Por si le llega a alguna autoridad competente en la materia y quisiera tomarlo en cuenta...

 

    El ser humano, por lo general, ha cambiado su concepción en cuanto al disfrute y uso de la Naturaleza. Si hasta no hace tanto ésta era concebida únicamente para usos productivos, hoy esos provechos son ante todo lúdicos, fuertemente ligados a la salud.

    El medio natural ha tenido en el ser humano a su peor enemigo, hemos deforestado, aniquilado especies por el mero hecho de divertirnos dándolas caza, modificado entornos naturales para convertirlos en armazones de la civilización… Pero también el ser humano ha sido en algunos casos singulares su mayor aliado; nombres propios que no voy a enumerar han dedicado sus vidas a la conservación del entorno; algunos por motivos científicos, éticos en ocasiones y otros por razones únicamente contemplativas, todos ellos han visto en la naturaleza el manuscrito donde se halla escrito nuestro futuro, la bola de cristal que nos lo muestra y han querido alzar la voz a su favor.

    Mantener hoy día ciertos hábitos y métodos tradicionales para el aprovechamiento del medio natural es un error al igual que lo sería mantener el ideario urbano que regía la civilización de principios del siglo XX. La evolución ha de notarse también en nuestros campos, pero parece que han sabido blindarse provocando un estancamiento en el medio rural que nada tiene que ver con el progreso tecnológico y ético que la humanidad ha desarrollado en base a sus conocimientos más precisos. El progreso de la civilización ha de estar de acuerdo con la expansión y el auge de la naturaleza, en lugar de retroceder los pasos tan importantes que se han dado en nuestra reciente historia.

    Salir a pasear al parque urbano donde han prosperado plantas y arbolado alóctono por mero ornamento no es naturaleza, al igual que no lo es adentrarse en monocultivos o cercados donde la fauna silvestre es incapaz de adentrarse. Naturaleza es aquello salvaje, eso que te cautiva pese a no poder controlar. Naturaleza es esa sensación entre la tranquilidad y el desasosiego, entre la relajación absoluta y un estado de alerta permanente; es un término medio entre fatiga y descanso, naturaleza es vivir.

   Caminar por los espacios naturales se ha convertido en la mayor fuente de salud para el ser humano que reside en las urbes. Muchos somos quienes escapamos de esta prisión de grises para adentrarnos en el multicolor abanico de la montaña, el mayor exponente de Naturaleza menos domada que tenemos a nuestro alcance, en parte debido a la inexpugnabilidad del medio y a los temores que provocaba antes de su concepción romántica del siglo dieciocho. Mostrar aquí los números de visitantes a los parques nacionales no es el objeto de este escrito, pues supongo es conocido o al menos de fácil obtención, pero muestra un tremendo auge, ilustra estadísticamente aquello que las personas ansían, que no es otra cosa que reconciliarse con el paisaje, aunque a menudo esto suponga su deterioro debido a la masificación en ciertos puntos concretos de su geografía. No es difícil llegar a la conclusión de que al unir territorios naturales y poner en auge las bondades de cada uno, se dispersaría a las masas que anhelamos acudir a ellos, evitando  así la masificación puntual de la que hoy estamos alertando.

    Tratar de renaturalizar nuestro entorno ha de ser un deber para todo aquel con responsabilidades sin importar su ideología porque, si para Ortega la división entre izquierdas y derechas era una forma de hemiplejia moral, añadirle a eso el secuestro que por parte de una corriente política concreta se ha hecho hacia la naturaleza es moralmente deleznable.

    Ya que no somos capaces de evolucionar y continuamos con la diferenciación entre las dos Españas a la que aludía el poeta (porque esa España que muere es la del sentido común, la responsable, en la que englobo entre otras cosas al medio natural, a la necesidad de un entorno salvaje que nos permita volver en determinados momentos a nuestro ser ancestral), desperezar a la España que bosteza es responsabilidad de los poderes públicos facilitando herramientas que nos devuelvan la vitalidad perdida por la desconfianza, utensilios que nos ayuden a vencer el cáncer que ataca lo más hondo de nuestra civilización. Unámonos por responsabilidad al menos en la manera de cuidar nuestro entorno, nuestra casa vista de manera global.

    El medio natural es el pulmón de la civilización y, a medida que expandimos nuestro aliento hacia él, vamos reduciendo su capacidad como el tabaco hace con nuestros propios pulmones.

    Quien recorre nuestras montañas lo hace por pistas o senderos deteriorados por el paso del ganado o de la maquinaria. Muchos dirán que arreglar estos senderos es quitarle a la naturaleza parte de su esencia, particularidad que deja de existir en el momento en que es el ganado doméstico quien pisotea en rebaño esos caminos y nadie los devuelve a su estado original. Somos parte de la naturaleza, de la biosfera, y enlazar ciertos lugares facilitando el paso mediante pistas o senderos es innato a nuestra naturaleza animal. Al igual que hacemos nosotros, la fauna salvaje utiliza pasos que ellos mismos van erosionando hasta convertirlos en veredas que unen lugares que frecuentan por el lugar menos costoso.

    Cuidar de esos caminos no es desnaturalizar un entorno, pues ya lo está desde el momento en el que el sendero existe. Diría que es positivo al evitar que en nuestro deambular tengamos que pisotear otras zonas para evitar enormes barrizales que se forman debido a la erosión causada por los rebaños domésticos, deteriorando también las zonas aledañas a la pista y haciendo con ello que sea más ancha y menos vistosa. Un ejemplo de ello se puede ver en el bosque fósil de Verdeña, donde un arreglado sendero se adentra en el robledal sin posibilidad de que la compactación por las pisadas en el bosque pueda perjudicar al arbolado y sin restar un ápice de belleza al paisaje.

   
Algo que no logro entender es cómo, ya entrado el siglo XXI y con todos los adelantos técnicos que en casi todas las materias se han ido produciendo, aún se vean vallados perimetrales en nuestras montañas. Muchos son para señalar demarcaciones municipales o provinciales, otros simplemente para que el ganado no salga del límite que tienen marcado y recalen en otra explotación, aunque a menudo ambos conceptos se solapan, los hay que marcan límites de fincas cinegéticas... La fauna salvaje es la verdadera dueña del entorno natural y con los vallados sólo se logra acotar el espacio que pueden recorrer para establecer sus relaciones o para buscar alimento: los encarcelamos. En pleno territorio de expansión del oso pardo y con lo que sabemos de este mamífero, los vallados evitan que pueda atravesar los territorios por los que de manera natural debiera expandirse, a lo que si añadimos las vías de comunicación y resto de infraestructuras, impedimos (creo que involuntariamente aunque con cierto dolo al saber los perjuicios que ocasionamos) que las zonas por las que debería de campar se vean privadas del mismo y por ello contengan menos valores naturales que vienen asociados a esta especie “paraguas”, perjudicando su dispersión y creando poblaciones fragmentadas sin intercambio genético, lo cual es causa de declive en las especies. Hay medios de control de ganado ancestrales, como el pastoreo que, unidos a métodos modernos como la posición por gps, aportarían beneficios para la explotación ganadera, pues la vigilancia y estabulación que procura el pastor con la ayuda de mastines minimizaría los daños por el lobo, mientras que el gps usado por el propio ganadero o pastor que allí se encuentre evitaría el vallado favoreciendo la normalización del medio. Estamos encarcelando a la fauna salvaje para dejar campar libre a nuestro ganado doméstico, hacemos todo al revés. Ciertos cercados protegiendo las poblaciones y las carreteras u otras vías no son negativos si se procuran pasos para fauna suficientes que impidan tanto el aislamiento de especies, con el peligro que tiene para la salud de la misma, como los dramáticos atropellos y en consecuencia, graves accidentes que ocasionan con el consecuente peligro para nosotros mismos.

    Como he indicado, las personas buscamos a menudo en la montaña el espacio de ocio y salud que no encontramos en nuestras ciudades, ello ha provocado que cada vez haya mayor número de accidentes en la montaña y por ello rescates. No utilizaré estas líneas para criticar el modo abusivo como por parte de las administraciones se gestionan los servicios de emergencias (concretamente el 112) y la falta de cautela y sigilo en las actuaciones de los citados servicios, usados más para darse publicidad y autobombo que para el uso social que realmente tienen. Una buena red de senderos mínimamente señalizados no desmerece el entorno si estas marcas se adecuan al medio natural. Todos los montañeros estamos familiarizados con los hitos que nos elevan a las montañas, collados y diferentes pasos sin que por ello nuestra aventura desmerezca o el paisaje se vea privado de su majestuosidad. Se ha terminado ya la época de las conquistas, ya no quedan en la tierra territorios que descubrir. Es por ello que un mínimo mantenimiento por parte de las instituciones en las señales que conducen a lugares concurridos o singulares ayudaría en caso de posibles extravíos debido a la imprevisibilidad del medio natural. Cuidar las sendas, hitos y algunas señales que te conduzcan por las vías normales a ciertos picos no es algo que deteriore el entorno y sí algo que ayuda al montañero en apuros o a aquel que quiere comenzar su andadura por las montañas para descubrir este mundo y unirse a aquéllos que lo amamos. Esto quizás sea contrario a lo que el montañero desea, pero igual que sigue senderos mal hitados, no es malo que una vía hacia el Pico Murcia (por poner un ejemplo) se encuentre suficientemente señalizada, bien con pequeños postes y discretas pinturas que se integren en el paisaje o con hitos bien dispuestos y mantenidos. Esto no es asfaltar la montaña ni antropizarla, pues ya lo está; evitaría molestias a la fauna del entorno simplemente por evitar que el montañero o senderista se salga del sendero y pisotee el santuario por el que campan en libertad osos, venados, lobos y demás habitantes. 

    Las rutas autoguiadas son un atractivo turístico para poblaciones de montaña que no cuentan con otros alicientes. Existen senderos hermosos que discurren por paisajes sorprendentes que, dándolos a conocer, lejos de masificarse lo que se lograría señalizándolos es dispersar a las masas de otros lugares para repartirse por estos otros.

   Conozco bien la montaña palentina, Picos de Europa, los bosques y montañas del Guadarrama y pienso que ciertas medidas pondrían en marcha la economía rural por la que tanto claman esas zonas sin tener que acudir a la estacionalidad para que al menos la hostelería se beneficie. El medio rural no se compone únicamente de agricultores y ganaderos; existen hoteles para acoger al turista o trabajador ocasional que allí acude, bares y restaurantes para el ocio de sus habitantes y visitantes, hay médicos, fisioterapeutas, trabajadores de supermercados y tiendas de todo tipo, cuerpos policiales,... Dotar de personal de mantenimiento, limpieza y vigilancia a las zonas naturales de gran valor como las que he aludido es una manera de dar más trabajo y vitalizar el entorno, incluso en las poblaciones más pequeñas donde apenas hay servicios, pero a las que muchos querrían acudir a vivir, sacrificando quince o veinte minutos de viaje en coche para acudir a su puesto de trabajo en la población más grande o cabecera de comarca (tal y como sucede en las propias ciudades, donde muchos tienen que viajar hasta una hora en coche para acudir a su centro de trabajo). El uso para ello de medios menos lesivos para la naturaleza evitando motores o máquinas que compacten más los terrenos o provoquen molestias por contaminación acústica a la fauna, habitantes del entorno o montañeros que acuden allí a huir de los ruidos de la ciudad, hará que sea necesaria mayor mano de obra y de manera continua, dinamizando zonas en riesgo evidente de despoblación. Desde luego habría que replantearse ciertas ayudas y cambiarlas para que sean útiles al medio ambiente, gestionando los ayuntamientos el dinero y el personal para ello. Esforzándonos siempre en recuperar y unir más espacio natural en lugar de recortarlo y aislarlo.

    Con poco esfuerzo lograríamos aumentar los corredores para la fauna, haríamos del paisaje nuestro emblema y se minimizarían los accidentes en la montaña.

    Creo que la montaña palentina reúne los valores suficientes para ser partícipe de estas medidas. Aúna entre sus límites extensos bosques, valles y escarpadas montañas que hacen las delicias de todo aquel que acude a conocerlo; cuenta con pueblos recónditos donde olvidarse de las preocupaciones de nuestra vida cotidiana en la ciudad, lugares en los que pasar los días libres lejos del asfalto y el ruido, pero no tan lejos como para tener que hacer grandes esfuerzos a la hora de acudir, pudiendo incluso hacerlo cuando tan solo cuentas con un día libre, pues ciudades como Palencia, Burgos o Valladolid se encuentran lo suficientemente cerca para dar vida a estas pequeñas poblaciones al menos en fines de semana o festivos. Con el Covid se han impuesto métodos de trabajo a distancia que podrían ayudar a que personas del medio urbano puedan residir en el medio rural manteniendo su puesto de trabajo en la gran ciudad, pero realizando su labor desde el domicilio. De todo lo malo que nos está dejando esta pandemia y su gestión, recojamos lo bueno y adaptemos ciertos usos a ello. El poder trabajar desde casa es una parte de eso, con lo que muchos podrían residir en su soñada casa del pueblo y tan solo acudir en alguna ocasión a la ciudad, lo que minimizaría los desplazamientos y daría vida a los pueblos que contarían con más escuelas o servicios médicos, tal y como vienen demandando.

    Existen en ese entorno pequeños refugios de montaña sin guardar que se pueden vitalizar, un mantenimiento adecuado y una vigilancia harían de ellos auténticos bastiones para que el montañero pueda pernoctar o simplemente descansar de una larga caminata, sentarse a comer algo al abrigo del sol del estío o de las lluvias y retomar la ruta. Esto creo que se está llevando a cabo en alguno en concreto.

    Conocedor como soy de estas montañas, creo que el auge en ciertos deportes de  montaña no lesivos para el medio puede ser aprovechado, para ello sería preciso, como antes he escrito, arreglar y marcar senderos, crear imaginativas rutas para bicicleta de montaña en pistas que ya existen y ante todo darse a conocer, crear una marca de calidad “Montaña Palentina” con su propio merchandising no solo para productos de alimentación o artesanía, sino que se vea como una marca que englobe además un entorno natural y lo proteja de manera firme. Aludo a la montaña palentina por cercanía, pero es extrapolable a cualquier territorio similar.

    Reconocer y señalizar los numerosos senderos y pistas que surcan estas montañas no es labor demasiado difícil ni costosa. Se crearían rutas autoguiadas en muchas partes del territorio del parque natural en las que un cartel al inicio propusiera el recorrido y los puntos de interés que recorrería, así como daría valor a los pueblos desde los que se inicie o por los que pase. En tan extenso paraje se encuentran señalizadas muy pocas rutas. Entiendo que hacerlo para acceder a cumbres que, aunque emblemáticas son peligrosas, no es la labor de este propósito, pues está más pensado para aquel turista más interesado en el medio natural que en la conquista, para la cual existen numerosas guías y vías hitadas que ayudan en esa labor. Mientras escribo esto se me ocurren numerosos recorridos que con simples arreglos en su firme y algunos pequeños postes de madera en los que se divise la marca que guía ese sendero local, podrían dar a conocer estupendos bosques y magníficos miradores. Dándolos a conocer se crearía en las personas que quieren visitar parajes de más importancia como Picos de Europa, la necesidad de conocer también este rincón que precede al parque nacional y que cuenta en mi opinión con mayores recursos naturales que éste (como el oso pardo). De esta forma el aumento del número de visitantes ayudaría a los emprendedores a establecer en pequeños pueblos algún establecimiento hostelero que no solo facilite la estancia allí del turista, sino que dinamizaría la economía en torno a lo que el parque quiere vender, que no es otra cosa que un santuario de vida silvestre (pese a que muchas cosas deben cambiar aún en el ideario de la población local), lo que haría que el propio habitante del entorno cambie su concepto de productividad del medio natural y en lugar de extraer de la naturaleza, cuide la misma para que la actividad más moderna, el turismo, siga dando los frutos con los que alimentar esos despoblados en potencia.

   Lebanza, los puertos de Pineda, Lores, el Valle Estrecho, Brañosera, Piedrasluengas, Mudá… Son lugares en los que se podrían utilizar senderos y pistas ya existentes para inventarse un recorrido circular que te lleve por parajes de lo más pintorescos y hermosos en no más de diez o quince kilómetros de ruta e, incluso en algunos de ellos, señalizar recorridos mayores para que quien lo desee pueda admirarlos sobre la bicicleta de montaña. Son lugares que conozco bien, que he recorrido muchas veces y en los que me he perdido a menudo buscando la soledad que sólo en estos parajes puedes encontrar. Quizás se pierda algo de esa soledad, pero en mi opinión ganará la propia naturaleza, que será quien de el do de pecho para que quien lo conozca quiera volver.

    Si nos esforzamos en conservar la naturaleza separándola del hombre, éste no sabrá nunca lo que protege y no querrá acometer esfuerzo alguno para ello. Si lo conoces, querrás conservarlo y te esforzarás en cuidarlo.

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