Reconquista
Al menos una vez al año deberíamos iniciar una ruta rodeados del silencio y la oscuridad de la noche hasta ponerla fin de la misma manera, cuando ya el sol se encuentra al otro lado del mundo, equidistante entre su puesta y el amanecer tras haber sido testigo de ambas manifestaciones; pero tendríamos que hacerlo en soledad, o casi en soledad, no entre el gentío que aguarda una señal que de comienzo la carrera. De esta manera podrás escuchar mientras caminas los inquietantes sonidos de la noche, sentirte observado, perseguido y descubrir al enfocar con el frontal dos puntos luminosos casi juntos, dos pequeñas estrellas siguiéndote en paralelo a una distancia menor de la que uno quisiera, para desaparecer de repente al sentirse descubierto. Podrás reposar mirando al cielo, tumbarte sobre la hierba y no querer levantarte de ahí, sino ver pasar los minutos, las horas si quisieras, dejándote deslumbrar por un sin fin de puntos luminosos colocados al azar, adivinando las formaciones que Hiparco, miles de años antes que tú, logró unir tan solo con los trazos de su imaginación y sólo levantarte cuando el cuerpo o tu espíritu te lo pida, pues el cronómetro en este lugar se detiene cada vez que el paisaje (bien sea diurno o se encuentre oculto por las sombras que crecen tras el atardecer) te sujeta y obliga a detener tus pasos.
Amaneció poco antes de llegar a los Lagos
de Covadonga, después de comprobar cómo las lúgubres sombras parecieron esconderse
entre el tupido bosque que dejábamos atrás. Bajo nosotros un espeso mar de
nubes cubría todo el valle ocultando a nuestra vista la basílica de Covadonga y
mostrando las cercanas cumbres emerger como islotes en el blanco océano del
cielo. Cerca de Orandi, el aire nos trajo noticias de uno de esos dramas con
los que
Salvado el primer gran desnivel en una rápida marcha, ganamos los Lagos de Covadonga. No era la primera vez que los veía, pues años antes llegué a ellos desde Demués caminando también, pero era la primera vez que me causaban tal impacto que tuve que detenerme y sacar la cámara de fotos para inmortalizar esa sensación. Nos habíamos desviado de la ruta señalada tan solo para descubrir la imagen bucólica que sabíamos que nos depararía el entorno de los lagos tras el amanecer, y no nos defraudó.
Las montañas más cercanas se reflejaban en el lago de tal manera que era como si pudieras acceder a ellas caminando sobre sus propias aguas. Los verdes eran más verdes que nunca, los azules casi índigos iban ganando espacio en el cielo y frente a mi, al otro lado del Enol, el otoño ya se percibía en el hayedo que remontaba algunas cumbres con algunos cobrizos mezclados con el verde de las que aún se resistían a aceptar la inminente vuelta del invierno.
Un buen trago de agua fresca y a ganar la majada de Belbín. El rápido caminar llevado durante la noche ya no era tan veloz, el paisaje que se dibujaba era sobrecogedor y a cada paso había que detenerse un momento para capturarlo en la memoria y sentirse dentro de él.
Planificamos paradas breves que así fueron, pero muchas. Algunas he de reconocer que por el cansancio, pero a esta sensación agradezco el haber ido más despacio y haberme permitido levantar la vista para admirar todo lo que me rodeaba.
Hasta Poncebos fuimos muy rápido
y una vez en el final asturiano de la ruta del Cares,
En todas las ocasiones que he subido por esta canal, no recuerdo nunca haber pasado tanta fatiga, caminaba a duras penas con el simple deseo de llegar a Bulnes y allí detenernos a tomar una bebida refrescante sentados en alguna de las terrazas de sus establecimientos hosteleros.
Y así sucedió, una hora después estábamos degustando la clásica cerveza con limón servida en vaso de sidra mientras conversábamos con los responsables del restaurante las penurias, que a modo de anécdotas, nos relataban sobre cómo vivían allí hace no tantos años. No nos queríamos demorar mucho para llegar de día a los invernales del tejo, en Sotres; pero era difícil levantarse de un lugar tan agradable, pereza que logramos vencer media hora después para continuar ascendiendo hasta Pandébano. Una vez en el collado nos sentamos un momento en la hierba para admirar cómo el naranjo de Bulnes se recortaba en el cielo mientras el atardecer ya coloreaba el paisaje. Fue muy duro ese tramo, llevaba mucha fatiga y mucho peso a la espalda.
Al ser una ruta lineal, teníamos que terminar en Espinama (donde decidimos poner fin a la misma tras cruzar por la conocida ruta de la reconquista los Picos de Europa) para pernoctar en un apartamento que Jesús nos había reservado en su hostal (Remoña) y desde ahí volver al día siguiente hacia Cangas, donde los propietarios de Casa Aspron (establecimiento que hay en Covadonga y desde el que iniciamos el periplo) me habían hecho el favor de dejarme el coche junto a la estación de autobuses para desde allí volver a Valladolid, bien por el espectacular desfiladero de los Beyos, o por la costa donde hacer alguna parada y descansar las piernas en el frío agua del Cantábrico.
La tableta de chocolate negro que fui engullendo
mientras ascendía ese tramo desde Bulnes me recompuso algo, pero la mochila
cada vez parecía pesar más. Aprovechábamos para beber de las fuentes que
conocíamos, llenando siempre alguna de las botellas que nos llegaba de sobra
hasta el siguiente abastecimiento. Siempre tratando de aligerar algo de peso.
Aguantamos todo lo que pudimos sin encender los frontales para ir
acostumbrando la vista a la falta de luz de tal manera que cada poco nos
sobresaltaba alguna vaca que pasaba junto a nosotros amparada por la noche, se
diría que sin percatarse de nuestra presencia en su camino. El paisaje ya no se
abría a nuestro alrededor, pues las sombras que dejamos atrás en el bosque nos
volvieron a encontrar en la pista, se desplegaba hacia arriba. El cielo es impresionante
en los prados de Áliva; hasta un lego en la materia puede descubrir con solo
echar un vistazo
Algunos invernales tenían luz y un par de vehículos todoterreno nos rebasaron, sorprendidos por ver dos luces acompasadas moviéndose a esa hora de la noche, hora reservada a la fauna salvaje, algunos de cuyos representantes sorprendimos curioseando mientras seguían nuestros pasos. Quizás estemos locos por encontrar placentera esa manera de exponernos a la fatiga y a las inclemencias del tiempo, a la posibilidad de toparte con algún animal salvaje, por caminar o correr cuando la noche ya se ha adueñado del paisaje…, no lo sé, quizás. Decía Chris Stevens, el locutor de Dr. en Alaska en referencia a un relato que leía desde su micrófono “…gracias por recordarnos que nunca debemos perder contacto con ese salvaje e indómito espíritu que tenemos dentro. A la fantasía le han dado una buena zurra, y el caos se ha hecho dueño de estos tiempos racionales y patológicamente normales. Incluso aquí arriba, en Alaska, le estamos dando la espalda a la bestia. Preferimos ir al zoo, donde el león no puede comerte, en lugar de ir a la jungla, donde sí puede. Qué lastima no ser más valientes."
El descenso por la pista desde las portillas del Boquejón fue muy rápido, queríamos terminar ya y había tanto dolor en nuestras piernas y espalda que cuanto antes llegásemos antes dejaríamos de sufrir, así que nos dispusimos a correr cuesta abajo amparados por el bosque y sus sonidos. Era alrededor de la una de la madrugada cuando llegamos. Jesús nos avisó de que nos dejaría la llave del apartamento junto a la puerta y al entrar, nos había dejado preparado sobre la mesa una tabla de queso y embutido que engullimos tras la ducha y como colofón, dos porciones enormes de su famosa tarta de queso.
Esa noche dormí como nunca. El silencio del lugar y los recuerdos de la marcha que acabábamos de terminar hicieron de relajante somnífero (a lo que hay que añadir que la noche anterior no fui capaz de pegar ojo, no por el hotel, otra maravilla en Picos de Europa, sino por no haber cogido una habitación individual, pues con los años he desarrollado una especie de superpoder que me impide dormir cuando hay alguien mas en la habitación). Tan reparador fue el sueño que hasta pensamos durante un instante en volver caminando hacia Cangas por otra ruta mientras tomábamos el desayuno. Un instante de locura alentado por una experiencia en la naturaleza que no queríamos que terminase.
Finalmente un taxi nos llevó cómodamente hasta el punto de partida en poco más de una hora. A nosotros nos había costado casi 18.
https://es.wikiloc.com/rutas-senderismo/covadonga-a-espinama-por-la-ruta-de-la-reconquista-100147722
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