Pandemia

 

    El mirlo recita su canción, una melodía que se hace audible desde cualquier punto del entrono donde me encuentro. Numerosos gorriones trinan por doquier discutiendo a buen seguro qué comer del suculento menú.  No tarda en llegarme la estrofa del verdecillo cayendo como en cascada hacia mis maravillados oídos acompañado del lejano e incesante chillar de los vencejos que sobrevuelan a gran altura; nada, de no ser el arrullo de las palomas afanadas en la crianza de los jóvenes palominos, obstaculiza el concierto de estas aves cantoras.

    Pero hay un silencio repentino, algo ha interrumpido la sonata y un aleteo nervioso se escucha alrededor mío, abro los ojos y en el cielo una silueta majestuosa me sobrevuela a gran altura: puedo reconocer en ella al águila calzada que acaba de retornar de su invernada en África para instalarse en estas latitudes hasta el final del verano.

    Las abundantes palomas revolotean nerviosas buscando un lugar donde ponerse a salvo. Ha desaparecido el mirlo, los abundantes gorriones callan y el casi imperceptible verdecillo ahora es del todo invisible. Poco a poco veo la silueta alejarse para irse desvaneciendo entre las nubes y el concierto continúa. Comienza de nuevo el mirlo a entonar su estrofa para seguidamente, en un armonioso desorden, seguirle cada uno de los habitantes del entorno con sus cánticos y algaradas. Bajo la mirada de los cielos, ha desaparecido la rapaz y quiero mirar el paisaje que se muestra tras esta banda sonora. Veo edificios y asfalto, vehículos aparcados y calles levantadas con la maquinaria preparada para continuar la obra. La vista y el oído no parecen estar sintonizados en el mismo canal, mientras los ojos me muestran el caos  de la urbe, el oído parece querer engañarme con un entorno rural de la campiña al atardecer. Los ojos me sitúan en la ciudad, los oídos en la naturaleza. Un cernícalo me observa...


    Llevamos más de un mes de confinamiento, cuarenta días donde la civilización se ha dormido y la naturaleza, que siempre estaba ahí acallada por sus gritos, se hace ahora perceptible.

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