naturcyl '18
Con el telón de fondo de la media montaña palentina, jalonado entre bosques y cumbres como Peña Celada, Almonga o Pico de las Cruces y con una banda sonora dominada por la berrea del ciervo, he acudido a la primera edición de la feria de la naturaleza de la comunidad autónoma donde resido, Castilla y León.
Como es difícil disponer de todo el tiempo que uno quisiera, sólo he parado por Ruesga el viernes en jornada vespertina y la matinal del sábado, dejando la del domingo con pena de no poder acudir a alguna de las charlas que se presentaban para ese día.
Me he encontrado con un lugar para conocer personas relacionadas con este mundo y comprometidas con su conservación, con la divulgación o con la promoción de su tierra, con quienes he podido charlar sobre temas diversos, siempre relacionados con la naturaleza o con el turismo que ésta atrae y me he permitido recorrer al atardecer del viernes y temprano el sábado, algunos caminos que conozco donde poder observar rastros de la fauna del entorno y “sentir” la berrea en la soledad de la montaña.
Pero me quiero centrar en una charla-coloquio muy interesante a la que asistí en la mañana del sábado y en la que se abordaron muchas cuestiones que por agenda no dio tiempo a desarrollar como creo que se pretendía en la hora escasa que tenía fijada. Moderada por Guillermo Palomero, de la FOP, se reunieron en la mesa instituciones y empresas que trabajan en y para la montaña palentina aunque todo lo que se expuso es extrapolable a cualquier lugar de España (por acotar un poco, pues desconozco como se aborda esto en otras partes del mundo). Se habló de conservación, se dejaron en el aire cuestiones a meditar sobre por qué conformarse con la conservación y no luchar por una mejora de nuestro hábitat, se abordó la problemática del turismo DE naturaleza diferenciándolo del turismo EN la naturaleza, aludiendo también a la problemática que supone el ir a buscar fauna en lugar de ir a buscar simplemente a la naturaleza.
Realmente no se abordaron temas también de suma importancia como la caza o la sobreutilización del monte por la ganadería que, sin ningún género de dudas, de haber contado con más tiempo se hubiera llegado a debatir, sobre todo en vistas de lo mediático de la situación que, por ejemplo, se vive en Asturias con el lobo: una guerra a campo abierto entre ganaderos y el cánido en cuestión que toca de lleno a un parque nacional, o la situación con el oso Goiat en Pirineos. En mi opinión el ganado es un uso tradicional que se ha ganado formar parte del paisaje, pero no convertirse en dueños del mismo. Caballos, vacas, ovejas y cabras son una parte más del alma de Picos de Europa (por ejemplo), al igual que lo es el lobo, el rebeco, ciervos y corzos; y al igual que debiera volver a serlo el oso.
“No se pueden poner puertas al campo” predica un dicho popular, al que yo cambiaría un verbo:”No se deben de poner puertas al campo”.
La naturaleza no es exclusiva de los conservacionistas ni de las empresas que la explotan, sea con fines sólo lucrativos o añadiendo a este una responsabilidad ambiental. Como dijo durante la charla un responsable de la zona más osera de España, esto sólo se resuelve de tres maneras, Educación, educación y educación. Y ahí es donde hay que poner énfasis, porque la educación no sólo se imparte en las escuelas, todas las personas estamos en disposición de seguir con nuestro aprendizaje, quizás con la edad absorbamos menos que a una edad más temprana, pero nunca hay que olvidar a esa población que desde la ciudad acude a la montaña a solazarse, a menudo sin conocer nada sobre lo que allí se va a encontrar, sin olvidarnos tampoco de las poblaciones que se encuentran dentro del entorno natural, donde se cometen tropelías a cientos por parte de algunos habitantes que toman por suyo el entorno y todo lo que contiene reclamando que “esto se ha estado haciendo toda la vida”, como si tal afirmación fuera Ley (esto es políticamente incorrecto, lo sé).
No todo lo viejo es bueno. Conservar ciertas tradiciones o medios artesanos es fundamental para no perder esa cultura popular y que ya sólo se pueda conocer por medio del estudio de la etnografía. Pero la evolución nos ha dejado numerosos cambios, tanto en tecnología como en pensamiento, que no podemos obviar y no todos son malos para el medio natural (no olvidemos las aún cercanas en el tiempo juntas de extinción). Recuperemos cosas que un día funcionaron y desechemos aquellas que trajeron los tiempos y que tan solo causan daño al medio natural. Esto se hablaba de una manera muy amena en la charla del viernes en la presentación del nuevo artículo de Quercus y el libro viviendo con osos, donde Ezequiel Martínez puso el ejemplo de aquellas personas que en buen número fabricaban madreñas hace sólo cincuenta años y de los que tan solo queda uno en el concejo donde centró su publicación. El mundo ha evolucionado y eso hay que entenderlo, pero ha de protegerse ese método artesano para no dejar que se esfume sin más, sin pensar, claro está, en volver a implantarlo y relegar a un segundo plano artículos más eficientes.
Creo que es hora de comenzar a pensar en positivo para todo lo que sea naturaleza y dejar de instalar carteles de prohibido el paso. Hoy parece positivo para la naturaleza el impedir que en ciertas zonas se limite el paso de personas para preservarla, ya que se acude en masa a determinados lugares y eso lo único que hace es deteriorarlos. Pero pensemos de manera más amplia, si hay tanto número de seres humanos que acuden en sus ratos de ocio a los parques naturales, a espacios protegidos, que llegan incluso a colapsar las entradas a los mismos, lo que hay que pensar no es en limitar ese uso, no arrebatar a las personas el paisaje, sino dotarlas de mayor número de ellos, crear más espacios naturales que acojan esa necesidad de acudir a ellos en lugar de cortar el paso. Aprovechemos esta situación para que la gente se conciencie conociendo y acudiendo a la naturaleza.
Ya que el problema es la masificación, dispersemos a la masa creando entornos naturales que atesoren lo mejor de la naturaleza autóctona de cada lugar y protejámoslos, cuidémoslos, dejemos que la fauna se asiente allí donde no se ha vuelto a atrever a regresar, que los árboles vuelvan a reinar donde ahora sólo hay tierras baldías, ayudemos con subvenciones a aquellas poblaciones que traten de recuperar los espacios naturales, a quienes vean con orgullo el paso del lobo por sus tierras, o contemplen maravillados la silueta en vuelo del águila imperial sobre sus casas. Hagamos corredores y pasos para toda esa fauna ibérica que hoy se encuentra recluida en pequeños núcleos arrinconados para que vuelvan a recuperar aquellos terrenos que les fueron arrebatados, vamos a rodear cada ciudad de cinturones verdes y a facilitar arterias que unan el centro con esos reductos naturales para que la gente pueda disfrutar cada día de la naturaleza, pueda respirar y acallar el ruido de la civilización con el paisaje. Proteger la naturaleza no es sólo proteger a los animales y a las plantas de manera individualizada, es algo más, en esa protección entramos todos, pues nuestra salud está asociada al propio paisaje y protegiéndolo nos estamos protegiendo a nosotros mismos.
Se habla de cobrar al igual que se hace en otros países, para entrar a un parque nacional. No puedo estar más en desacuerdo. España entera es un Parque nacional mal gestionado y ya pagamos por ello.
Puedo poner ejemplos de cómo se está cobrando por acceder a parques nacionales: Los tickets del teleférico de Fuente De o del funicular de Bulnes, los autobuses que en verano te llevan a los lagos de Covadonga al estar su carretera cerrada al tráfico para particulares, autobuses también de Torla a la pradera de Ordesa en Pirineos… Ya se está cobrando a quien accede al parque por el simple hecho de ver cómodamente un paisaje, no penalicemos también al montañero o al naturalista y cerremos todo el parque a quien acude a disfrutar de él con la única huella que dejan sus botas (que realmente no es poca, si se tienen en cuenta las miles de botas u otros calzados que erosionan los suelos, lo reconozco).
En lugar de buscar soluciones más imaginativas, el dinero y las prohibiciones secuestran nuestra voluntad de tal forma que es ese nuestro único pensamiento.
Abramos pues nuestra mente de manera más natural, más favorecedora a la naturaleza y sigamos los preceptos por los que se articuló la primera ley de parques nacionales, entre los que destaca el uso público de los mismos. Sigamos educando para que quien allí acuda lo haga de manera más respetuosa, que sea consciente de los daños ambientales que provoca un mal comportamiento o incluso el simple hecho de estar allí (por la huella de carbono).
Se me ocurren muchos trazados de alto valor paisajístico y natural en la propia montaña palentina que pondría en valor a estas tierras y darían vida a los pueblos que la conforman. Mejorarían los accesos, se crearían puestos de trabajo para renovar (no crear) y mantener las sendas, hostelería y servicios de guías podrían mantenerse durante todo el año y no sólo en ciertas temporadas. Tenemos el reclamo de los grandes mamíferos que, pese a estar de acuerdo en las consideraciones hechas sobre acudir a ver al oso en lugar de acudir al lugar por donde campa el oso, hay que reconocer que ese turismo pone en valor a las poblaciones que se asientan en esta (y alguna otra) zona natural.
Es imposible pensar en la naturaleza sin aquellos seres que la habitan. No es naturaleza el parque céntrico de la ciudad, ni lo es la playa que bordea la populosa población.
Naturaleza son los sonidos de la noche, las nubes trepando por las laderas del bosque para difuminarse antes de alcanzar las cimas. Naturaleza es saber que tus pasos son vigilados por el oso, olisqueados por el lobo y motivo de huida del corzo y el venado.
Hay personas para quienes la naturaleza es simplemente ver un árbol, pero naturaleza es bosque; es el río que nace y muere sin que embalse alguno lo retenga, lo asfixie; naturaleza es ese petirrojo que te sigue curioso unos breves pasos para ocultarse entre los arbustos tras llamar tu atención.
No necesito ver al oso para sentir que formo parte de la naturaleza, no voy a ocultarme horas para poder ver un lobo persiguiendo cada rastro que le deja a su merced el monte, ni ver al elevar la vista la silueta del águila imperial. Con saber que están ahí ya me siento parte de su mundo, al ver sus rastros en silencio sé que soy un invitado en ese entorno que aunque intente comprender, jamás podré llegar a dominar, pues nadie más que la Naturaleza es quien lo puede descifrar.
La estadística es la gran enemiga de la realidad; quizás sea necesaria para el funcionamiento interno de la administración, pero las personas que queremos proteger este sector no tenemos que valernos de unos números maquillados para saber si el trabajo está o no bien hecho, lo vemos en nuestras salidas al campo. No queramos conocer a cada visitante que vaya a ascender al pico Almonga desde Ruesga, dejemos que ese visitante que ha escogido ese rincón de nuestras montañas disfrute de los valores naturales que tiene y mejoremos con el trabajo diario esos valores provocando que pueda sentir más cerca la presencia del oso o del grupo familiar de lobos viendo sus huellas y rastros, síntoma del buen estado de salud del espacio natural. En esta comarca la mayoría de la gente busca el pico Curavacas o el Espigüete como retos en la naturaleza o acuden a conocer parajes con sendas como la que recorre la Tejeda de Tosande o Fuente Cobre; promovamos que quienes allí llegan sepan que hay muchos más lugares interesantes cerca para que el excursionista o montañero no masifique siempre el mismo territorio. Aquél que desee contratar una empresa de guías para que le muestre e interprete lo que ofrece la zona natural podrá ser cuantificado, pero no lo hagamos con quien simplemente desee acudir a pasear por los bosques que por ejemplo dan acceso a peña Celada, no impidamos que estas personas (entre las que me incluyo) a quienes gusta acometer una andadura en solitario se vean coartadas por controles de acceso, entrevistas o impedimentos económicos. La naturaleza, como antes expresé, no es ni de los ganaderos, ni de los agricultores, ni de la administración, ni de los que explotan la actividad turística, ni de los habitantes de la comarca que la delimita. La naturaleza es un bien universal y como tal hemos de considerarlo. Su fragilidad es consecuencia del ser humano, pero con impedimentos y puertas no se va a corregir, tan sólo se aislará un entorno. La única medida es crear más y unirlos. El oso o el lobo no se van a constreñir a los límites que les marque la administración (o las vallas de los particulares), buscan salida y nuevos territorios al igual que lo hace el águila imperial por el aire aumentando poco a poco sus zonas de nidificación hacia el norte para, algún día, quien sabe, tocar las estribaciones de la cordillera cantábrica. En el aire no hay puertas, no se las pongamos al campo. La naturaleza no admite límites.
Ley de los Espacios Naturales (Wilderness Act), aprobada en EEUU en 1964 “Un espacio natural, en contraste con las áreas donde el ser humano y sus obras dominan el paisaje, se reconoce en esta ley como un lugar donde la Tierra y su comunidad de vida no están constreñidos por el hombre, que allí es un visitante, no un residente). Extraído del prólogo a Cuaderno de Montaña de John Muir, por Miguel Delibes de Castro.
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