Descubrir nuestros tesoros
Decía Vargas Llosa, en su discurso tras serle concedido el premio Nobel en 2010:
“Detesto toda
forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto
vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno
prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio
moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto
con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de
la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del
Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América
Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y
derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas,
bibliotecas y hospitales.
No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su
rechazo del "otro", siempre semilla de violencia, con el patriotismo,
sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde
vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de
geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la
memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los
himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un
puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de
melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un
hogar al que podemos volver”.
Existe en Río de
Janeiro, un monumento a la paz con forma de reloj de arena, inaugurado durante
la eco’92 por la comunidad internacional Baha’i, en el que se lee “La tierra es
un solo país, la humanidad sus ciudadanos”.
Lejos de este ideal de exacerbado localismo al que estamos sometidos, el hombre moderno se ha construido la necesidad de buscar paisajes en lejanos territorios; no mira a su alrededor, donde a su alcance emergen parajes de igual belleza que los que se afana en buscar en lejanas latitudes. Simplemente anhela salir.
Aquel que recorre tan ajenos territorios no busca entrar en contacto con la naturaleza, es como el que tan solo pugna por alcanzar cimas cuando acude a las montañas sin importar el sendero. Valdría lo mismo que un helicóptero te situase sobre la cumbre soñada. El resultado en ambos es una cruz en un papel señalando lo que ha conquistado. Pero el recuerdo no se graba en su memoria de la misma forma que el de aquel que busca en sus viajes conectar con el paisaje, con independencia del lugar adonde le conduzca. Es la fatiga y a menudo el riesgo asociado a las inclemencias de los territorios conquistados los que forjan esos paisajes que no olvidas, da igual dónde se ubiquen.España cuenta en su territorio con escarpadas montañas, cristalinos lagos, islas de paradisíaco aspecto, verticales acantilados moldeados por un mar salvaje, entramados bosques o verdes y floridas praderas surcadas por fragorosos riachuelos que, de salto en salto, avanzan hasta el valle. Cada comarca, cada pueblo atesora algún rincón natural que nada envidia a los que se explotan para el turismo en otros países. ¿Visitar el saturado Yellowstone o perderse en la soledad de las montañas cantábricas?, ¿Encerrarse en los hoteles de Cancún y visitar sus playas forjadas a la medida del turista urbano, o disfrutar del cristalino mar de nuestros archipiélagos o costas donde, con solo alejarte un poco del hotel, puedes encontrar rincones dignos de mostrarse en el Caribe? Aprovechemos mientras aún podamos las enormes posibilidades naturales de nuestro territorio, hagamos de la conservación de la naturaleza una industria próspera para nuestro país aprovechando los recursos que tenemos a la vista y quitándonos el velo de avaricia que cubre nuestros ojos, para así descubrir la riqueza infinita que para el presente y futuro proporciona la naturaleza.
Con esto no quiero decir, como antes apunté, que haya que despreciar otros territorios, pues en cada país, en cada continente, existe una diversidad natural tan rica o más aún que la nuestra, simplemente quiero hacer notar el desprecio por desconocimiento que se tiene de lo propio para ensalzar lo lejano, aquello que no está a nuestro alcance. Apreciar lo nuestro como algo único de la manera que nos hizo ver Vargas Llosa, como un sentimiento sano de amor a nuestra tierra, alejándonos de lo que denominó “nacionalismo de orejeras y rechazo del otro”. Valoremos cada cosa en su medida. En toda mi vida he descubierto que prefiero cada semana escaparme un día a la sierra de Guadarrama, a la montaña palentina, las Batuecas o pasar un par de noches en picos de Europa o Pirineos, que ahorrar ese dinero para huir una semana cada año hacia otras latitudes. Con esto logro que, pese a ser uno más de los habitantes del asfalto, la naturaleza nunca se llegue a desprender de mí. Mis únicas fronteras o límites serán aquellos en los queLa belleza de una montaña no radica sólo en su conquista, sino en su simple admiración.
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