Piedrasluengas
Punto de descanso y admiración para las muchas personas que viajan uniendo la meseta castellana con los valles cántabros de Liébana. Punto donde detener el coche para admirar horizontes en el que cada vez que pasas descubres distintos paisajes. La naturaleza no es estática ni aburrida, un mismo entorno es capaz de hacerte concebir diferente sensaciones en función de la estación, la hora, el clima o, simplemente, en función de tu propio estado anímico. Un día las nubes te dejarán sin ver la muralla de Picos de Europa emergiendo desde el fondo. Al otro los verás como islas surgiendo de los propios celajes mientras bajo tus pies los nimbos cubren el manto otoñal del hayedo, ese que podrás vislumbrar en su máximo esplendor, si acudes al día siguiente tras levantarse la bruma.
Estación de parada como digo, donde pocas personas se adentran más allá del mirador preparado al efecto. Yo sin embargo, siempre he querido conocer más de esa zona fronteriza de la cordillera y desde allí he partido para ganar la cumbre de Peñalabra o Peña Abismo, para encaramarme a la cercana peña Brez y ver desde ahí con más amplitud todo lo que rodea a este enclave. He recorrido sus bosques para unirlo con la localidad lebaniega de Cueva o Avellanedo, en alguna ocasión cerrando hermosos circuitos donde tu mente se entrega al soberbio paisaje que vas descubriendo a cada paso… Pero ayer simplemente quise pasear por un atardecer hasta que la cercanía de la noche me obligase a dar la vuelta para continuar mi viaje en descenso ya por las empinadas rampas del puerto. Son días que no abrigas pretensiones de ningún tipo a la hora de acometer el recorrido, simplemente lo haces para que el aire de la montaña y la naturaleza te depuren. Pero los atardeceres no dejan indiferente a nadie. Fueron tres horas de paseo y contemplación. Tres horas de un silencio y una soledad solo perturbados por el ladrido del mastín a cargo de un rebaño de cabras y el trote de un potrillo en paralelo a mi deambular por los prados cercanos al collado de Brez. Quise alcanzar un punto por ponerme un tope, pero no pude hacerlo, la belleza me dejó petrificado a escasos
Cuando la naturaleza te otorga esos regalos, no puedes negarte a aceptarlo y allí permanecí, en lo alto de la modesta y redondeada loma, viendo cómo el día se fundía con la noche, sintiendo cada instante hasta que las últimas luces se ocultaron tras los escarpes del horizonte, momento para iniciar mi retorno amparado bajo las últimas sombras del día, apenado por lo que dejaba atrás pero disfrutando de mi paso por los bosques donde la poca luz que quedaba ya no lograba traspasar el dosel arbóreo, gozando con las siluetas de la montaña mientras se prepara para albergar la vida secreta que oculta cuando el crepúsculo deja paso a las estrellas.
Comentarios
Publicar un comentario