Primera post-confinamiento: Viarce y Peña Sol

   Tres meses sin ver la montaña, sin alcanzar a ver más relieve que los edificios que emergen del asfalto de mi ciudad y un pequeño respiro un par de semanas antes de que nos abrieran las celdas imaginarias donde pude al menos ver un poco de la primavera en mi provincia campando alrededor del embalse del Bajoz o por los senderos de los montes cercanos a las riberas del Duero.

    ¿Por qué el valle de Viarce para volver a tomar contacto con la naturaleza? Quizás por el mismo motivo que escogí la cercana sierra de Corisa para mi último paseo antes del eterno confinamiento. Por disfrutar de una naturaleza prístina, alejada del velo de la masificación.

    Cruzando el Pisuerga dejas atrás la última edificación, a partir de ahí la montaña es mi única compañía, ninguna estridencia proveniente del ser humano afeará el paseo. Sobre los prados aún primaverales destacan elevaciones de escarpada silueta ya sin nieve. Montañas modestas en cuanto a su altitud, pero altivas por sus valores naturales. Por allí el oso tiene alguno de sus refugios más orientales de la cordillera, el lobo recorre sus senderos dejando a la vista algún rastro que lo delata. Mustélidos, roedores, un sin fin de aves forestales, rapaces… dan vida a ese enclave natural donde el hombre sólo se deja ver por sus rebaños bien guardados por mastines, que han sustituido a la siempre imprescindible figura del pastor.

    Uno de los mastines ladra a lo lejos y se percibe cada vez más cercano el sonido. Súbitamente otro aparece tras un arbusto caminando hacia mí. Le hago señas amigables con la mano y acude a ser acariciado. Me sigue unos metros buscando mi mano. Su compañero ha dejado de ladrar.

    Dejando atrás el rebaño vuelvo a la soledad de mis montañas. Trato de ganar un collado que me abra la perspectiva siguiendo pequeñas sendas hechas por el propio ganado y la fauna salvaje que aquí tiene su morada. Vuelvo a introducirme en el bosque, el mismo que atravesé más abajo, pero en su límite altitudinal justo antes de las últimas cuestas ya sin senda que me llevan directo al collado. Desde allí la perspectiva es amplia. Si las nubes no protegiesen el horizonte tendría visión clara de los Picos de Europa, pero tapados estos, me conformo con la no menos espectacular visión de las grandes cumbres palentinas. No me conformo con eso. Allí mismo se yergue Peña Sol, altiva cumbre rocosa por casi todas sus vertientes, excepto por la que me dispongo a ganarla, donde una simple pendiente herbosa me conduce hasta esa dorsal de roca. Allí el paisaje es sobrecogedor allá donde fije mi mirada, desde los páramos castellanos hasta la intrincada sucesión de montañas y bajo mis pies el dosel del bosque, prados y el curso del Pisuerga parecen inalcanzables. Pero hasta allí he de regresar y rodeando de nuevo la vertical roca desciendo por donde su accesibilidad permite hasta alcanzar ese bosque y a través del mismo desciendo sin miramientos hasta encontrarme en los prados que anteceden al río. Allí está el sendero por el que puse inicio a mi andadura y que pondrá el final a este episodio en la naturaleza.

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