanos de grandes carnívoros publicado en Scientific Reports. (SINC 3/2/2017)       Los ataques de la fauna a los seres humanos no son algo insólito que tan solo suceda en países del tercer mundo: el pasado año, un corredor en Italia murió tras toparse en uno de sus entrenamientos por la montaña con un oso pardo, y no han sido indiferentes para nadie las dramáticas imágenes que dieron la vuelta al mundo en los noticiarios narrando la muerte en directo de un joven turista ruso en Egipto por un tiburón mientras a gritos pedía auxilio.     ¿Pero, re...

un paseo al final del verano

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    El verano parece haber cambiado de repente hacia el otoño. De casi 40 grados hace dos días, sin llover en meses y la consiguiente sequía, me encuentro hoy de nuevo en la falda sur de la montaña palentina, con 12 grados de temperatura y una intensa lluvia.     Días desapacibles en los que apetece más estar sentado en casa, mirando caer la lluvia, viendo precipitarse ese agua que ya casi no recordaba y abrigado con una chaqueta que se queda corta. El cuerpo parecía no acostumbrarse al intenso calor de estos meses, pero en días así te das cuenta de que el brusco cambio no es tampoco bien recibido; todos necesitamos aclimatarnos, pero en seguida te asomas de nuevo y ves sobre los tejados de las últimas casas un espectacular arco multicolor.      Esa es la llamada, el timbre que te invita a levantarte del sofá para salir a su encuentro. Ahí se termina la pereza, el cuerpo se aclimata rápido y, aunque a ratos cae una fina lluvia y ves que hacia el norte ...

Sobre rastreo

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       El conocimiento autodidacta es útil, pero tiene sus limitaciones, sobre todo cuando queremos interpolarlo a la práctica. Cuando uno lleva tantos años moviéndose por la montaña, por la naturaleza en general, llega un momento en el que quiere saber lo que rodea al entorno por el que se mueve, y qué mejor que el conocimiento de los animales y vegetales que lo pueblan, los tipos de sustrato sobre el que viven… Para ello hay excelentes libros y guías que te muestran cada animal o planta que allí habitan, es fácil absorber ese conocimiento escrito del que mi biblioteca está rebosante, pero cuando quieres traspasarlo al medio, te das de bruces con la realidad: No ves a la garduña, ni al lirón gris, ni al lobo, ni siquiera al enorme oso, incluso el roble que ves se te hace extraño ante las diferentes especies que pueden habitar en tu entorno y has de poner todo tu esmero en diferenciarlos. De vez en cuando ves huir a un ciervo o cruzarse en el camino a un despistado z...

El drama de los herrerillos

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      Escribo estas líneas frente a la puerta de mi casa en la montaña, sin perder de vista la oquedad del muro donde la pareja de herrerillos había construido su nido y traído al mundo a su prole de pequeños pajarillos. Ayer aún veía a la pareja con sus incansables idas y venidas llevando alimento al nido y extrayendo de él los excrementos al salir. Son ya muchos días los que he ido viendo el infatigable trabajo de los herrerillos para traer su descendencia y sacarla adelante, pero hoy no los he visto. El muro ahora es un pequeño agujero apenas perceptible,   sin vida aparente.     Anoche, antes de acostarme, salí a la puerta a escuchar los sonidos de la oscuridad. Aún se escuchaba alguna estrofa del ruiseñor y el sonido de los grillos, a los que acompañaba   el metálico zumbido del chotacabras y algún lejano ululato del cárabo, pero algo vi que no me gustó y cuyas consecuencias han podido traer ese drama: Sobre el tejadillo del muro que h...