Mi respuesta a las típicas preguntas

 

    Sobre las reflexiones que me comentabas ayer de lo inútil que puede ser correr por la montaña a efectos paisajísticos, creo que mejor lo rebato por escrito, pues es (al igual que la montaña), el medio en el que más cómodo me siento.

    No cabe duda de que tienes razón: el andar pausado y sosegado por la naturaleza ofrece una catarsis espiritual lejos de toda duda, que para personas no habituadas con este medio no brinda la carrera. Luego pasaré a exponer algunas de mis motivaciones (antiguas ya), pero quiero primero entrar a discrepar sobre otro medio de disfrute que se sitúa tradicionalmente en paralelo a estas actividades: Salir al monte en grupo.

    Las excursiones a la montaña se han convertido en un aspecto social de ocio que inundan las cordilleras de toda nuestra geografía; y esto se hace mucho más patente en parajes como la sierra de Guadarrama (ya parque nacional), sobre todo en su vertiente más próxima a la capital, los picos de Europa, Pirineos…

    El disfrute de la naturaleza se capta con todos los sentidos, no solo con la vista; caminar en soledad te aporta sensaciones indescriptibles que nunca podrás experimentar en compañía de otras personas (y menos aún de un grupo organizado que tras dejar el autobús, recorren en ruidosa hilera la montaña). La soledad te permite escuchar tus propias pisadas en el bosque, sentir el latido de tu corazón acompasado con la respiración ya entrecortada tras los primeros desniveles, con el sigilo de la soledad (palabra esta que en la naturaleza adquiere un significado positivo) percibes los sonidos del bosque y el silencio de las cumbres; la cadencia del ritmo y las paradas corren en función de las necesidades propias, no tienes que esforzarte en seguir los pasos de nadie ni ir pendiente de quién se rezaga debido a su condición física menos preparada que la tuya. El montañero solitario se puede permitir evaluar los riesgos de la excursión sin la responsabilidad de meter a nadie en un atolladero de difícil salida (no por peligroso necesariamente, sino porque el esfuerzo físico no es percibido por igual por las personas, y esto puede dar al traste con una hermosa ruta, provocando enojos y enfados).

¿Por qué acudes solo a las montañas? Esta es la pregunta que acabo de responder.

¿Por qué corres por las montañas? A ello voy:

    El esfuerzo físico es algo que el ser humano (y cualquier otro habitante del planeta) necesita para su supervivencia, con él se despiertan todos tus sentidos, activas la musculatura que puedes en un momento dado necesitar y que si no has forzado nunca la maquinaria, te hará sucumbir en las empresas para las que la precises. Desde siempre el hombre se ha movido por la naturaleza, no por un aspecto lúdico y contemplativo, sino de supervivencia. La civilización dio al traste con millones de años de evolución condicionándonos a un presente de butaca y palomitas, helado y terraza, silla y cerveza… Trabajamos la musculatura para procurar un aspecto estético en nuestro cuerpo, y no por su funcionalidad, espaldas anchas, brazos hipertrofiados y piernas poco ágiles forjadas en gimnasios son el resultado. El ser humano ha dejado de ser un hijo de la naturaleza para pasar a convertirse en un producto artificial del desarrollo.

    Cada persona tiene su velocidad para desplazarse. A mi me encanta pasear de manera contemplativa por las más abruptas y salvajes tierras de España, detenerme a respirar, a escuchar, a observar… Pero también me gusta la sensación de esfuerzo, de luchar contra obstáculos  y superarlos, y esa superación la he vivido corriendo por la montaña. Puedo entender a las personas que jamás han corrido por ocio eso de que corriendo no disfrutas del entorno, yo sin embargo sí lo hacía. Mi cuerpo estaba entrenado para ello, tenía capacidad cardiovascular (cuidadosamente preparada de manera involuntaria en años de entrenamiento haciendo lo que todo niño en los ‘80) y ello me proporcionaba ese alimento del que carecían mis músculos. Mis comienzos fueron duros pero hermosos, empecé a descubrir lugares a los que no acudía caminando, mi velocidad en el desplazamiento se medía en pulsaciones, andando en abruptas subidas y corriendo en las menos incómodas. A medida que pasaba el tiempo las horas de entrenamiento caminando disminuían en detrimento de las que me desplazaba trotando, mis pulmones recibían el aire puro de la naturaleza llenándolos hasta colmarlos para evacuar la polución que los ocupaba el resto del tiempo por la Capital; corría por el bosque en silencio, escuchaba a las aves animándome al paso, algún corzo se sobresaltaba al cruzarme en su camino a una velocidad para él insólita en bípedos, llegaba a collados y cumbres desde los que divisaba horizontes salvajes de exuberante naturaleza, siempre había tiempo para el respirar pausado, el trago de agua y vuelta a correr; la vista se fijaba en cada detalle, adquiría una destreza digna de superhéroe, capaz de apreciar un obstáculo mientras identificaba un ave por su canto y la buscaba entre la fronda sin dejar de percibir las luces del atardecer. Pero hay algo importante que no se debe olvidar, las sensaciones. Esas sensaciones de sentirte casi poderoso, de convivir mano a mano con la naturaleza salvaje, de saberte capaz de acometer poco más o menos cualquier empresa al estar familiarizado con un ambiente hostil para cuerpos que no han logrado hallar esa perfecta comunión con la montaña y sus fragosidades.

    Hoy día, correr por la montaña se hace de manera diferente a como se realizaba en mis comienzos. Ahora se ha convertido en moda, la gente sale a entrenar a la montaña pensando tan solo en la competición del fin de semana. Yo salía a disfrutar con el esfuerzo, superaba metas día a día usando como contrincante a mi voluntad, una voluntad que fui forjando poco a poco hasta cimentar una seguridad en mí mismo que hoy, tras años de lesiones, he perdido. Discuto, pero puedo llegar a entender, la manera de disfrutar la naturaleza los escaladores, no por el esfuerzo o el peligro que supone la actividad, podría llegar a encontrar paralelismos con la mía, pues a menudo el corredor de montaña ha de salvar pasos de cierta dificultad tras horas de fatiga y con el único aditamento de sus manos. Tengo un parecer diferente por la forma de abordar la montaña, cuando yo lo hago en soledad, sin ningún material que me ayude más allá de un calzado cómodo y algo de protección contra el frío o el sol, ellos acuden con cuerdas, clavos, arneses, clavijas…. Multitud de medios artificiales con los que allanar las paredes más verticales. Es cierto que habrá cumbres a las que nunca podré acceder si no es así. No me importa, mi cuerpo ha ido evolucionando físicamente para ir ascendiendo a cimas que antes veía imposibles, pero habrá algunas para las que físicamente no pueda nunca prepararme. Otra habrá cerca que sea menos inaccesible y por la que merezca la pena el esfuerzo. No soy coleccionista de cimas, mi concepto de montañero va por otro lado; disfruto igual de una senda entre el hayedo que de la expuesta cresta que une dos elegantes cumbres. Haber contemplado tal variedad de paisajes me ha hecho más sereno, más “natural” y, aunque desee de nuevo moverme a mayor velocidad de la que lo hago ahora, sigo acudiendo cada vez que puedo a mi cita con la naturaleza

    ¿Qué es mejor entonces, correr por la montaña, o discurrir en ruidoso peregrinar tras un enjambre de excursionistas que espantan todo sonido y vida de la montaña? Para cada cosa hay un momento y para la montaña un protagonista: la soledad, te muevas a la velocidad con que te muevas.

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