Los "Picos" más recónditos al lado mismo del bullicio veraniego.
Puedo imaginarme el trasiego de personas
que estarán recorriendo a estas horas los primeros tramos de la pista que une
el alto del teleférico con el collado de los Horcados Rojos o el hotel de
Áliva, en las praderías a los pies de peña olvidada. Imagino las largas colas
de gente aguardando el momento de subir hacia el alto en la cerrada cabina del
citado transbordador montañero para disfrutar en pocos minutos del espectacular
viaje remontando el desnivel que les va a conducir hasta el punto, lo
suficientemente lejos del valle y lo suficientemente cerca del cielo, donde
vislumbrar el espectacular horizonte montañoso que desde allí alcanzas a
divisar.
Cerca, muy cerca de allí, me encuentro en
soledad disfrutando del verdadero Parque Nacional. Desde un pueblo escondido la
pista me conduce con gran desnivel hacia arriba hasta convertirse en camino,
que a medida que gana altitud pasa a ser senda hasta, poco después, tornarse en
una estrecha canal herbosa que me transporta sin pérdida hasta un punto elevado
desde donde las vistas podrían competir con las antes citadas, pero desde el
que el ambiente, la sensación de encontrarse en la montaña de verdad, no
rivalizan con estos. Acariciando las altas cumbres calizas por un lado y con la
montaña cantábrica hacia el otro mostrándose en plenitud, me paro a reposar no
porque la fatiga haga mella (que también, pues casi mil metros de desnivel
hacen daño en tan pocos kilómetros de ascenso), sino porque el ambiente y el
paisaje que se vislumbran piden ese reposo para sumergirme en él y apreciar
bien toda su opulencia.
Junto a cada lugar masificado del parque nacional, hay siempre mil rincones desde los que se puede escuchar sin perturbación alguna cada latido de la naturaleza. Quizás sean más incómodos de alcanzar y por ello estén más ocultos, pero quien desee sentirlos hallará en ellos sobrada recompensa al esfuerzo.
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