Perdón, pero tenía que soltar el ladrillo, pesaba bastante.
El ser humano ha logrado aislar a
Aquéllos grandes seres de la mitología que protegían esa salvaje Naturaleza y el pre-neolítico modo de vida sostenible, han sido finalmente encarcelados por la sociedad industrial y de consumo. El oso, el ciervo y el águila observan impasibles desde los refugios donde fueron recluidos cómo el virus “sapiens” se extiende sin que su ancestral poder pueda ya hacer nada por el planeta en el que un día reinaron. Sólo les queda esperar la autoaniquilación humana, el único mecanismo que la naturaleza conoce para defenderse de quien la pone en peligro. Sus espíritus, lejos de ser devueltos a la biósfera, mueren y desaparecen en el olvido, mientras sus cuerpos se pudren en los bordes de una civilización que no acepta nada que no sea ella misma y a lo que no pueda dominar.
En la protección de la naturaleza ha habido dos corrientes emparentadas, aunque de conceptos muy distintos:
El conservacionismo justifica la protección de la naturaleza por el valor instrumental que posee para el ser humano; junto a él, el preservacionismo lo hace por el valor intrínseco que esta posee en sí misma.
Para explicar estos conceptos y diferenciarlos mejor, aludo a una anécdota recogida en la introducción de Jorge Riechman a su edición del libro “una ética de la tierra” (en el que recoge apuntes de “a sand county almanac” de Aldo Leopold), sobre el encuentro de dos figuras representativas en el proteccionismo estadounidense de finales del XIX: el conservacionista Pinchot y el preservacionista Muir quienes, en una jornada por el Gran Cañón, se toparon con una tarántula a la que el primero de ellos quiso matar, impidiéndoselo Muir con la réplica de que “tiene tanto derecho de estar ahí como nosotros”.Comparemos nuestra civilización con un edificio alto de viviendas, un rascacielos en el que la vida se desarrolla y donde los que habitan en los pisos superiores no alcanzan a ver ni se preocupan, de lo que hay en los estratos inferiores. Estos habitantes de los pisos superiores desalojan los pasillos arrojando al exterior sus desperdicios que la gravedad empuja hasta irse acumulando en los bajos del rascacielos. Con el tiempo hay más necesidades y un mayor número de desperdicios que se siguen arrojando hasta hacer inviable la vida en esos bajos, lo que provoca que sus moradores tengan que emigrar hacia plantas más altas para poder habitar allí de forma más saludable e higiénica para sí mismos. Poco a poco se van deshabitando los pisos inferiores y la gente comienza a acumularse en los más altos, con lo que exponencialmente se va arrojando más basura que se sigue acumulando y subiendo de nivel a la vez que los hombres que habitan los pisos intermedios han de seguir ascendiendo a igual ritmo, para finalmente hacinarse en los más elevados niveles del rascacielos. Llegará un momento en el que ya no quepa más gente en el ático y sea inviable descender a los pisos anteriores, cubiertos por los desperdicios arrojados que provocaron ese periplo migratorio. Una vez en ese punto, la masificación y el deterioro a la salud que provoca la cercana presencia de basuras, hará inviable la supervivencia en ese edificio y, como los lemmings, la superpoblación irá arrojándolos al vacío, momento en el que los moradores se darán cuenta de sus errores pasados, pero ya no habrá solución.
La sociedad desconoce hoy día en qué nivel habita, pero hipótesis muy contrastadas antes descritas indican que nos encontramos de la mitad para arriba de ese ficticio rascacielos. Como analogía al símil del bloque de apartamentos, hay que saber que con el cambio climático, la humanidad, en el hemisferio norte al menos, tenderá a ir ascendiendo a medida que la vegetación lo haga hacia latitudes más cercanas al polo, para quizás con el tiempo poder habitar tan solo en las regiones polares, hoy aún desérticas y heladas.
Los movimientos ecologistas iniciales
trataron de advertir de esto a los gobiernos, pero fueron atrapados por grupos
de presión oportunistas que convirtieron esa lucha en el arma política para
justificar un movimiento antisistema asociado a unas ideologías que sólo tiene
cabida en las rancias concepciones unilaterales de izquierdas o derechas que al
menos en España nos administran.
La
protección de
La protección del medio ambiente no sabe de fronteras ni de idiomas, ha de ser global y pública, se ha de implantar en todos los ideales políticos por igual, haciendo que a su vez la filosofía y las religiones tomen conciencia comprometiéndose a favor de ello; asumir un gasto y unos objetivos continuos gobierne quien gobierne, sin permitir a ninguna empresa amasar beneficios o ganancias valiéndose de la excusa de dicha protección, puesto que todo aquello que tiene que ver con la economía no ejercerá una salvaguarda adecuada del medio. El medio ambiente provocará siempre una continua pérdida económica, que ha de ser tomada como la inversión necesaria para lograr una ganancia posterior más importante: la conservación del planeta y por ello de nuestra especie. Parece lamentable que haya que acudir a razones económicas para preservar muchas especies de animales o plantas y no argumentar únicamente su existencia por puro “derecho biótico” (término de Aldo Leopold en una ética para la tierra).
Si aquellas estrategias de Bernays de comienzos y mediados del siglo XX, se utilizaran con el fin de guiar a las sociedades para construir un mundo más ordenado y justo en lugar de servir a viles empresas o desalmados políticos, tal y como se ha ido haciendo desde entonces hasta nuestros días, lograríamos frenar el deterioro de este planeta. Porque una idea o artificio se haya utilizado para hacer el mal o, como en este caso, para manipular a la opinión pública sobre aspectos de dudosa ética, haciendo que toda una sociedad los abrace, no quiere decir que sus efectos no puedan revertirse hacia el lado contrario. Si Bernays logró utilizar los cigarrillos como símbolo de la liberación de la mujer a finales de los años veinte, enriqueciendo con ello a las tabacaleras y condenando a la enfermedad a buena parte de la población; si fundó organizaciones de nombres rimbombantes patrocinadas en secreto por empresas a las que le daban una publicidad que, ante los ojos de la sociedad, se mostraban como benefactoras sobre lo que patrocinaban, cuando era al contrario, ¿Por qué no utilizar esa clase de estrategias con objeto de salvaguardar la biodiversidad, en lugar de para manipular a una sociedad a fin de que apruebe conductas indignas? Dijo Ortega que “Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva”. Hoy son las vociferantes masas carentes de proyectos las que nos gobiernan; todo ese conocimiento acumulado se desvanece ante un igualitarismo mal entendido. Ortega indicó en sus artículos que “La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, cualificado y selecto”, “cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café”, de ahí que – vuelvo a repetir -- la gestión de la naturaleza no ha de estar dispuesta al arbitrio de cada grupo local, esta debe de regirse por unos parámetros mundiales con rango de ley para que ningún país gobernado por el imperio de la barbarie pueda destruirla con la excusa de una masa social que sale a la calle a luchar por sus “derechos”; la biodiversidad y la conservación de la naturaleza son un derecho global, puesto que toda acción local sobre el medio ambiente afecta en mayor o menor medida a cualquier punto lejano al ámbito de dicha acción. “En
nuestro tiempo – cita de nuevo Ortega --
domina el hombre masa, es él quien decide. En el sufragio universal no
deciden las masas, sino que su papel consistió en adherirse a una u otra
minoría. Estas presentaban sus programas, que eran programas de vida colectiva.
En ellos se invitaba a la masa a aceptar un proyecto de decisión. Hoy es
diferente. En los países donde el triunfo de las masas ha avanzado más
(mediterráneos fundamentalmente), se vive políticamente al día. El poder
público se halla en manos de un representante de masas. Estas son tan
poderosas, que han aniquilado toda posible oposición. El poder público vive al
día, vive sin programa de vida, sin proyecto. Se trata de un gobierno impuesto
por la urgencia del presente, no por cálculos de futuro. Su acción se reduce a
esquivar el conflicto de cada hora, no a resolverlo. Escapa de él empleando los
medios que sean, aún a costa de acumular mayores conflictos sobre la hora
próxima. Así ha sido el poder público cuando lo ejercieron directamente las
masas: omnipresente y efímero”. Ortega y
Gasset en
Me permito un ejemplo actual tanto en la época en que se escribió el ensayo al que aludo (primer tercio del siglo XX), como a la que casi un siglo después vivimos: Si el lobo mata una res, el pueblo entero, incluso toda la comarca, sale a aniquilar al asesino, llevándose por delante todo animal de esa especie u otras de similar voracidad que se crucen en su camino, esa es para la masa la urgencia del presente; los cálculos de futuro, menos espectaculares o populistas y carentes de la vistosidad que atrae a la masa (pero mucho más eficaces, sin duda), hablan de políticas de prevención y defensa contra esos ataques con el fin de conservar algunos usos tradicionales del campo en armonía con la biodiversidad del entorno en el que conviven. Esta diferencia se aprecia en las comarcas en las que el lobo no fue erradicado, donde han aprendido a convivir con el depredador sufriendo menos ataques, en contraposición a aquéllas en las que el cánido en cuestión fue cazado hasta su exterminio en los años sesenta del siglo veinte, y donde la dispersión propia de la especie ha devuelto hoy al depredador a unos territorios que le eran propios y donde la falta de preparación propiciada por la manera fácil de esquivar el conflicto en épocas pasadas, provoca hoy una mayor predación de éste sobre el ganado.
En ese sentido, la acción directa y la violencia propias del hombre masa representado por los movimientos totalitaristas fascista y comunista demuestran la mejor opción de una democracia liberal, que cada día se ve más en peligro por el ingente número de personas que de manera local toman la calle para imponer sus ideas amparándose en supuestas mayorías que posteriormente no se ven reflejadas a la hora de ejercer el sufragio; minorías ruidosas que toman la calle para lograr ir atrapando en su red a esa mayoría expectante que aguarda su momento para exponer en las urnas su opinión . Por eso habla Ortega de que “Hoy (aludiendo a finales de los años 20 del siglo XX, pero de tanto parecido a lo actual) asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos”. La conservación del medio ambiente no se logra con medidas viscerales y populistas, con eso podrás lograr que hoy no se mate a un oso, pero necesitas planificación y estudio para lograr que dicho plantígrado no sea el último superviviente de una especie cuya supervivencia no dependa de los años que le resten de vida al animal en cuestión, tal y como sucedió con el bucardo en los Pirineos o con el propio oso pardo pirenaico, cuyo último ejemplar, Camille, fue dado por muerto en 2010 con una edad de más de 25 años, tras saberse ya extinta la población al fallecer la última osa autóctona, Canelle, en la localidad francesa de Urdos (año 2004) durante una batida de caza (población que contaba con más de 200 osos a comienzos del siglo XX).Pero puesto que el mundo es reacio a mirar hacia el futuro, aludo al presente, a la vida que hoy tenemos, a cómo huimos hacia espacios naturales, rurales o simples parques a las afueras de las ciudades para nuestro esparcimiento. Aludo al paisaje como remedio a los males de nuestra sociedad, a la montaña como cura al sedentarismo impuesto por los modelos sociales que hoy nos toca vivir. Quien habitualmente sale de la ciudad para entrar en contacto con la naturaleza, sabe diferenciar un paisaje muerto, con infraestructuras y comodidades que obligan a los seres salvajes a huir de ese lugar (estaciones de esquí por ejemplo), de un paisaje vivo, donde el hombre no es dueño de nada, sino un simple morador. Seamos egoístas y pensemos en nosotros, en nuestro mañana; de esta forma se beneficiarán Naturaleza y Paisaje y, sin querer, futuras generaciones podrán sentarse a contemplar los bosques y las cumbres, y recordarán que el hombre es hombre no por su nivel de explotación del medio, sino por su capacidad de adaptación al mismo.
A menudo el ser humano gusta de entrar en contacto conAludo a este respecto las palabras de un cazador como una especie de alegato en contra de la propia caza; Aldo Leopold, ya nombrado escritor y naturalista que en su libro A sand county almanac escribió:
“Mis propias convicciones al respecto se forjaron el día que vi a una loba morir. Estábamos almorzando en un risco, a cuyos pies se abría paso a codazos un río turbulento. Vimos cómo vadeaba la corriente lo que pensamos sería una gama, con el pecho a flor de las aguas espumosas. Cuando escaló la orilla hacia nosotros y se sacudió el agua, nos dimos cuenta de nuestro error: era una loba. Otra media docena de ellos, evidentemente sus cachorros ya crecidos, salieron de los sauces y todos se apiñaron en una bienvenida llena de colas que se meneaban y mordiscos juguetones (…).
En aquel entonces jamás habíamos oído que alguien desaprovechara una oportunidad de matar a un lobo. Al segundo siguiente estábamos lanzando plomo contra la manada, pero con más nerviosismo que precisión: nunca ha sido fácil hacer puntería desde lo alto de una colina empinada. Cuando los rifles quedaron vacíos habíamos abatido a la loba, y uno de los cachorros desapareció arrastrando una pata por un resbaladero inaccesible.
Llegamos junto a la vieja loba a tiempo de ver un fiero fuego verde muriendo en sus ojos. Entonces observé –y desde entonces lo he sabido siempre- que había algo nuevo para mí en aquellos ojos, algo que solamente sabían ella y la montaña. Yo era joven por aquel entonces y sentía una vehemente comezón por apretar el gatillo; pensaba que porque menos lobos significaban más ciervos, ningún lobo representaría el paraíso de los cazadores. Pero tras ver extinguirse aquel fuego verde, sentí que ni la loba ni la montaña compartían mi punto de vista”.
El mismo Leopold, alude a la muerte del último oso grizzly a manos de un trampero gubernamental para hacer más segura la montaña para las vacas, diciendo:
“(…) Sólo hay un lugar desde donde no se pudiera ver Escudilla en el horizonte: la cima de la misma Escudilla. Desde allí arriba no se podía ver la montaña, pero sí sentirla. La razón era el gran oso.
(…) El tiempo construyó tres cosas en la vieja montaña: un aspecto venerable, una comunidad de plantas y animales pequeños, y un oso grizzly.
(…) Escudilla todavía se alza sobre el horizonte, pero cuando uno la ve ahora ya no piensa en el oso. Ya no es más que una montaña”.
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