La individualidad de correr por la montaña
A menudo me llama la atención el uso que de los símbolos se hace por parte de instituciones que con ellos tratan de atraer a las masas sumisas hacia sus ideales, a menudo mezquinos. La montaña carece de símbolos y sus únicas fronteras son las que tus flaquezas o limitaciones quieran dibujar.
Cada persona tiene cualidades que les diferencian de sus semejantes y otras que les igualan al resto, sólo fijarse en lo que nos diferencia es una acción infame que nos sustrae de la realidad, al igual que ensalzar únicamente aquello que nos une, pues así se proclaman también las diferencias intergrupales. La realidad es un mundo en el que conviven semejantes, no iguales, y con esa diversidad nos movemos también por las montañas.
España es una potencia mundial en las carreras de montaña; digo España porque guste o no, muchos de los campeones a nivel mundial o europeo son españoles, aunque cada uno sea natural de una región. Esas semejanzas bien culturales o históricas, fueron formando fronteras que hoy en día la globalización parece ir disipando, con algunas excepciones de actualidad que parecen querer reforzarlas o formar otras nuevas.
¿Alguien de los que haya unido alguna vez corriendo Ordesa y Gavarnie se ha percatado de las diferencias que hay al unir en su recorrido Francia con España? Simplemente caminas por los Pirineos, un macizo montañoso donde si difiere el paisaje no es por las líneas fronterizas que dibujan los políticos, sino por los pisos bioclimáticos que, lejos de ser abruptos cambios, albergan ecotonos donde el paso de un paisaje a otro apenas se perciba como cambio, sino como continuidad.
Ser corredor de montaña es una cualidad que une a muchos humanos en un territorio común, que muchas veces está muy alejado en kilómetros. Cada uno habla un idioma, difieren también en la raza o en el fenotipo, pero a todos nos une la misma pasión: movernos ágilmente por la montaña e, independientemente de los visados que hayamos tenido que sellar, en la montaña no somos rivales, sino hermanos.
El alarde patrio, si exceptuamos símbolos reivindicativos o excluyentes, es normal e incluso sano en la competición de un campeonato del mundo o europeo (por hablar de nuestro entorno), pues se ha seleccionado un equipo que representa un territorio que tiene una simbología común y su victoria aglutina a todo aquel aficionado que por sus semejanzas convive bajo el auspicio de esa bandera. Fuera de esas circunstancias, alardear de manera individual de un símbolo con el que simpatizas sobra en un territorio donde la competición es entre hermanos, donde como digo no hay rival sino compañeros. La montaña no tiene banderas, ni símbolos, es un territorio global que gestiona un planeta muy dañado ya por todas las fronteras que el ser humano ha ido imponiendo a la naturaleza. Reivindiquemos entonces en las carreras esa individualidad de cada uno dentro de un único grupo que recorre las sendas marcadas por la organización: el del corredor de montaña. Que nada más nos distraiga de nuestra pasión.
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