Utilizar la montaña

 

Mi racionalidad, signo distintivo de mi especie, me hace reflexionar en cómo el hombre, lejos de adaptarse a la naturaleza, a la montaña, ha hecho que sea ésta la que se adapte a sus maneras. Hoy puedes pasear, trepar, correr o relajarte en cualquier espacio natural, me atrevo a decir que casi del mundo, pero me voy a ceñir a mi país, España, que es el que conozco, pues aún existen territorios en el mundo en los que un habitante autóctono de la naturaleza puede hacerte pasar un mal rato y lugares donde las personas mueren tras un encuentro con esa fauna. Hemos modelado el paisaje abriendo caminos y carreteras para hacerlo más cómodo, hemos cazado a sus habitantes haciendo que casi se extingan, evitando con ello el peligro que para la especie humana podría significar el encuentro súbito con un oso o con una lobada. Sí, hoy en día es posible relajarse y sestear con toda tranquilidad en cualquier valle de nuestras montañas. Quizás el único peligro sea el que te hurte las pertenencias cualquier persona que por allí pase en el momento en el que tu atención esté dispersa. La naturaleza salvaje es bella, pero también peligrosa. Adentrarte en ella supone mantener siempre los sentidos alerta, cualquier estímulo puede suponer un peligro para el hombre.

   

Al domar la naturaleza hemos logrado que la montaña se humille para colocarse a nuestra altura. Ya no hay montañas inexpugnables ni bosques impenetrables. Hoy todo ha sido conquistado y allí donde hemos llegado hemos dejado nuestra huella para siempre. Hablar de qué es mejor o peor no tiene sentido cuando nos referimos a la vida.

Pensar sobre esto me obliga a plantearme ciertas cosas. Defiendo la naturaleza salvaje, quiero una montaña con todos sus habitantes, percibir al oso en el entorno, encontrar los rastros de la lobada, ver surcar los cielos al águila y reptar por el suelo a la víbora; pero también quiero poder hacerlo sin peligro para mi vida, poder disfrutar de eso sin temer ser atacado por cualquiera de esos animales. El hombre tan solo hizo lo segundo sin preocuparse de mantener lo primero. Tal vez sea vivir una utopía el querer todo eso, pero realmente me preocupa esa doble manera de ver la naturaleza: como un ser vivo o como un ser humano. No cabe duda de que ha de ser como un ser vivo, y adquirir nuevamente ese instinto y agilidad que hemos perdido con la civilización.

Asombra ver cómo en un programa documental sobre la naturaleza y el parque nacional de Guadarrama, se toma como negativo el uso del espacio para la práctica deportiva y se habla con benevolencia de los usos madereros y ganaderos que destruyen sin medida los entornos naturales. Somos demasiados habitantes en el mundo, y como tal precisamos un gran espacio para posibilitar nuestra vida. Y en ese espacio está el destinado a nuestro ocio, al igual que el destinado a nuestra alimentación y refugio.

Que los usos deportivos, su masificación más bien, estropean el entorno natural no es nada que haya que ocultar. El deterioro del terreno es importante, así como las molestias a la fauna. Ha de ser regulado para que la civilización no se coma a la naturaleza, pero no olvidemos que la degeneración del entorno ha venido desde tiempos inmemoriales por parte de los llamados hoy usos tradicionales de la naturaleza. El bosque ha perdido a manos del hacha y del fuego, la fauna ha sido literalmente esquilmada y sólo unas pocas especies se abanderan como custodios de un territorio que antes dominaban y en el que hoy sobreviven ocultos en los más recónditos rincones donde la tecnología no ha podido aún llegar, o no se lo hemos permitido.


   

Asombra ver cómo se trata con indulgencia al cazador que lo es por el mero hecho de divertirse matando, y cómo se castiga a quien tan solo desea pasar un tiempo en la naturaleza, ya sea caminando o corriendo.

Algo tiene que cambiar en nuestro seno si queremos que la naturaleza se conserve tal y como hoy la tenemos, que no es mucho, porque dando la razón siempre a quienes recogen en sus actividades perjudiciales la nomenclatura de tradicionales, con el daño que esto ha causado al entorno, nunca avanzaremos.

…”En absoluto soy un cazador; me había dejado llevar hasta aquella hazaña insólita por la grandeza de las presas y empujado por la emoción de una persecución arriesgada. En aquel momento, cuando la emoción había terminado, no podía dejar de sentir una enorme tristeza por el pobre animal que se desangraba a mis pies luchando contra la muerte. Su imponente tamaño y su poderío, que unos momentos antes habían alentado mi codicia, acrecentaban ahora mis remordimientos”.  (Washington Irving en la Frontera Salvaje, tras dar caza a un bisonte).

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