Por Sajambre

 

    Algo tiene Picos de Europa que me empuja hacia sus más recónditos senderos. No ansío sus cimas, sino meterme dentro del macizo y formar así parte de su naturaleza. Con ese anhelo inicié una nueva ruta aquel otoño. Confiado en mi estado físico inicié tarde mi andadura. Eran más de las diez cuando dejé el vehículo en Soto de Sajambre y me dispuse a iniciar el reto propuesto. Debía ascender por el umbrío bosque hasta las luminosas praderas de Vegabaño para, una vez allí, descender un tramo hasta alcanzar la senda de la Jocica que, en tramos excavada en la roca, me conduciría hasta Amieva por un espectacular recorrido. En el Valle de Angón iniciaría la vuelta por la señalada senda del Arcediano que me llevaría directo hacia la localidad de inicio, recorriendo algunos de los más bellos y recónditos lugares del parque nacional.


  Como todos los inicios, la ilusión y el hacerlo por sendero conocido, no me supuso demasiado esfuerzo llegar a Vegabaño. El día era muy claro, la nieve ya vestía las cumbres cercanas y el bosque era un dosel cobrizo bajo el que el sendero me iba conduciendo.

    Desde la pradera era para mi terreno desconocido. El hayedo lucía todo su esplendor y la poca luz que dejaba pasar mostraba rincones de ensueño. Un somero puente cruzaba el arroyo y el sendero que hasta allí seguía se perdió. Sabía que había de conducirme por encima del arroyo siguiendo su curso, pero ¿a qué altura? Intenté encontrar las marcas del pr que señalan ese nuevo sendero, pero me fue imposible. La tecnología de hoy sirve en esos casos. El gps me supo guiar por el sendero correcto y, una vez en él, mis ojos ya sólo se dedicaron a contemplar la montaña. Todo lo que ésta me mostraba era más de lo que habría soñado poder ver. El río sonaba cincuenta metros bajo el sendero que, a cada curva, iba descubriendo un nuevo paisaje. La gama cromática era interminable. Había fatiga, pero el paisaje era capaz de acallarla.

     Llegado a la presa, sólo quedaba descender hasta el valle y de nuevo remontar el desnivel por el otro lado del río para iniciar la vuelta. Ese ascenso por piso asfaltado mermó un tanto mi condición, no por lo abrupto del terreno, sino porque había vuelto a una zona donde el ser humano era protagonista al 50%. Debía de culminar rápido ese tramo para volver a introducirme donde la naturaleza vuelve a ser la estrella.

    Ese tramo era un bosque de duras rampas. Cada claro del arbolado mostraba la ladera por la que mi camino había transcurrido esa mañana. Una pared vertical que desde el río mutaba hasta convertirse en roca gris, ya sobre los 2000 m. y en la que la nieve comenzaba a mostrar su faz. Piensas que te gustaría estar allí arriba, pero ¿no es quizás más hermoso verlo desde donde estoy ahora?

 


  El bosque se va abriendo dejando pasar la luz del atardecer cuando empiezo a remontar las cuestas que me llevan a los puertos de Beza. Mis cálculos van bien, pero esas rampas son eternas. Quizás no sea la dureza de la propia rampa lo que me retrasa, sino el acúmulo de kilómetros y desnivel en mis piernas. Sea como sea, llego ya anochecido al alto del puerto, con la fatiga como protagonista.

    Quiero aprovechar esas últimas luces para descender hasta donde sé que una pista me llevaría ya en cómodo descenso hacia Soto, pero mi cuerpo se rinde. He de detenerme cada poco.

    Al fin, de noche, llego a una fuente. Tras beber de ella trato de recordar el sendero que una vez llevé, pero lo único que alcanzo a ver son las sombras de lejanas cumbres de otras montañas bajo un cielo en el que la luz casi se ha apagado.

    Sé que el sendero está señalizado y, aunque abrupto, la oscuridad no es problema cuando llevas una luz para guiarte. Pero hay que llevarla.

    Donde siempre llevo la linterna frontal, hoy no llevaba nada. Un cambio de mochila en el último mes fue quien tuvo la culpa de que no cambiase de sitio el foco que siempre va conmigo a todas las excursiones. Pero de nuevo la tecnología me vino al rescate.

    Descubierta la primera marca en un sendero imperceptible, sólo tenía que encender la linterna de mi teléfono móvil e ir buscando el resto de las señales del pr, al tiempo que comprobaba con el mapa posicionado con gps que iba por la senda correcta.

    La noche era cerrada cuando por fin llegué a la pista. Desde ahí sólo tenía que descender varios kilómetros hasta ver las casas del pueblo y culminar el reto.

    La noche y la montaña dotan de magnitud toda la excursión. Caminar en absoluto silencio, tan solo escuchando tus pasos y detenerte súbitamente para… no escuchar nada. Algún cárabo avisaba de mi presencia con su reclamo, un movimiento cercano remueve la hojarasca y los lejanos ladridos de los perros ya van indicando que la ruta culmina.

    Cuando percibes la luz de las primeras casas y llegas por fin a ellas, notas como el cansancio se difumina entre las sombras. Ahora caminas en un pueblo desierto, nadie se cruza contigo. De algunas casas sale humo de su chimenea y ves algunas luces por las ventanas. El otoño tardío y la tarde bien entrada, dotan a esos pueblos de un encanto en el que la vida transcurre ya dentro de las casas, acomodado frente a la chimenea. No hay motores ni voces que enturbien la paz del entorno, tan solo de vez en cuando se escucha el suave arrullo de la naturaleza.

    Diez horas aproximadamente ha durado este periplo en solitario, diez horas sin apenas paradas que no fueran para comer algo rápido o sacar alguna perspectiva que pueda retener no solo en mi memoria, sino en la de la tarjeta de mi cámara de fotos.

    Diez horas donde la fatiga me ha hecho pensar en la locura, donde la noche me ha asustado, diez horas en las que he sabido sobreponerme y culminar en lugar de buscar una salida más rápida.

    Al día siguiente quise de nuevo descubrir el otoño por esos parajes, ir nuevamente hacia Vegabaño y desde allí remontar un fabuloso hayedo donde tranquilamente ir disfrutando de cada paso, deteniéndome en cada recodo. No importaba el reloj, no había reto en la naturaleza esta vez, tan solo naturaleza.


https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/soto-vegabano-jocica-arcediano-99867714 


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